Los y las docentes son los principales protagonistas de los actos, los hechos, los resultados y los avances educativos; no hay más.
En este sentido desde hace muchos años se ha abierto un fuerte debate en torno a discutir si la carrera docente es un oficio o una profesión. Tratando de seguir la historia y la genealogía de la profesión, ésta inició como un oficio que requería una serie de habilidades básicas y especificas cuya tarea central era la de garantizar la transmisión de conocimientos y el acceso de los escolares a los mismos lo más fiel posible a la visión del que trasmitía.
En cambio, la noción de profesión estuvo ligada a la trayectoria y a los grados académicos, no sólo se exigió a la licenciatura como grado mínimo para ejercer la profesión docente sino que se amplió dicho horizonte con maestrías, doctorados e incluso estudios postdoctorales. Para los que son docentes en servicio (sobre todo en educación básica, media y media superior) no está plenamente comprobado que la mayor escolaridad de los docentes, garantice mejores prácticas y un mejor rendimiento académico.
Al oficio se le asocia con habilidades artesanales poco reflexionadas, las cuales no se recuperan en escritos o testimonios, mucho menos se sistematizan pero cuyo valor está en el compromiso y la disposición de los y las docentes, educadores y educadoras de ir mucho más allá, la carencia en la distinción por la profesión se compensa por la entrega y la mística en el trabajo.
La profesión docente desde su definición es más rigurosa, está pautada por criterios de grados académicos, de estándares de habilidades y competencias relacionados con conocimientos disciplinares, teorías pedagógicas y psicológicas, saber recitar manuales de investigación, conocer autores y sus aportaciones (aunque nunca se aparezcan ni por asomo en su aula de clase), es decir la profesión implica (en el peor sentido), aprenderse un discurso especializado sobre educación, que no se hace acción al interior del aula.
Desde mi punto de vista la contradicción es equivocada, la carrera académica implica un oficio pero también una profesión. Tan válidos e importantes son los saberes artesanales (por llamarles de cierta manera), como los científicos y especializados, lo importante es la capacidad y habilidad en el aula, para crear un clima favorable para el aprendizaje, para enganchar a alumnos y alumnas en el estudio, para fomentar un espíritu crítico y de indagación entre los que se forman, para entender que la tarea de enseñar hoy es limitada, pero la de aprender al lado de los escolares es infinita, etc.
El oficio y la profesión docente se funden en una ventana que abre una panorámica amplia y abierta que mira al futuro. Necesitamos mejores maestros y maestras que garanticen mejores alumnos y alumnas y los buenos alumnos y alumnos están reclamando mejores maestros y maestras que no se encuentran por ningún lado.
Recordemos como ya cité una vez aquí mismo que requerimos maestros y maestros cultos que sean capaces de garantizar una ventana abierta a los escolares por donde puedan mirar (aunque sea mínimamente) la cultura que la humanidad ha acumulado hasta ahora. Y en ello se requiere oficio pero también profesión.