Se dice que México es “el país de no pasa nada”, y con justa razón. Cuando Fecal se robó la presidencia en 2006 y encima se pitorreó del país (“el chiste es que gané, haiga sido como haiga sido”), nada pasó. Cuando el PRI hizo lo propio en 1988 y en incontables elecciones federales, estatales y municipales, igualmente nada pasa. Cada vez que un periodista es asesinado, nada pasa. 43 normalistas “desaparecieron” cuando el Ejército Mexicano los entregó a la Policía Municipal, y sólo unos escuálidos charales fueron aprehendidos; peces gordos, ninguno. Cuando una guardería de Sonora se incendió con 50 bebés adentro, sólo a las maestras que lograron salvar a algunos se les acusó y consignó; a los altos funcionarios estatales y federales nada les pasó. Lo mismo cuando explotó la gasera de San Juanico, que mató a más de 400 y dejó con quemaduras de por vida a miles. Y cuando 65 mineros quedaron enterrados vivos por el derrumbe de la mina de Pasta de Conchos, Coahuila, nada pasó. Cuando el gobierno rescata a los banqueros con dinero de los trabajadores, nada pasa. Cuando miles de mujeres son asesinadas en Ciudad Juárez o en Ecatepec, nada pasa. Cuando el presidente y su esposa nos restriegan en la cara que ellos se dan vida de reyes a nuestras costillas, nada pasa. Y así siguiendo, podríamos llenar 10 tomos y no acabaríamos con el “no pasa nada, aquí no pasa nada”. Nadie es responsable, excepto los quemados, aplastados o defraudados. Nadie de arriba es acusado, perseguido ni encarcelado. A nadie se le molesta, más bien se les premia. ¿Y por qué? Porque todo en este país es “con estricto apego a derecho”, y el “sistema de justicia”, y las leyes mismas, están hechos para servir a quien puede pagarlos; y los que pagan no pagan para que les peguen.
Fraudes electorales, secuestros y desapariciones, masacres y ejecuciones, crímenes salvajes, saqueos y delitos de cuello blanco, represión y tortura a luchadores sociales… y nada pasa. México agoniza de impunidad, y aunque millones salgan a las calles, nada pasa, nada cambia. ¿De qué sirve “quejarse”, entonces? Da gracias que al menos estás vivo, no como los quemados de la guardería ABC, de San Juanico, o de Ayotzinapa.
La semana pasada (segunda semana de marzo, de 2016) pasó algo que, comparado con las tragedias arriba descritas, es realmente NADA… se dirá. Pero lo es. Porque en esta historia de infamia nacional, ¿qué tanto es un fraude electoral en un minúsculo Departamento de una universidad que ni siquiera es Nacional?
El resumen de los hechos es este: para realizar el cambio de Jefe del Departamento de Estudios Institucionales de la UAM Cuajimalpa, se abre todo un proceso de “auscultación”, con diversas etapas, y en donde se convoca a toda la comunidad a “expresar su sentir”, primero para nombrar una terna de candidatos, y luego para elegir a quien ocupará el cargo por 4 años. A través de votaciones “indicativas”, decenas de cartas, y de todo el intrincado mecanismo de auscultación, quedó claro que la comunidad se sentía inclinada por el Dr. José Luis Sampedro para ser el próximo jefe de departamento. Vean con sus propios ojos, estimados lectores:
Pero la democracia uamera, discípula aplicada de la Tragicomedia Nacional, dicta que todo ese mecanismo de “auscultación” no sea sino un acto teatral, sin mayor valor que el de provocar lágrimas y risas, porque en realidad quienes votan y eligen son sólo los 10 integrantes del Consejo Divisional, de los cuales 6 (sí, seis) decidieron votar en contra del “sentir” de la comunidad y en vez de elegir al Dr. Sampedro eligieron al Dr. Vargas, mientras que los otros 4 consejeros si votaron por el Dr. Sampedro. Leyó bien: sólo 6 individuos, de los 1500 que integran la comunidad universitaria, decidieron que el bueno era el candidato oficial. Y los 91 que se tomaron la molestia de “votar” por el Dr. Sampedro durante la “auscultación” sólo estaban ahí en calidad de “extras”, de telón de fondo, de utilería, para dar realismo a la farsa teatral–electoral.
Este es el “incidente” uamero, que no tendría ninguna importancia si no fuera porque la misma historia se repite una y otra y otra y otra vez cada que hay cambio de director, coordinador, rector, o cualquier otro cargo universitario, no sólo en la UAM sino en la UNAM (me consta desde que tengo memoria) y en casi cualquier universidad mexicana. Cualquier semejanza entre estos micro-fraudes y los macro-fraudes electorales del PRI a lo largo de toda su historia, no es mera coincidencia. Porque todo empieza a nivel local y micro. En las interacciones entre autoridades y ciudadanos dentro de instituciones supuestamente creadas para proteger, curar o educar, como son los juzgados, los hospitales o las escuelas. Es bien fácil acusar al “sistema injusto”, al “gobierno corrupto”, o al “narco-partido”; pero es tabú acusar a las sacrosantas instituciones educativas. Sin embargo, he pasado mi vida en éstas instituciones y puedo afirmar que en ellas no sólo se enseña matemáticas, ciencias o español, sino también autoritarismo, antidemocracia, obediencia, sumisión, fraude y simulación. Y a diferencia del curriculum formal, en Antidemocracia y Simulación, la enseñanza sí es de Excelencia. Como especialista en educación, puedo explicar por qué: todas las teorías del aprendizaje (Piaget, Vigotsky, Bruner, etc.) y todas las teorías pedagógicas (Freinet, Montessori, Dewey, etc.) coinciden en un punto: se aprende mejor haciendo que hablando.
Por ello, en este país nada va a cambiar (el gobierno corrupto, el sistema injusto, etc.) si en los pequeños espacios donde sí tenemos capacidad de actuar y decidir, dejamos hacer y dejamos pasar estas “pequeñeces”, estos mini actos de corrupción que no son sino reflejos a escala micro de la podredumbre a escala macro en que vivimos.
Es por eso, porque estamos hartos de vivir en “el país de no pasa nada”, que no podemos dejar hacer y dejar pasar el “mini-fraude” del Consejo Divisional de Ciencias Sociales y Humanidades la UAM Cuajimalpa. Frente al ejército mexicano que colaboró con los asesinos de Ayotzinapa, o frente a los corruptos de la Casa Blanca presidencial, poco podemos hacer a título individual, sin arriesgar la vida. Y frente a la maquinaria político-electoral-mediática que roba elecciones presidenciales, hemos salido por millones a las calles, pero no hemos logrado revertir los atracos. Pero aquí, donde pasamos buena parte de nuestra vida cotidiana, en nuestros centros de trabajo o de estudio, en las universidades que se dicen formadoras de inteligencia crítica y valores éticos, sí podemos hacer algo significativo. Y lo primero es desconocer ese proceso “electoral” fraudulento, que convoca y moviliza a estudiantes, académicos y trabajadores para “expresar su sentir”, y al final deja que una minoría de 6 individuos, escudada en el anonimato del “voto secreto”, decida e imponga exactamente lo opuesto de ese sentir.
Dice la sabiduría popular, y dice bien, “se educa con el ejemplo”. Y el ejemplo cotidiano que dan nuestras escuelas y universidades es el de un divorcio sistemático entre teoría y práctica. Campus universitarios donde se imparten cátedras tituladas Ciencia Política I, Teoría de la Democracia II, o Filosofía del Derecho III, pero donde en los hechos se enseña Amarre de Votos I, Toma de Decisiones en lo Oscurito II, o Ejercicio del Fraude IV. Universidades donde se acarrea a grupos de alumnos para ir a votar y al llegar a la casilla se preguntan entre sí: “¿por cuál Téllez nos dijeron que votáramos?”, (había dos candidatos de apellido Téllez).
No se educa diciendo sino haciendo, y esta es la incongruencia en el corazón de nuestras universidades. Si fuera teatro nos daría risa y sería aplaudido como teatro del absurdo. Pero no es teatro y sí es absurdo. Y lo absurdo de lo absurdo es que en las instituciones donde se enseña y se estudia el Derecho, este tipo de cosas se hacen también “con estricto apego a derecho”. Legal pero ilegítimo. En este país de “no pasa nada”, comenzarán a pasar cosas cuando las propias universidades reconozcan y reparen esta insostenible paradoja conceptual.
Profesor-Investigador de la UAM-Cuajimalpa