A finales de abril, impartí una conferencia en la Universidad Marista de Querétaro. La pregunta de un maestro me motivó a pensar que algo no cuadra con el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, y con la afamada alfabetización digital.
En esos campos tengo más dudas que ideas formadas, conozco algo de la literatura, he participado en evaluaciones de programas de educación a distancia, pero estoy lejos de ser un experto. No obstante, a partir de observaciones empíricas y cierto consenso que he notado en mis charlas con maestros, pienso que no debemos dejar de promover el uso de dispositivos electrónicos y aplicaciones en la educación primaria.
Parto de un hecho. Estamos perdiendo la letra manuscrita; recibo a estudiantes de licenciatura, de 18 a 20 años de edad, y me doy cuenta de que no saben escribir, su caligrafía es pésima. Pero redactan bien y más rápido en la laptop o la tableta o hasta en el teléfono, me dirán. Sí, pero la habilidad manual está esfumándose. Me imagino que infantes de primaria y adolescentes de secundaria han de estar algo más abajo en esas destrezas.
Esa falta de escritura tiene efectos en la mente. Los jóvenes —la mayoría, pienso— ya no se preocupan por la ortografía ni por componer con corrección, ni plantear nociones originales.
Cuando llegan a la educación superior muchos traen arraigado el hábito de usar el corrector electrónico y dan por buena su recomendación. Pero ése no se fija en la falta de acentos ni en la construcción de las oraciones, no juzga las frases extensas o la falta de coherencia en la expresión. Ya no exigimos que los alumnos traten de expresar lo mejor que puedan sus ideas y, de ser posible, que las plasmen por escrito.
El problema más grave, pienso, es que buena porción de nuestros estudiantes —incluso de posgrado— se habituaron a copiar y pegar, ya no les interesa esforzarse para ejercitar su pensamiento y plantear sus propias ideas. Ya todo está en la red. Los jóvenes —y adultos también— que se curtieron con el uso de internet tienen, como diría José Gimeno Sacristán, información, pero no conocimiento.
En la conferencia de Querétaro, conjeturé que algo similar y tal vez peor pasa con la enseñanza y el aprendizaje de las matemáticas. Percibí aquiescencia entre el
auditorio adulto. A partir de que se permitieron las calculadoras en las aulas de
educación básica, comenzamos a alejarnos de fecundar y abonar el pensamiento abstracto.
Soy un crítico de la enseñanza memorista como método (asociado a la escuela disciplinaria), pero estoy convencido de que hay ciertos conocimientos fundamentales que los estudiantes deben asimilar para desarrollar más capacidades de abstracción y razonamiento lógico. Y eso se logra con el ejercicio constante y solución de problemas; rememoro las tareas que hacíamos en la primaria de nuestra niñez.
Ojo, no abogo por que los niños repliquen las cantaletas que hacíamos quienes hoy rebasamos el medio siglo para asimilar las tablas de multiplicar. Pero sí que aprendan a sumar, restar, multiplicar y dividir. Son las operaciones básicas, necesarias para ahondar en lo que sigue, de aritmética, algebra, trigonometría y geometría analítica. Concedo, el cálculo sólo para quienes estudian ingenierías y otras disciplinas que tienen a las matemáticas como herramientas principales.
Una propuesta hereje: prohibir el uso de dispositivos electrónicos en las aulas de educación básica y destinar trabajo extraescolar y remedial para los segmentos pobres el uso de dispositivos y aplicaciones; entre las capas medias las familias ya se hacen cargo. Se trata de cultivar el aprendizaje de conocimientos que sirven para adquirir otros conocimientos. Sería para aprender a aprender, como está de moda decir.