Los resultados de la delegación mexicana en los Juegos Olímpicos de Río levantaron fuertes cuestionamientos hacia los dirigentes deportivos. La pregunta es si haber ganado cinco medallas en total (tres de plata, dos de bronce) es un fracaso de la política pública o si solo es reflejo de las condiciones con que se desarrolla el deporte de alto rendimiento en nuestro país. No debemos olvidar que en el medallero, México apareció por debajo de Colombia, Cuba, Jamaica y Brasil —el anfitrión—con ocho, 11, 11 y 19 preseas, respectivamente.
Frente a estos países latinoamericanos es difícil sostener que nuestro mal desempeño deportivo se debe a la pobreza. Somos más ricos económicamente que Cuba, Jamaica y Colombia, por lo tanto, este argumento —que tanto fascina en América Latina— debe ser revisado. Habrá que buscar explicaciones más profundas.
El Programa Nacional de Cultura Física y Deporte 2014-2018 señala que los resultados deportivos que ha obtenido México en el contexto internacional no son proporcionales a la densidad demográfica y la dimensión del país. Según este documento, si tomamos como referencia el Índice de Desarrollo Humano, nuestro país “debería y podría estar mejor situado en el listado de potencias deportivas mundiales”. En eso coincide Aurelio Nuño, secretario de Educación Pública. Como si le faltarán cosas que defender, este servidor público expresó, en entrevista con Carlos Loret de Mola, que “más allá del ambiente y diversas polémicas, el resultado de nuestro país es consistente con lo que ha tenido en las última cinco olimpiadas”.
El promedio de medallas obtenidas por México, asienta el secretario, es de cinco y fue exactamente ese número el que se obtuvo. Pero antes de que lo acusáramos de conformista, Nuño aclaró que por el tamaño del país en términos económicos y poblacionales, “deberíamos estar tirando a mejores resultados”. Por lo tanto, dijo, debemos “tener una reflexión de lo que se tiene [que hacer] para que esto mejore”.
Nuño hizo bien en advertirnos que no debemos rasgarnos las vestiduras con los resultados obtenidos en Río. En promedio e históricamente, hemos sido malos. Solo en 1968 se ganó el mayor número de medallas (9), aunque no olvidemos que México era el anfitrión y eso da ciertas ventajas para competir en los deportes de conjunto, como bien señala Salvador Ruiz de Chávez, brillante ex seleccionado nacional.
Pero lo que ya no estuvo tan bien fue que el titular de la SEP asegurara que “ahora” debemos hacer una reflexión de las condiciones que tenemos para mejorar. Hace tres años que ellos tomaron el poder ya habían detectado cuáles eran los problemas de la política del deporte y ¿qué han hecho?
El Programa Nacional de Cultura Física y Deporte 2014-2018 reveló un preocupante diagnóstico. Sólo ocho fortalezas, seis oportunidades contra 22 debilidades y 11 amenazas.
Entre los factores identificados para explicar el bajo logro deportivo están desde cuestiones de infraestructura y financiamiento hasta aquellos relacionados con los hábitos de los propios individuos en materia deportiva. 56 por ciento de la población mayor de 18 años en este país es inactiva físicamente, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). ¿Se debe esto a la falta de oportunidades o de plano no nos gusta hacer deporte? Esto no lo responde el gobierno en su documento de política.
Pero aparte de los factores arriba mencionados, existen otros de naturaleza distinta y sobre los que quisiera centrarme. Me refiero al ámbito institucional, es decir, a ese conjunto de reglas formales e informales con que actúan los agentes deportivos.
El Programa Nacional de Cultura Física y Deporte de este gobierno detecta que tenemos una “obsoleta Legislación Estatal en Materia Deportiva” y reafirma: “Ninguna Legislación Estatal de Cultura Física y Deporte ha sido alineada con la Ley General de Cultura Física y Deporte vigente”. Aparte de esto, se reconoce que hay una “debilidad funcional” de la Conade (Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte) para manejar 35 “Entidades Deportivas” y más de 80 organismo deportivos nacionales”.
Además, el Plan de Estudios en Educación Física no se diseña en colaboración con la Conade y por si fuera poco, “ninguna Asociación Deportiva Nacional había cumplido [en 2013] con la comprobación de los recursos públicos que le había otorgado la ConadeE en años anteriores”.
Al igual que en el sector educativo, parece ser que en el ámbito deportivo también carecemos de leyes apropiadas y de una legítima autoridad que sepa conducir los cambios necesarios. Además, tenemos desarticulación entre organizaciones y una terrible opacidad. Pero contrario a como hace sentir a los maestros, Nuño declaró hace unos meses que respaldaba al titular de la Conade, Alfredo Castillo Cervantes. El espaldarazo del secretario provino después de que las federaciones deportivas había acusado al titular de la Conade de “no conocer el sistema deportivo y abusar de su poder para ejercer acciones fuera de la ley contra las propias federaciones” (El Universal, 30/11/15 nota de Julián Sánchez).
Como en Michoacán, hay un pleito entre distintos bandos. Ante las acusaciones de las federaciones, Castillo reaccionó diciendo: “Lo que termina pasando en nuestro país es que al no haber una evaluación de resultados y siempre dar y dar y dar dinero a dirigentes con 20, 25 o 30 años que han permanecido en esas posiciones de manera interrumpida, [han hecho del deporte] un gran negocio. Se adueñaron del deporte y al adueñarse del deporte, pues tuvimos grandes atletas que, al mostrar su inconformidad, vieron terminadas sus carreras” (El Universal, 30/11/15 nota de Julián Sánchez).
Parece ser entonces que en el sector deportivo estamos reproduciendo los mismos vicios que en el educativo o universitario. Entrevistado para este artículo, Max Niño, ex seleccionado nacional en remo y que ahora vive en Inglaterra confesó: “yo dejé ese deporte porque aún cuando dimos el tiempo para ir a los [Juegos Deportivos] Panamericanos de Mar de la Plata [1995], los jerarcas de la federación prefirieron llevar a un grupo de chavas en donde estaba la hija del presidente de la federación. Al final, las chavas fallaron; no dieron los tiempos esperados”.
El favoritismo, dedazo y nepotismo daña considerablemente la vida pública de México. Crea “mal humor social”, entre otras cosas. Así que la próxima vez que se queje de nuestro desempeño en alguna rama (académica, deportiva o educativa) piense si el mérito es o no importante. ¿No deberíamos ya darle un lugar preponderante por encima de nuestros credos y conveniencias?