Carlos R. Acosta*
“La economía es el método, el objetivo es el alma.”
Margaret Thatcher
La educación emocional (o “filosofía de lo positivo”), el coaching, y el emprendedurismo forman la triada reproductiva y justificadora del capital en la educación a nivel mundial. Cada uno de los tres elementos lleva siglos en cultivo y alimentando el sentido común por diversos medios y ámbitos: desde el empresarial, pasando por el terapéutico y publicitario, y ahora desde la educación escolar básica hasta el nivel superior. Las políticas educativas promocionadas e impuestas en diversos países de occidente a través de organismos financieros internacionales como el Banco Mundial (BM) o la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), solamente han servido para generar las condiciones propicias para la expansión del complejo militar-industrial, al mismo tiempo que venden los supuestos beneficios del libre mercado, siempre en complicidad con sectores políticos e industriales locales.
Sobre los objetivos de la educación emocional en el sector educativo ha corrido bastante tinta, que se traduce en la aplicación de los postulados de la llamada “escuela de Relaciones Humanas” y su experimento en Howthorne, en donde la recuperación de las emociones tiene como finalidad el aumento de la productividad, al mismo tiempo que difunde la idea de la felicidad como aquella que se alcanza solamente con el consumo (véase, por ejemplo, Lev M. Velázquez Barriga “Educación socioemocional: la nueva ruta para la explotación laboral”, http://bit.ly/38szXJo).
Otro tanto ocurre con el coaching, siendo el método perfecto para hacer de todo el personal escolar un ejército de “entrenadores” en la filosofía de lo positivo y la autoayuda en cada ámbito de la escuela: desde el administrativo, pasando por la conserjería, hasta los docentes en conjunto con los estudiantes. Su papel es lograr que las personas se adapten al conjunto de circunstancias por las que atraviesa el mundo en decadencia y ofrecer la oportunidad de “autosuperación”, siempre que se tenga la motivación y “mentalidad” de ganador (véase el excelente trabajo de Vanessa Pérez Gordillo, La dictadura del coaching, 2019, Akal).
En conjunto, los fines políticos resultan claros: el control de las emociones permite una disminución de los conflictos laborales con la respectiva pérdida de poder del colectivo trabajador, y permite el control del descontento por medio de la “autorregulación” del individuo aislado, reconfortando a corto plazo con el consumo, algo que lleva a lo que Marcuse denominó “desublimación represiva”: la aparente satisfacción de los deseos a través del consumo y reproducción de comportamientos autodestructivos (véase El hombre unidimensional). La antigua propaganda empresarial de la autoayuda que comenzó a expandirse de forma vertiginosa después de la crisis de 1929, para hacer frente al descontento social (como muestra Eva Illouz en Intimidades congeladas, 2007, Katz Editores), retorna ahora con éstas nuevas formulaciones en el ámbito educativo en general, y en específico en el escolar.
Y sin duda, uno de los rostros más visibles de la educación escolar bajo el dominio de la lógica empresarial lo representa el emprendedurismo, –al que son intrínsecos la educación emocional y el coaching- uno de los productos del ya largo proceso de privatización de la educación pública, que podría remontarse a los años 70 del siglo pasado. La implementación de la llamada calidad educativa, las competencias escolares, la motivación, excelencia, eficiencia, “autonomía y gerencia escolar” son indicios de ese intento de dar sentido y fundamento a la privatización educativa.
Este proceso se evidencia aún más si se contempla en su totalidad la reconfiguración del sistema educativo de acuerdo a las necesidades del cada vez más cambiante sistema económico mundial. Así lo muestran, por ejemplo, desde la “flexibilidad laboral” a la que se somete al magisterio en diversas partes del mundo, hasta la reestructuración impositiva de los planes y programas de estudio, de manera cínica, cada vez que lo requiere algún sector productivo. Los centros escolares del nivel medio superior, por ejemplo, que antes cumplían la función propedéutica para el ingreso al nivel superior, sin el menor tapujo y con simpatía de muchos sectores sociales, se han transformado en verdaderos centros de capacitación laboral y formadores de potenciales “empresarios” o “emprendedores”.
El sueño de los adoradores del libre mercado, el homo oeconomicus, ahora viste el ropaje nada novedoso del “emprendedor”. El entrepreneur es básicamente el modelo ideal del sujeto plenamente funcional que necesita el capital para seguir de pie con la crisis civilizatoria a la que nos ha arrastrado. El individuo que pretende forjar promete ser la solución a las crisis económicas, erradicar el problema del desempleo, e impulsar la solución al calentamiento global y a la llamada “crisis de valores”, representado en la idea del éxito personal. Los diversos procesos educativos, y ahora preferentemente el escolar, genera en el individuo la síntesis psicologizada de las problemáticas socioeconómicas, es decir, la pretensión de encontrar su origen en cuestiones individuales, de actitud o emocionales.
Por esa razón, ante el dantesco panorama socioeconómico actual, permite que los individuos encuentren reconfortantes (si no es que hasta como únicas) las soluciones de corte individual: mantener una buena actitud ante la vida, ver el lado positivo en cada situación, tener metas o ser exitoso y ahora educación financiera desde la infancia. De esa manera se asegura, como ya mencionamos, no solamente la inmovilidad política ante los diversos aspectos de la crisis civilizatoria, sino que refuerza la reacción contra todo intento colectivo de transformación de esas condiciones. Todo problema socioeconómico actual está en el individuo asilado, y ahí mismo su solución, no hay lugar para el conflicto o la necesidad de manifestar de forma organizada descontento alguno.
Pero la realidad golpea fuerte en la cara, y la idea del éxito que le prometen al entrepreneur –llena de lujos, excesos, y consumo infinito de mercancías con marcas reconocidas- choca de frente con una realidad en emergencia climática que no puede soportar ese modelo de individuo hiperconsumista y un modelo económico que funciona con energía producida con fuentes fósiles supercontaminantes e incapaz de absorber a toda la población en edad productiva. El desarrollo tecnológico, y con ello la Inteligencia Artificial que avanza a pasos agigantados, se introduce en los procesos productivos automatizándolos, generando cada vez más desempleo sin la respectiva reincorporación que la misma tecnología pudiera abrir, como en otros siglos (como muestra la tendencia estudiada desde hace años por los economistas Daron Acemoglu y Pascual Restrepo: véase su trabajo “Automation and New Tasks: How Technology Displaces and Reinstates Labor” https://bit.ly/2RFexCd).
Se debe considerar que si la venta de la ilusión del éxito emprendedor se da, además, en países dependientes el efecto resulta todavía peor. Por lo regular, los países dependientes interesan al complejo militar-industrial debido a que aprovecha el famoso “bono demográfico” al menos en tres aspectos: 1) son jóvenes muchas veces sin protección laboral de leyes locales, 2) que han recibido una educación especializada acorde a las necesidades del complejo demandante, y 3) en un contexto de sobreoferta de especialistas que termina generando precarización salarial. La cuestión se vuelve aterradora en regiones del mundo en donde el machismo estructural trabaja en conjunto en ese panorama: las mujeres son las más afectadas por la explotación laboral, en el sector informal y subterráneo de la economía (el caso de la trata y el feminicidio en México es macabro).
El panorama se vuelve aún más terrorífico si se incorpora el crimen organizado. De esa forma, la educación genera un panorama alentador sobre un terreno infértil y mortífero: cuando las expectativas de consumo no pueden ser logradas con el emprendedurismo inculcado, el crimen organizado aparece como la única alternativa para alcanzar la saciedad del “éxito” prometido. México es claro ejemplo de ello, pues se ha convertido en el mercado predilecto para vender la figura de narcotraficantes como superhéroes y ejemplos a seguir: se valora más la figura de un capo que la de un multimillonario de Silicon Valley, lo que permite que muchos niños formen parte de las filas del narcotráfico.
El emprendedurismo se convierte en una de las peores trampas para la juventud que vive en plena época de destrucción de las condiciones mínimas para la reproducción de la vida en sus diversas formas, y de las que depende la propiamente humana. La complicidad pasa desapercibida incluso en formas de gobierno que parecen progresistas o con tintes de izquierda que han hecho caso omiso de las voces disidentes y de los proyectos alternativos de educación. Así, se lanza al abismo a la niñez y a la juventud cargando sobre sus espaldas la creencia de que ha sido su culpa vivir en condiciones deplorables, sin dar otra salida que el mundo individualista de la competencia a muerte, bellum omnium contra omnes.
“Solo cuando una gran revolución social haya vencido y domeñado las consecuencias de la era burguesa, el mercado del mundo y las modernas fuerzas de producción, y las haya puesto en manos de los pueblos para que las gestione de forma compartida, dejará el progreso humano de parecerse a ese truculento ídolo pagano que solo podía beber néctar en cráneos de hombres asesinados.”
- Marx
*Maestrante en Maestría en Intervención Pedagógica, por la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad 22-A.
Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Querétaro.
Profesor del área de Histórico-Social en Educación Media Superior y Superior, y actualmente docente en el Colegio de Bachilleres.