Un abrazo solidario para mi amiga y colega en estas páginas, Fabiola Guarneros Saavedra
Pues bien, la urnas ya dictaminaron. En octubre tendremos presidenta. Los trastornos que deja el gobierno de Andrés Manuel López Obrador pueden agravarse o, tal vez, comenzar a resolverse, dependerá del liderazgo de Claudia Sheinbaum. La inseguridad, la insalubridad, el desempleo formal y muchos otros desarreglos son colosales. También la educación nacional, está al borde de la crisis.
La presidenta y a quien designe para guiar la Secretaría de Educación Pública, enfrentarán cinco desafíos que —cierto— provienen de larga data, pero se agravaron en el presente gobierno. Si la futura presidenta quiere comenzar a solventar lo que prometió en su campaña, tendrá que aplicarse a fondo para poner en práctica sus propuestas de gobierno para la educación y enfrentar los retos. Se requiere determinación, perseverancia y una administración de la tecnología del poder adecuada a las circunstancias. Van en tándem:
Primero, aprendizajes. No obstante que ya no hay datos contundentes por la ausencia de exámenes, para nadie es un secreto que los alumnos de las escuelas mexicanas no aprenden lo que se supone deben asimilar. Al menos no lo hacen por completo. El aprendizaje de matemáticas es muy bajo, el de ciencias más aún y el de la lengua y al escritura en niveles de desastre. No se diga de materias como civismo, geografía e historia.
La apuesta consiste en implantar, con pausa y consultas a granel con docentes, investigadores y padres de familia sobre un nuevo currículo y libros de texto. El plan y libros de texto que puso en marcha la Cuatroté no son útiles, muy abstractos y vagos, además de estar cargados de ideología (claro, siempre hay tendencia en los materiales de estudio, pero no en modo doctrinario).
Segundo. Disminuir las brechas en la entrega de servicios y el desempeño. En resumen, los pobres reciben menos que los de clase media (los ricos van a escuelas privadas) y lo segmentos urbanos reciben más que los de las áreas rurales; los campesinos y descendientes de pueblos originarios, al igual que los vástagos de los afromexicanos se encuentran en lo más bajo de la escala. Como alguna vez apuntó Amartya Sen, apoyar a los sectores sociales pobres es un acto de justicia social.
Promover la equidad social es fundamental para conseguir una nación justa, democrática e igualitaria; que sea congruente con el desarrollo global, además.
Tercero. Trabajar en serio con y para los maestros. Las escuelas normales requieren de una rehabilitación total. La formación inicial y la actualización de los docentes deja mucho que desear. Se requiere más que buenas piezas oratorias —que elevan su espíritu de cuerpo, pero nos sus habilidades profesionales— y cambios superficiales en sus currícula. Es una premisa de que sin buenos docentes no hay buena educación. Muchos maestros y más maestras, están deseosos de desempeñarse a altura de los requerimientos de la nación, pero carecen de los medios y estímulos para ello.
Cuarto. Dinero suficiente. La llamada austeridad republicana del gobierno que está por concluir contribuyó a que el deterioro del sistema educativo mexicano fuese mayor que en las décadas pasadas. Buena parte del presupuesto público se destinó a obras faraónicas y a programas sociales que tienen mucho de clientelismo y control político. Una reforma fiscal es impopular pero necesaria. El gobierno de Claudia Sheinbaum comenzará con la caja casi vacía. Sin recursos cualquier programa, por bueno que sea, puede quedar en el tintero.
Quinto y más serio. Tendrá que lidiar con un monstruo bicéfalo denominado Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y su facción radical y pleitista, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Este es un desafío mayúsculo para el cual la candidata ganadora no hizo propuestas, para los cuatro anteriores sí. De este asunto me ocuparé en mi artículo de la semana que entra.
Atención. No pretendo tener la verdad ni recetas mágicas para solucionar los problemas. Puedo imaginar cómo el mundo de la educación pudiera ser mejor (la edutopía), pero no la tecnología del poder para llevar a la práctica esas ideas.