Mejorar la educación es uno de los principales retos para nuestro país y en esta tarea los maestros tenemos un papel fundamental, y no sólo en la ejecución de planes y programas de estudio, sino en el entendimiento y la aceptación de la importancia que tiene el componente afectivo como elemento clave en esa mejora educativa. Es decir, si entendemos la educación como un proceso holístico por medio del cual el ser humano puede desarrollar todas sus dimensiones, la conexión emocional que hacemos con nuestros alumnos puede hacer la (gran) diferencia.
Para ejemplificar esto, relataré la siguiente experiencia:
Hace un par de años di un taller a subdirectores de secundaria en Toluca, Edo. de México, en el cual quería destacar el poder y el impacto que un maestro tiene en la vida de sus alumnos, para lo que les pedí que pensaran en ese maestro que los había marcado y que compartieran la experiencia.
Inmediatamente los participantes -todos maestros- empezaron a levantar las manos, escuchamos una historia tras otra: aquel maestro que pagó el boleto de graduación del alumno que no contaba con los medios para hacerlo, el maestro que le compró un par de pantalones al niño de los pantalones viejos, gastados y remendados, el maestro que supo escuchar, el maestro que se interesó por el alumno, el maestro de la sonrisa, en fin, buenos maestros todos ellos.
Y en medio de tantas historias bonitas, Catalina alzó la mano para contar su historia. Desde primer año de primaria había batallado con la escuela, para cuando llegó a quinto año de primaria sus lagunas educativas ya eran bastante grandes, pero más grande que eso fue la sentencia (de muerte) que su maestra escribió en su boleta de calificaciones: “Catalina es tan tonta que no sirve ni para sirvienta.”
Con esas palabras, crueles y poderosas, la maestra asesinó a Catalina.
Y como si no hubiera sido bastante, la maestra se entrevistó con la mamá de Catalina para convencerla de la imbecilidad de su hija. Es inútil que Catalina siga estudiando, le dijo, jamás terminará la preparatoria.
Sin embargo, la mamá de Catalina quería que su hija terminara la primaria, así que la dejó quedarse en la escuela.
Así pues, Catalina empezó el sexto año descorazonada, pero con una nueva maestra y una nueva oportunidad. La nueva maestra se dio cuenta enseguida de su dificultad para aprender, así que le prestó más atención poniendo en ella especial interés.
Catalina respondió al interés de su maestra, pero no fue suficiente, dentro de ella todavía podía escuchar las crueles palabras con las que se le había condenado.
Catalina necesitaba más, necesitaba esperanza, necesitaba creer en ella misma.
Un día después de clases, la nueva maestra de Catalina le dijo que ella sabía leer la mano y que le gustaría leer su mano. Catalina sintió mucha curiosidad por conocer lo que el futuro le depararía, así que le tendió cándidamente su mano a la maestra.
La maestra miró detenidamente la mano de Catalina, al cabo de unos instantes le mostró una gran sonrisa diciéndole que en su mano veía -muy claramente- que se graduaría de preparatoria, y no sólo eso, también terminaría la Escuela Superior para convertirse en maestra.
Cuando Catalina terminó de contar su historia ya teníamos todos los ojos llorosos porque sabíamos que la lectura de mano que le había hecho su maestra se había hecho realidad: Catalina se hizo maestra, una buena maestra, y después de años de esfuerzo y trabajo había llegado a subdirectora de la escuela en la que había laborado. Nos pusimos todos de pie para aplaudir su determinación reconociendo y agradeciendo a la maravillosa maestra que supo darle esperanza cuando más la necesitaba.
Seamos también aquellos maestros que marquen una diferencia, seamos aquellos que lleven esperanza, alegría, amor y sabiduría.
¡Feliz día del maestro!