El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, –una cuerda sobre un abismo.
Friedrich Nietzsche
Miguel Ángel Rodríguez
Emmanuelle Charpentier (1968) y Jennifer Doudna (1964) ganaron el premio Nobel de química 2020 por el “desarrollo tecnológico de un método para la edición genética”. Lo primero que llama la atención, signo de los tiempos, es que ambas sean mujeres. Charpentier de nacionalidad francesa y Doudna, norteamericana, lograron decodificar los dispositivos moleculares del sistema inmunológico bacteriano CRISPR-Cas9. El propósito es desarrollar un método de reescritura del código de la vida, una técnica molecular que, a la manera de tijeras genéticas, puede cortar la secuencia del genoma, el disco duro de la célula, para borrar, reescribir o transformar el alfabeto del ADN de los seres humanos. ¿Cómo leer el acontecimiento caracterizado como una revolución biotecnológica con origen bacteriano?
¿Acaso como una expresión de la insignificancia y el desamparo, como resultado del tedio del ser humano consigo mismo…? ¿asistimos al principio del fin del nihilismo para arribar a una nueva aurora, o, por el contrario, es el momento más inhóspito y cruel para la vida de los humanos y el planeta?, ¿es posible pensar ahora en la superación de lo humano, en una suerte de superhombre técnico? ¿Cuántos mundos felices y utopías delirantes de eugenesia y supremacía racial pueden ser incubadas en el vientre del acontecimiento técnico-científico?
La técnica CRISPR-Cas9 conduce a la construcción de una esfera de inmunidad bacteriológica adquirida, también llamada inmunidad adaptativa, que protege contra los ataques recurrentes de los virus, pues el Cas-9 reconoce las secuencias del ADN donde los patógenos han hecho o harán daño y los corta. ¿Cómo ocurre el reconocimiento de la secuencia a editar? Para mí es algo imposible de comprender, pero como lo entendí, de manera muy simple, es que se inyecta ARN, ácido ribonucléico asociado, a la célula para que codifique la proteína Cas-9 y la secuencia o gen que debe reconocer. La célula hace su trabajo para sintetizar la proteína responsable de cortar la doble cadena del ADN exactamente donde el ARN inyectado le indica que lo haga. Así pues, cualquier secuencia del genoma puede ser cortada donde el fragmento de ARN le ordene hacerlo.
La investigación se considera un hito histórico para la ciencia biomédica, pues miles de enfermedades hereditarias, los científicos hablan de más de diez mil, están escritos en el ADN de la especie humana y ahora pueden ser borrados y reescritos. De esa manera se pueden corregir los genes defectuosos o los responsables de enfermedades como el cáncer, distrofia muscular, algunos trastornos neurodegenerativos, como Parkinson, Alzheimer, autismo y algunas otras como el síndrome de Down, albinismo, enfermedades de la sangre e infecciones virales como el papiloma, herpes, hepatitis B, fibrosis quística, etcétera.
La aplicación de la tecnología CRISPR-Cas9 permite retardar la maduración de frutas como el tomate y, hasta ahora, se aplica en la agricultura para mejorar el cultivo del arroz, naranjo, trigo, soya, patata, tomate, tabaco, melón y maíz, pues se producen alimentos resistentes a los virus que los afectan. De igual manera se ha experimentado con anfibios, peces, mamíferos como el ratón, conejo, cabra, rata, cerdo, perro y, desde luego, con primates. En el ganado, sobre todo con el porcino, la técnica garantiza una fuente “segura” de órganos libres de virus para el transplante en humanos e incluso se usa para crear mosquitos mutantes que sean inhabilitados biológicamente para evitar la transmisión de la malaria – edición genética que permite salvar millones de vidas.
Una gran aportación a la de vida de los humanos. ¿Quién lo pone en duda?
No obstante, mi escepticismo se recrudece cuando pienso en el cuidado del ser del hombre, como en su momento hicieron los románticos Gottfried Herder y Johann Wolfgang von Goethe, de quienes Martin Heidegger hereda y reinterpreta el sentido del cuidado del ser para convertirlo en el hilo conductor de su obra. Cuando recuerdo que la heideggeriana palabra Dasein (ser-ahí) tiene el propósito de superar ontológicamente el pensamiento humanista, antropocéntrico, herencia del encarnizado y casi enloquecedor debate sobre la esencia de la verdad que mantiene con Nietzsche. Y pienso casi necesariamente en “el último hombre…el más despreciable”, el que ha olvidado lo que es el amor, la creación, el anhelo y hasta dejó de sentir el tiritar de las estrellas.
El pensador del eterno retorno, “esa fórmula suprema de afirmación a que se puede llegar en absoluto”, expuesta poéticamente en Así habló Zarathustra, “una obra a 6 000 pies más allá del hombre y del tiempo”, es el canto del cisne de la vieja verdad platónica y cristiana, el comienzo del fin de la metafísica de la subjetividad, pues sostiene que si los humanos tuviesen algo bueno que aportar a la mejora del mundo ya sería tiempo suficiente de que dieran muestras de esos frutos, porque por todos los rumbos del universo él observaba solo decadencia, rebajamiento, distracción, ceguera y olvido del ser. La mirada profunda de Nietzsche nos devela multitudes, criaderos de animales domesticados por la moral de la oveja, y nos anuncia con su filosofar a martillazos el crepúsculo de las grandes verdades y la transvaloración de todos los valores: el ocaso de los ídolos.
Para el pensamiento filosófico europeo de posguerra, como el expresado en el existencialismo francés y en la Carta sobre el humanismo (1946) de Martin Heidegger –con los necesarios matices del caso entre uno y otro–, después del monstruoso holocausto nazi nada que estuviese relacionado con la construcción de la verdad podía estar asociado con el hombre. Los experimentos del nacionalsocialismo descubrieron los alcances morales de la verdad de lo ente, el curso lógico y natural de la verdad de la técnica, la miseria y crueldad que los humanos somos capaces de perpetrar contra los diferentes, para expulsar lo distinto, a nombre de una patológica supremacía racial o religiosa.
Está claro que la verdad de la ciencia obedece, en los hechos, a la fría y poderosa racionalidad técnica, como se sabe bien por la gran palanca económica mundial que es la industria de la guerra. La esencia de la verdad de la técnica es la nada, porque no tiene un para qué, es una voluntad de poder incondicionada y tautológica que solo sabe responder que quiere más poder para tener más poder. Más poder de destrucción, como lo muestra globalmente el coronavirus, que saltó al ser humano por causa del crecimiento de las ciudades, por la deforestación criminal de los bosques y entornos ecológicos biodiversos.
La verdad de la razón técnica somete a su poder omnianiquilador a la naturaleza del planeta y, como novelistas y científicos han imaginado, nos conduce a la mutación de la fisiología humana, como Weber advirtió hacia el final de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. En ese pasaje profético, el sociólogo subraya el desmesurado afán de lucro de los norteamericanos, pues, despojado de todo sentido ético-religioso, la tendencia exalta los estados anímicos por la competencia acumulativa, como si se tratara de un incontinente impulso nibelungo, de un repetitivo ejercicio deportivo destinado a encarnar en un “monstruoso desarrollo”. Si tomamos como base las consideraciones del profesor Francisco Gil Villegas en torno a la mejor traducción de la palabra Stalhartes Gehäuse, malamente traducida por Talcott Parsons como “jaula de hierro”, si la traducimos como “caparazón duro como el acero” se obtiene una interpretación más profunda del concepto weberiano, pues nos da la imagen de organicidad, de extensión orgánica de la racionalidad técnica en nosotros. Por esa interpretación del investigador de El Colegio de México sabemos que Weber hablaba de un nuevo tipo de ser humano que se transforma, inmerso en el dominio de la racionalidad técnica, en un renacido Gregorio Samsa coronado por un caparazón acerado.
Max Weber coincide con la perspectiva pesimista de Nietzsche sobre el curso de la humanidad bajo el dominio del espíritu del capitalismo e incluso recurre a la imagen de “los últimos hombres” para caracterizar esta fase de la civilización, habitada por “especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón: estas nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente.” El tono mordaz del sociólogo recuerda la enseñanza de Zarathustra, me refiero al prólogo, cuando predica la venida del superhombre y las multitudes, ciegas y sordas para escuchar la sabiduría, prefieren al más despreciable de los seres: “el último hombre”.
El pensar ontoantropológico de Peter Sloterdijk, definido como una suerte de diagnóstico civilizatorio de nuestro tiempo, hablamos del siglo XXI, mantiene vivo el cuidado del ser del hombre como hilo conductor de su obra y concluye que nuestra civilización está dominada por el triunfo de la razón cínica: la franca inmoralidad es la llave del éxito económico, político, artístico, académico, científico, deportivo, periodístico, social y un ostentoso y largo etcétera. Se interroga entonces por las formas de saber y ciencia que emergen de los intereses de esa racionalidad cínica, los imagina semejantes a un carrete de hilo con el que se tejen las torceduras “de una doctrina inmoral de la inteligencia” –cita La paz perpetua de Kant.
¿Qué puede esperar la humanidad de la comunión entre el triunfo global de la razón cínica y el CRISPR-Cas9?
Estamos frente a un poderoso instrumento de ingeniería genética que abre un horizonte inédito de posibilidades terapéuticas, para construir una vida más saludable de la especie humana; no obstante, el dominio global de la razón cínica, entendida como doctrina inmoral de la inteligencia, arroja una inmensa sombra sobre el futuro del método de edición genética reconocido con el premio Nobel.
Se puede pensar en una pausa temporal, hasta diez años, como proponen las propias galardonadas, para permitir el uso de las tijeras genéticas en embriones humanos; esto es, hasta no estar seguros de las diversas implicaciones que tiene realizar los experimentos y hasta que la tecnología se encuentre cuidadosamente probada y validada, pues hay evidencias de que el método puede cortar más secuencias de las que fueron originalmente programadas. Según entiendo, entre las 3 mil millones de letras representadas por el ADN de un genoma, existe una probabilidad muy alta de que haya repeticiones de letras en secuencias genéticas sanas que también serían cortadas por las tijeras del Cas9. Las consecuencias de un uso indiscriminado del método CRISPR-Cas9 pueden resultar, como se ve, en alteraciones adversas y permanentes del ADN.
Y, sin embargo, como es archisabido, el animal humano es el único ser viviente que se da leyes para no cumplirlas y en el 2018 el biofísico chino He Jiankui, en total hermetismo, sin que nadie conociera la naturaleza del proyecto ni quiénes lo financiaron, fertilizó in vitro, con el esperma de un hombre enfermo de sida y el óvulo de una mujer sana, a unas gemelas con el gen CCR5 editado, pues por las proteínas de ese gen el VIH se introduce a las células. Así que la teoría y la voluntad de poder, el espíritu fáustico, el afán de fama y fortuna, prepararon anímicamente el corazón de He Jiankui para realizar un experimento que desafió los fundamentos de las leyes humanas y divinas para dar a luz, por primera vez en la historia, a seres humanos genéticamente editados desde el embrión.
Un año después del nacimiento de las gemelas el científico publicó en la revista del MIT Technology Review el resultado de sus investigaciones y, al parecer, como era de esperarse, los resultados no fueron los esperados y amenazan con ser catastróficos para la vida de las gemelas, pues no funcionó la edición genética del CCR5 en una de ellas y, lo peor del experimento, es probable que se hayan generado transformaciones genéticas inesperadas. Quedan muchas dudas en el tintero: ¿quién financió el proyecto de He Jiankui?, ¿cuáles son los intereses de la razón cínica que motivaron al investigador asiático? Nada se sabe al respecto, sabemos, sí, que un grupo de 122 científicos chinos, de los más reconocidos en el mundo, condenaron severamente la irresponsable acción, que tendrá que pagar 380 mil euros de multa, que fue condenado a tres años de prisión y a no volver a ejercer, de por vida, la medicina reproductiva asistida, pero no sabemos nada de la responsabilidad del científico con el futuro de las dos nuevas vidas y con el horizonte inmediato del enigmático sentido de la escritura genética.
El tema de fondo es que por primera vez los humanos tienen en sus manos la decisión trágica de elegir el destino de la especie y, por lo arriba expuesto, los intereses de la razón técnica, de la triunfante inmoralidad cínica, en mi opinión, serán los nuevos beneficiarios y pastores del ser genéticamente recortado, empequeñecido y domesticado. Más que la imagen del superhombre temo la figura de un Frankenstein que se vuelve violentamente contra sus creadores: intuyo lo abismal.