Ayer vi la película Divergent; y a pesar de que es una historia épica, futurista, similar a Hunger Games, Harry Potter y el Señor de los Anillos, su conexión con la realidad es mucho mayor.
Es una película ficticia pero no fantasiosa. Es una historia que se puede interpretar y disfrutar con diferentes ópticas. Tanto la película, como el libro, están cargadas de críticas a los sistemas educativos segregacionistas y a los gobiernos absolutistas. En ese sentido, Divergent es similar a The Lego Movie; aunque la última por ser animada, ficticia y fantasiosa esconde más su mensaje, parodia y crítica a los sistemas totalitarios y estandarizados.
La mayoría de nosotros vamos al cine o vemos películas en casa o en la red, para distraernos, divertirnos, descansar. Pero cuando las películas tienen una filosofía de vida, social o política, el mensaje se democratiza y se escurre hacia los pasillos de todos nosotros. Son oportunidades que nos permiten ver en dramas las consecuencias de políticas públicas que parecen perfectas, honestas y eficientes, pero que están cargadas de consecuencias sociales y culturales fatales.
Divergent, es una dura crítica a la estandarización de los sistemas educativos, y sobre todo, a las pruebas de aptitud[1], aprendizaje o desempeño, que permiten ordenar por listas de ranking a todos los niños y jóvenes, al grado de segregarlos, segmentarlos y estigmatizarlos por siempre, fuera de sus familias y controlados por el Estado.
La película critica también el status quo que se deriva de estas estandarizaciones que además promueven una competencia feroz por salir adelante. Una competencia amoral, insensible, cruel, donde los “incompetentes”, es decir, que no pasan las pruebas, están condenados al olvido, la muerte, y la segregación, o al mundo de los “factionless”. Los “factionless” son aquellas personas que no pasan las pruebas de aptitud, que son rebeldes, o “Divergent” (Divergentes: que discrepan), que no encajan en alguna de las cinco categorías en las que se divide a los jóvenes a partir de los 16 años de edad, según aptitudes “morales” (los honestos en Candor; los altruistas en Abnegation; los valientes en Dauntless; los pacíficos en Amity; y los inteligentes en Erudite).
Beatrice—quien se renombra como Tris—es el personaje principal del libro. Tries quien es personificada por la actriz Shaiele Diann Woodley—recordada por su papel protagonista junto con George Clooney en Los Descendientes—se angustia ante la inminencia de la prueba de aptitud y su decisión de unirse a alguna de las facciones, en las que se divide a los jóvenes. Una vez tomada su decisión a los 16 años de edad no tiene la oportunidad de cambiar; su destino está controlado, sigilosamente, por el Estado, a través de un intrincado sistema de competencia, selección y liderazgo.
En palabras de Tris:
Con cada momento que pasa me pongo más nerviosa (…) ¿Qué pasará si me dicen que no encajo en ninguna facción? Tendré que vivir en la calle, con los factionless. No puedo. Vivir como factionless no solo es vivir en la pobreza e incomodidad, sino divorciada de la sociedad, separada de la cosa más importante en la vida: la comunidad.” (Verónica Roth, Divergent. 2011. HarperCollins e-books).
Al final, el control del Estado, termina con una ciudad (Chicago) dis-tópica (anti-utópica) donde la élite gobernante controla todo, ordena todo, decide todo, mediante el uso de tecnologías de información y bioquímicas, y la separación de la población de acuerdo con sus “aptitudes” e “intereses”.
En el mundo de la realidad, lo que la película plasma, es el fuerte debate actual entre un Estado movido por la eficiencia, con ideología controladora, donde las élites saben todo y el pueblo nada, y el mundo de la pedagogía, donde el pueblo no existe, pero la persona sí; donde todo gira alrededor del crecimiento personal, la libertad, el deseo de ser y no ser; crecer, buscar y crear. La pedagogía rechaza todo modelo educativo que imponga un trayecto para los niños y jóvenes, sobre la voluntad de los niños y jóvenes de caminar por caminos nunca andados.
Son dos visiones completamente diferentes del papel de la educación: una, la estatista, controladora y eficientista, que decide por los niños, jóvenes y sus familias, y otra, la liberadora, que empodera a la persona para que decida qué hacer y a dónde ir. En la vida real no todo es dramático; pero a veces el drama nos ayuda a entender lo que sucede en la vida real.
Esta es una enorme lección para todos, pero sobre todo, para los ordenadores de sistemas educativos con gobiernos autoritarios en lo político, como algunos asiáticos no democráticos, o autoritarios en lo cotidiano, algunos occidentales que se dicen democráticos. Educar para competir y para ganar, puede tener consecuencias nefastas para los educandos y sus educadores. Si educamos para estandarizar perdemos creatividad, ingenio y curiosidad. Si premiamos el resultado de niños, jóvenes y maestros, con una simple prueba estandarizada, no sólo cometemos una enorme injusticia, sino dañamos virtudes cerebrales como el esfuerzo, la voluntad y la motivación intrínseca.
¿Como padres de familia qué queremos? ¿Niños educados en el autoritarismo mesiánico, o niños educados en la libertad?
Foto: http://veronicarothbooks.blogspot.com/p/books.html