El año 2020 será recordado a lo largo de la historia como el año en que vivimos atipicamente en el encierro y el distanciamiento. Las escuelas que siempre estuvieron abiertas tuvieron que cerrarse, pasamos del aula de clase a la educación en casa, con horarios distintos y con el apoyo en la utilización de distintas herramientas, dispositivos, todos ellos productos del avance tecnológico.
La primera fase del confinamiento, va del mes de marzo a junio lo que yo le llamo cuarentena 1.0, fue una fase de adaptación, de ensayo – error, de distintos experimentos en el campo de la salud, de la convivencia y por supuesto de la educación.
La economía caminó más despacio se perdieron empleos, cerraron negocios, el dinero que fue hecho para circular se fue quedando en pocas manos. En salud vivimos de cara ante nuevos riesgos, las personas vulnerables fueron y siguen siendo las personas mayores de edad, personas con otras enfermedades o con baja de defensas, el 2020 también ha sido el año en que vivimos engañados o vivimos en peligro.
Del mes de agosto hasta el final el año pasamos a la cuarentena 2.0, algo debimos haber aprendido en la versión primera, pero fue muy poco, lo que ha demostrado esta segunda versión del distanciamiento, es la enorme distancia que existe entre los organismos de la sociedad política con respeto a lo que conocemos como la sociedad civil.
Ciudadanos y ciudadanas, hombres y mujeres, niños, niñas y jóvenes personas de a pie, seguimos todos o casi todos sometidos ante un nuevo formato de vida y de relación social. Lo peor que nos está pasando en esta segunda versión de cuarentena es la enorme responsabilidad que tenemos ante los riesgos y cómo, de igual manera comenzamos a normalizar un estilo de vida basado en la indiferencia, en el desorden y en ignorar lo que pasa con los otros con los demás.
Un bicho microscópico llamado Covid 19, cuyo origen no es natural y sus distintas cepas (versiones distintas de virus) ha sido capaz de poner en jaque al 80% de la humanidad; han surgido asociado a ello nuevos miedos, nuevas persecuciones, una nueva paranoia de la cual aún no es fácil cocinear las implicaciones sociales, psicológicas y pedagógicas.
La atención educativa en casa ha sido una de las experiencias más emblemáticas de todo esto que hemos vivido en el año 2020, la mirada de los y las escolares se coloca ahora ante la pantalla de los ordenadores, los teléfonos celulares, las computadoras se han convertido (quien lo dijera) en el nuevo manual de pedagogía. No existen relatos claros y abundantes que den cuenta cómo nos ha ido en esta historia que se niega a terminar.
De lo que no hay duda es que las historias están en cada uno, en una forma singular de vivir la pandemia, las vivencias cotidianas, las representaciones y en ciertos momentos los nudos, están ahí, frescos como marcas incrustadas en la piel de todos los sujetos de esta historia que es de todos y todas. Y junto a ello también tenemos saldos negativos, muertes inesperadas, pérdidas irreparables, que nos obligan a preguntarnos una vez más ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué el año 2020 debimos vivirlo así? Las respuestas no las podemos tener en el corto plazo, serán los sociólogos y los antropólogos del futuro que nos ayuden a entender por qué el año 2020 será recordado como el año en que vivimos en el encierro y el confinamiento.