Mañana, 2 de junio, se cumplirán 50 años de que una turba enardecida de estudiantes del Instituto Tecnológico de Durango y de la secundaria Benito Juárez tomaron las instalaciones de lo que en aquel entonces la gente de la entidad consideraba la mina de fierro más grande del mundo, la fuente de la prosperidad de Monterrey: el Cerro de Mercado.
De ahí se extraían miles de toneladas de mineral al día, que se trasladaban por ferrocarril hasta la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey. La ciudad y el estado de Durango, se decía, sólo recibían migajas de la riqueza del cerro.
El movimiento del cerro, como se conoció luego, fue una de las revueltas estudiantiles contra el autoritarismo del régimen de la Revolución Mexicana. Enseñó el potencial de un movimiento popular, pero también la miseria de la despolitización, maniobras perversas y, al final, la frustración de las masas.
En el último año del sexenio, el gobierno de López Mateos le había concedido a Bosques Mexicanos —una asociación civil ideada por los empresarios madereros— la concesión para explotar miles de kilómetros cuadrados de monte en el estado. El de Díaz Ordaz la canceló.
El 2 de junio de 1966, por la mañana, los dirigentes del estudiantado del ITD, tras fingir un pleito entre ellos mismos, convocaron a los jóvenes a tomar el cerro, en el trayecto, éstos provocaron la adhesión de los alumnos de la secundaria. El ambiente ya estaba preparado. La noche del 9 de mayo anterior, 14 estudiantes de la Universidad Juárez del Estado de Durango y del ITD, en el “nombre del pueblo de Durango”, habían hecho la toma simbólica del cerro, como un “regalo del Día de las Madres”. Fueron desalojados por elementos del Ejército.
El 2 de junio, estudiantes de la UJED entraron a los cines a dar la noticia de la “conquista” del cerro y convocar a la gente a la acción. Por la tarde decretaron la huelga, desconocieron a los dirigentes formales que no querían participar y realizaron un mitin en la Plaza de Armas, a un costado de la catedral. Fue la primera “asamblea popular”.
Bajo el liderazgo de los industriales de la madera, las “fuerzas vivas y productivas” crearon el “Comité de apoyo para un movimiento puro y limpio por la industrialización de Durango”. Concibieron la toma del cerro como un método de presión al gobierno para que les liberara la explotación forestal. Eso se supo después. Al comienzo todo era fiesta.
El movimiento de inmediato recibió el apoyo de todo Durango, los estudiantes formaron el Consejo de Gobierno Estudiantil; la Federación Estatal de los Padres de Familia decretó la huelga en todas, sin excepción, las escuelas del estado.
Los mítines de la Plaza de Armas convocaban a miles de personas; además, los universitarios organizaron brigadas que recorrieron el estado y organizaban asambleas en las cabeceras municipales. Era un movimiento popular, pero las masas sólo participaban como espectadoras. El Comité de abastos monopolizó los apoyos materiales y en los mítines no se permitía la participación de “gente extraña”, ni siquiera de los estudiantes de la Normal Rural de Aguilera.
Pocos eran los dirigentes que entendían lo que pasaba. Pronto cundió la división. Los “radicales” de la UJED que habían contribuido a armar el movimiento de masas y convocar apoyo nacional, empezaron a atacar al gobernador Dupré Ceniceros porque él no mostraba un apoyo público al movimiento.
Eso coadyuvó a agudizar la división que se había mantenido oculta. Las comisiones de estudiantes que viajaron a la Ciudad de México “negociaron” con políticos experimentados y aceptaron las propuestas que incluían un montón de promesas, pero nada del Cerro. A mediados de julio, “el pueblo” repudió la oferta con gritos e insultos. A finales de mes, los dirigentes las aceptaron. Recibieron amenazas. Incluso, el comandante de la zona militar fue el organizador del último mitin. Los inconformes (me añado) fueron excluidos.
Los líderes de los estudiantes flaquearon, aceptaron la derrota cantando victoria. La manipulación de los industriales se hizo patente. El autoritarismo del régimen castigó al gobierno local con la desaparición de poderes. Las masas, que se habían volcado con entusiasmo por un movimiento “puro y limpio”, quedaron decepcionadas.
Sin embargo, el Movimiento del Cerro se hizo leyenda. Mañana unos de sus sobrevivientes celebrarán 50 años de la toma del cerro. Otros rumiaremos con nostalgia los buenos momentos y recordaremos el sabor de la derrota.