En su conferencia reciente en la Universidad de Colima, Juan Pablo Arroyo, subsecretario de Educación Media Superior, expuso un documento que sintetiza las ideas centrales del nuevo gobierno para ese tipo educativo. El énfasis en mi artículo está en dos temas: el problema estructural del abandono escolar y los rasgos de la “nueva escuela mexicana”.
El power point abre con los “desafíos clave”. Encontramos una repetición de lugares comunes: cambiar la forma de aprendizaje en el aula, una idea recurrente que ya proclamaba Juan Amos Comenio cuando escribió “Didáctica magna” en el siglo XVII; hacer del docente y del directivo un agente de cambio, lograr que toda la comunidad participe en el proceso de cambio o tener instalaciones y conectividad adecuadas no son tampoco novedosas. Inquietante es el último: buscar la “sustentabilidad financiera”. No anticipo juicios.
Seis son los ejes de la política pública para educación media superior, solo enlisto: educación con calidad y equidad, contenidos y actividades para el aprendizaje, dignificación y revalorización del docente, financiamiento y recursos, infraestructura educativa y gobernanza del sistema educativo.
Luego aparece el diagnóstico de algunos problemas del sistema educativo. De acuerdo con el seguimiento (datos de la SEP) de la generación que ingresó a la primaria en el ciclo 2001-2002 y culminó la licenciatura en el 2017-2018, solo 24 de cada 100 egresaron de la carrera profesional. En todas las transiciones, desde la primaria, hay pérdidas cuantiosas: 8 niños durante los años de la primaria, 16 en secundaria y 24 durante la media superior. La enseñanza superior también perdió casi un tercio.
La tasa de abandono escolar en media superior es notablemente alta; según datos del INEE, más de 700 mil estudiantes expulsados del sistema cada año. 7 millones por década es una barbaridad, y coarta la posibilidad de concretar el derecho a la educación e impide al país una ciudadanía con buena formación intelectual, cultural, técnica.
Aunque el país avanza en el acceso, el embudo dentro del circuito escolar persiste. Otra gráfica del subsecretario lo reconfirma. En el ciclo escolar 1990-1991 la tasa de abandono escolar se ubicaba en 18.8 %, con un pico de 19.8 en el ciclo 1996-1997, a partir del cual desciende en la década siguiente, pero en los últimos cuatro años registrados se estancó: 13.7 % en el más reciente (2016-2017).
Un primer reto enorme se instala con estos datos: cuando faltan tres años para lograr la universalización de la educación media superior, el país le adeuda estudios a más del 20 % de los jóvenes en edad de cursarla, y una vez en la escuela, garantizar que egresen y terminen con buena formación, tarea hoy imposible. ¿Con las ideas planteadas por el gobierno federal será factible? ¿La 4T reducirá el déficit? ¿Será posible resolverlo cuando los datos disponibles arrojan evidencias inquietantes? Veamos un poco.
De acuerdo con los datos de 2012 citados por el subsecretario, el abandono escolar en media superior es propiciado por los siguientes factores: entre las mujeres, el más alto es el embarazo adolescente, casamiento y “disgusto” por estudiar, razón que aparece como la principal entre los hombres, seguida de “problemas personales con la madre, el padre…” y baja autoestima. La pregunta se redacta sola: ¿cómo impactarán las becas universales entre las escuelas públicas en la reducción del problema del abandono y la mejora de la permanencia? Las evidencias aportadas en un artículo publicado recién en “Distancia por tiempos”, de Nexos, son contundentes: las becas no retienen a los estudiantes ni inciden en la formación.
La nueva escuela mexicana en la 4T
El otro tema que interesa analizar es la llamada “nueva escuela mexicana” en media superior. Una gráfica resume el “Modelo de desarrollo integral de jóvenes en el bachillerato”. Describo. Cuatro ámbitos transversales en el centro: historia, comunicación, pensamiento matemático y cultura digital; tres áreas: humanidades, ciencias sociales y ciencias experimentales, luego, en el circulo más amplio, responsabilidad social, deporte, educación sexual, artes y habilidades socioemocionales. ¿Alguna novedad?
Los rasgos que procurará promover la formación integral son: identidad, responsabilidad ciudadana y transformación de la sociedad. Enseguida se desvelan los rasgos de la nueva escuela mexicana en el nivel medio superior: los estudiantes aprenden en espacios múltiples, escolares y comunitarios; requieren aprendizajes disciplinarios (ciencias experimentales, sociales y humanidades) y transversales (pensamiento matemático, historia, comunicación y cultura digital); desarrollo personal y social a través de habilidades socioemocionales; opciones presenciales, semipresenciales y en línea, en bachillerato propedéutico, tecnológico, profesional técnico y capacitación para el trabajo, con flexibilidad entre las opciones, lo que antes pretendieron con la “portabilidad”.
Luego viene una innovación: a quienes no ingresen a la educación superior o al mundo del trabajo durante el primer año, se les dará ¡un año más de formación adicional!, para certificación de competencias en arte, informática o salud. La propuesta revive una vieja polémica: ¿es innovación pedagógica o un mecanismo de contención frente a la exigencia de más espacios en licenciatura o empleos?
La idea de transformar procesos de enseñanza-aprendizaje es una paráfrasis de los pilares de la educación del “Informe Delors”, ahora bautizados como: saber aprender, saber aplicar, saber convivir, transformar el entorno, cuidar la vida individual y social para el bienestar de todos.
El documento repasado sirvió de guion para una conferencia. No leí un texto que sustancie ideas o las desarrolle con mayores elementos. Muestro lo que se expuso y comento, pregunto. Con esa advertencia, creo que el único elemento novedoso es la expansión de un año más de la escolaridad para los “rechazados”, mal llamados así, por ser excluidos de una universidad o un puesto de trabajo, con efectos indescriptibles en todos los sentidos, desde lo personal, hasta las implicaciones financieras o escolares (¿cómo, con qué y qué instituciones los certificarán?). Una apuesta que podría ser benéfica, sin duda, pues sería preferible tener a los jóvenes preparándose para “certificaciones”, aunque también podría terminar convertida en la llave de paso que cierre la posibilidad de soluciones estructurales.