¿Por qué tantas jovencitas se embarazan y dejan de estudiar? ¿Cuál pudiera ser la razón de que algunas escuelas tengan más estudiantes violentos? Por qué razón números crecientes de niñas y adolescentes se hacen cortes en el cuerpo?
¿Por qué tantos jóvenes abandonan sus estudios? ¿Qué pudiera explicar el que, a pesar de las carencias de sus familias y planteles, la mayoría siga yendo a clase todos los días?
¿Será que los estudiantes calculan, al despertarse en las mañanas, qué tanto les va a dar la escuela a futuro en términos de empleo, ingreso y demás? ¿Qué los mueve a presentarse o no a clases? ¿Qué los motiva a esforzarse o a no hacerlo?
Las respuestas a estas preguntas no son fáciles e involucran muchos elementos. Uno de ellos, sin embargo, brilla por su ausencia en buena parte de las discusiones, los estudios y los debates sobre educación y política educativa (en México, sin duda, pero no sólo en México). Me refiero al tema de la identidad.
No se trata de una omisión menor. La identidad es un aspecto fundamental de nuestro ser en el mundo. Sin alguna idea de quiénes somos no resulta posible reconocernos a nosotros mismos a lo largo del tiempo. De nuestra identidad depende también, centralísimamente, nuestra autoimagen y nuestra posibilidad de pertenencia. En suma, antes de que el ‘Yo’ pueda calcular cursos de acción en función de costos y beneficios, tiene que existir ese ‘Yo’.
A las escuelas solemos pedirles, especialmente en estos tiempos tan ansiosos que corren, que desarrollen en sus alumnos una lista interminable de saberes, habilidades y competencias. Lo que con frecuencia olvidamos es que, antes que ninguna otra cosa, los establecimientos escolares son moldeadores clave de las identidades de sus estudiantes. La mayor parte de las escuelas proveen -de modo explícito o implícito- a sus educandos un ideal del ‘buen alumno’. Ese ideal influye de manera decisiva en qué tanto distintos grupos de estudiantes logran o no sentirse parte de la comunidad escolar, lo cual, a su vez, tiende a influir de modo muy importante en el aprovechamiento escolar y la conducta de los alumnos.
La investigación sociológica, derivada del trabajo pionero de James Coleman, muestra que aquellos estudiantes que están o se sienten muy lejos del ideal del ‘buen alumno’ dominante en su escuela suelen construir una identidad contrapuesta a ese ideal como vía para reforzar su autoimagen y sentirse parte de un grupo. Así, por ejemplo, frente al ideal de estudiante aplicado, dócil y conformista, se arman una identidad en el que la rebeldía o incluso la violencia se convierten en señas de orgullo, reconocimiento y pertenencia.
Incorporar la identidad a la ecuación educativa, como ha hecho Akerlof, permite empezar a entender por qué algunos alumnos y alumnas se lastiman a sí mismos o a otros y, también, por qué algunos jóvenes se esfuerzan por aprender y algunos otros se resisten activamente a hacerlo. Estas y muchas otras conductas que resulta difícil explicar desde un paradigma que supone sujetos perfectamente racionales y completamente informados se vuelven más comprensibles si tomamos en cuenta que, antes que ninguna otra cosa, los seres humanos requerimos categorías para saber quiénes somos, pues de ellas depende crucialmente nuestra estabilidad psíquica y nuestra posibilidad de interacción y conexión con otros. Por ejemplo: “me corto las muñecas para ser aceptada por mi grupo” o “me embarazo para ser madre, es decir, ‘alguien’”.
Si bien la formación de la identidad y la autoimagen de un individuo arrancan en el seno familiar y persisten a lo largo de la vida, la escuela constituye un espacio crucial para el desarrollo de esos procesos.
Convendría no olvidarlo y dedicarle tiempo y atención prioritaria a estos temas en el contexto de la reforma educativa en curso en México y, muy particularmente, ahora que se discuten y diseñan los nuevos planes de estudio para los años por venir.
En concreto, el nuevo modelo educativo deberá incluir no sólo el listado de saberes y competencias que queremos obtengan de la escuela los niños y los jóvenes mexicanos a los que les tocará vivir en un siglo complicado, sino un planteamiento fuerte sobre qué tipo de seres humanos queremos formar, en términos de su identidad individual y también colectiva.
¿Queremos seguir produciendo cínicos y simuladores? ¿Queremos formar ciudadanos activos y responsables o seguir formando súbditos?
¿Queremos sólo cosmopolitas o ciudadanos del mundo que también sean mexicanos de nuevo tipo? Necesitamos definiciones precisas sobre estos temas y estrategias claras sobre cómo aterrizarlas en la práctica.
Twitter: @BlancaHerediaR