Inmediatamente después del triunfo de Vicente Fox en el año 2000 y ante la pregunta de qué se podría hacer para ayudar al autodenominado “gobierno del cambio”, el escritor Carlos Monsiváis respondió sin titubeos que habría que criticarlo.
La ágil respuesta de Monsi resalta dos valiosos puntos. Primero, no había porque esperarse a ver si los programas del gobierno de la transición estaban o no funcionando. Dado que iba a haber, desde el primer día, acciones tácitas y explícitas, recursos públicos implicados, así como una conducta política revelada, el ejercicio intelectual no tenía porque aplazarse. La crítica al gobierno debía ser entonces atemporal. Segundo, en la respuesta de Monsi estaba presente también un rasgo de modernidad: a partir de un ejercicio razonado, la crítica podría tener un efecto en el proceder de los gobiernos para mejorar su actuación.
A veinte años de las observaciones hechas por el intelectual mexicano, y ante un escenario global y nacional muy distinto, ¿aún podemos confiar en lo oportuno de la crítica y en su efecto positivo sobre las políticas públicas? Habrá que discutirlo detenidamente. En la introducción del libro, Tiempo para la crítica (A time for critique), Didier Fassin y Bernard E. Harcourt señalan que la inestabilidad global ha ocasionado un flujo de interpretaciones contradictorias y sin fundamento por parte de los medios de comunicación. Además, algunos científicos sociales enfrentan cierto desorden y preocupación al no haber podido anticipar lo que venía. Por si fuera poco, estamos frente a la multiplicación de las llamadas “fake-news” y teorías de la conspiración que son un remedo del pensamiento crítico. Además, las redes socio digitales (social media) han desplazado los canales utilizados tradicionalmente por lo críticos en la esfera pública.
¿Estamos entonces ante el riesgo de restringir y dañar nuestra capacidad crítica? Creo que sí; y esto se explica no sólo por la llegada al poder de políticos populares y anti modernos o por el desplazamiento de los medios de comunicación tradicionales, sino por hacer a un lado algunos códigos centrales del ejercicio y del razonamiento intelectual. Por tanto, una crítica a los críticos es necesaria. Pero, cuáles serían estos códigos que hemos hecho a un lado y que ponen en riesgo nuestra capacidad de pensar crítica y razonadamente. Mencionaría al menos dos.
Primero, en tiempos en los que nos preocupa cuántos likes, retuits, citas o seguidores tenemos, habría que recordar que la crítica no busca necesariamente cumplir con fines utilitaristas. Es decir, al pensar y exponer nuestros argumentos críticamente, no se tiene porqué buscar la simpatía de todos para ensanchar nuestra satisfacción o felicidad. Al contrario, si el razonamiento fue construido con honestidad intelectual, puede incomodar a más de uno. En ciencia, reafirma SimineVazire, los “detectores de errores” pueden hacer que la investigación sea algo poco confortable, pero tal malestar es “saludable” para el pensamiento. No obstante, ser marginal en tiempos del ranking es algo muy pesado para el ego del académico o del intelectual.
Pero irritarse ante la crítica tendría que llevarnos a activar un segundo código: el del auto examen. Fassin y Harcourtasientan que para que la crítica mejore – y yo agregaría, para que los críticos demos en el blanco del problema – hay que reexaminar nuestros juicios. “La crítica debe involucrar su auto crítica”, dicen Fassin y Harcourt. ¿Y cómo lograrlo? El economista John Maynard Keynes decía que cuando los hechos cambian, él cambiaba su manera de pensar, “¿y qué hace usted?”, preguntaba.
Bueno, en México, algunos quizás le responderían a Keynes que ellos tienen “otros datos” y se empeñarían en “maromear”. Es decir, en distorsionar discursiva y lógicamente la realidad para tratar de ajustarla a los designios particulares de la corriente político-ideológica preferida. “Maromear” es también un verbo que podría considerarse como la antítesis de la crítica porque es inmune a la auto corrección. La auto afirmación derivada de esta inclinación tiene, en cambio, una capacidad real para cohesionar fuerzas en torno a la causa política preferida y no es original ni atemporal. Toma lugar al momento de defender la causa.
Finalmente, queda por responder si un gobierno estaría motivado a rectificar sus acciones a partir de la crítica.Dado que este contra balance de poder ha existido históricamente, no es extraño que algún líder político actual busque polarizar el debate para así descalificar más fácilmente al crítico y a sus ideas. Por esta razón, no hay tiempo que perder, como pensaba también Monsiváis, para ejercer la crítica detectando errores y auto corrigiendo nuestros razonamientos para ganar, además de votos, la batalla intelectual. Las ideas, como bien observa Steven Spinker, importan y una especie como la nuestra que vive por ellas ha evolucionado para preferir las que son correctas. Nuestro desafío, prosigue el psicólogo cognitivo de Harvard, será crear un ambiente informativo en el cual esta habilidad prevalezca sobre otras que nos llevan hacia el absurdo (Enlightenment Now. The case for reason, science, humanism and progress, 2018, Nueva York: Viking).