El artículo 3 de la Constitución considera a la democracia “no solamente como una estructura jurídica y un régimen político, sino como un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”.
El vocablo civismo surgió con la Revolución Francesa y la secularización del Estado. A grandes rasgos significa la aceptación de reglas que permiten a los humanos vivir en sociedad, respetar los derechos de los demás y cumplir con las obligaciones comunes.
Educación cívica o educación ciudadana o, en México, formación cívica y ética —de acuerdo con la propuesta curricular para la educación obligatoria que hace a SEP— se plantea como un espacio “formativo que propicia en los estudiantes la reflexión, el análisis, el diálogo y la discusión en torno a principios y valores que contribuyen en los alumnos a conformar una perspectiva ética y ciudadana propia, en su actuar consigo mismo y con los demás”.
Desde la polis griega, el ejercicio de la democracia requiere de un ambiente de debate y consenso dentro de la libertad. No obstante, a lo largo de la historia los enemigos de la democracia han gobernado sobre pueblos y naciones. La democracia, como régimen político de cierta envergadura, apenas tiene poco más de 200 años de vida. ¡Y siempre bajo amenaza!
En la historia de México la democracia es más joven aún. Apenas comenzamos a vivir su experiencia y, para desgracia de la nación, la desilusión cunde por dondequiera porque los políticos la deprecian con sus acciones. A pesar de ello, los ánimos democráticos sobreviven y se abren campo.
No que se quiera comprar todo lo que se dijo en la séptima edición del Foro de la Democracia Latinoamericana —organizado por el Instituto Nacional Electoral y la Universidad Nacional Autónoma de México— pero hay asuntos que vale la pena considerar porque muestra afanes institucionales por avanzar por el camino democrático.
Por causas que desconozco, el rector de la UNAM, Enrique Graue, no participó en el Foro. El secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, fue quien le entró al tema de la educación cívica. Dijo cosas interesantes, claro, de acuerdo con la línea política que maneja. Tal vez lo más llamativo fue que no se encasilló en la formalidad de la formación cívica y ética que, al final de cuentas, desemboca en nociones de derecho positivo y en sugerencias de actividades escolares.
Hubo dos partes centrales en su argumentación. Primera, la Reforma Educativa es democrática porque terminó (todavía no) con un sistema clientelar y corrupto de asignación de plazas y puestos. Con ello, según Nuño, se encumbra al mérito sobre relaciones corporativas. Lo cual es una ventaja con respecto a lo que teníamos, pero eso no elimina prácticas verticales y autoritarias que todavía sobrellevan maestros y alumnos.
Segunda, Nuño alegó que el ejercicio de la democracia requiere de una pedagogía para debatir, argumentar, respetar, ver puntos de vista y tener una conciencia de la pluralidad que tiene la democracia. Ésa es la parte del debate político que se opone a la diatriba y al insulto. Además, complementó: “También requiere una pedagogía muy importante, de la que a veces se habla poco, y que es fundamental: la del respeto a las reglas”. Ésa es la forma de alcanzar consensos, la otra porción del ambiente político.
Sin estos elementos, la democracia siempre será frágil, expuesta a los ánimos autoritarios y a la supervivencia de relaciones corporativas. Éstas son las que impiden que la democracia sea como la define el artículo tercero.
Los críticos dirán —algunos tal vez con razón— que no son más que palabras. Pero prefiero apostar por que se lleven a la práctica —incluso con la presión desde abajo— a nada más juzgar y pensar que es imposible.