Hace unas semanas publiqué, en este mismo espacio, un artículo acerca del actual estado de cosas, planteaba la urgente necesidad de negociar y de ceder las diversas posiciones que están en juego en la disputa política y educativa, en este momento difícil para la historia educativa del país. Parece que una propuesta basada en el diálogo es ahora más vigente que nunca. Hoy es urgente dialogar para construir acuerdos; así como es necesario alcanzar acuerdos para dialogar.
El diálogo es un encuentro entre dos o más posiciones que intercambian ideas y puntos de vista sobre su particular visión del mundo y de la realidad, con la finalidad siempre o casi siempre no sólo de conocer lo que los demás piensan de algún asunto en específico, sino de llegar a acuerdos y consensos. Pareciera que actualmente lo que menos interesa a los grupos en pugna es llegar a acuerdos… a acuerdos de verdad.
Vivimos bajo el cobijo de una coyuntura, la cual se caracteriza por mostrar un escenario totalmente escindido y contradictorio en posturas o posiciones. Por un lado, la esfera gubernamental tiende a imponer sus posiciones, bajo la falsa idea de que lo que ofrece al magisterio, a la sociedad y a la escuela pública es una reforma educativa, después de su fracaso debido a que no ha sido aceptada en casi ningún espacio. El diálogo ha sido sustituido por la fuerza pública, la amenaza, el encarcelamiento, incluso por las balas. Del otro lado, la denuncia y la movilización callejera ha sido la postura de los grupos y destacamentos de maestros, principalmente los aglutinados en la CNTE y en otras propuestas democráticas que han manifestado sus posiciones. El diálogo ha sido el gran ausente en uno y otro espacio.
Por otro lado tenemos que, como parte de las tradiciones y las prácticas educativas, la enseñanza para argumentar y para dialogar es otra de las asignaturas pendientes de nuestro sistema, en los pocos debates en que se invita a niños y niñas a participar se les hace creer que hay que derrotar las posiciones de los otros y no, como podría pensarse, aprender de sus posiciones a partir del derecho y la posibilidad de dar a conocer las propias. Es urgente el fomento de una cultura de diálogo en las escuelas y en la sociedad, pero más urgente es aun, que nos eduquemos para dialogar y que dialoguemos para educarnos. Esta dialéctica ligada al intercambio de ideas y de posiciones junto con la circulación de las palabras (como decía Eduardo Remedi), está vinculado todo con el derecho a la voz y a las palabras, a las palabras liberadoras como le llamó Paulo Freire.
Urge que regresemos a la tradición freiriana de la dialogicidad. El dialoguemos, en este momento es la prioridad número uno del sistema, es un compromiso en primera persona del plural que nos implica a todos, aun aquellos que cobijados por el autoritarismo (es decir por la inseguridad en sus posiciones), pretende hacer creer que la única visión del mundo es la suya y desea imponerla a cualquier costo, a cualquier precio y a como dé lugar.
Hoy vivimos tiempos de excesos en los fundamentalismos religiosos, políticos, culturales y hasta deportivos, el dispositivo pedagógico viene siendo la llave maestra que nos puede rescatar de toda atadura alienante. Aprender a dialogar y dialogar para aprender es la tarea, en ello, tanto el gobierno como el sindicato de maestros salen reprobados. Pero alguien tiene que enseñarles y es posible, que a través de los niños y niñas, podamos construir una nueva cultura cívica donde el diálogo sea la ventana que nos permita mirar toda la compleja realidad dentro de la cual vivimos, pero mirarla a través de las oportunidades que tenemos para avanzar en un proyecto incluyente de sociedad civilizadora.
Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Guadalajara. mipreynoso@yahoo.com.mx