Mucho del desarrollo de nuestra personalidad, de la multiplicación de oportunidades y de la movilidad cultural y social de cada uno de nosotros se explica por los rasgos de quienes fueron nuestros maestros.
No hay reforma sin reformadores. No se aprende sin grandes aprendices. Si algo queda clarísimo en estos últimos años de avances y de conflictos en la política educativa en México, es que los planes y programas, e incluso la ley y toda la normativa derivada, no alcanzan para hacer realidad la educación de calidad con equidad a la que los mexicanos aspiramos.
Ayuda, sin duda, que el marco legal se haya pulido y que se haya desprendido a los maestros de la dura carga en la cual su trayectoria profesional dependía de los arbitrarios y extralegales mandatos de las dirigencias sindicales, de los controles partidistas o del entorno de influencia de los secretarios de Educación estatales.
Eran esos personajes torvos quienes definían si se entraba al servicio, o se promocionaba alguien para Director por su sujeción al líder, por su poder de compra, por sus afectos o parentesco, y no por ninguna razón auténticamente profesional y educativa. Si la escuela y sus maestros son la única oportunidad de millones de niñas, niños y jóvenes de cambiar su futuro, la ocasión de que su origen no sea su destino y ya no repitan el ciclo de marginación de su padres y abuelos, no pueden entonces la escuela y los maestros seguir atados a los usos y costumbres del clientelismo.
Ahora tenemos un sistema con parámetros y procedimientos previstos, que sería realmente mezquino e ignorante no reconocerlo como avance. Sin embargo, todos los días y en todo el territorio nacional hay que luchar para que la corrupción y la simulación no frustren de nuevo su potencial. No sólo aspectos de deficiente implementación, sino de desatinado diseño, hacen que las reformas –mejoras – nuevas disposiciones sean insuficientes. La ley por sí misma no alcanza para transformar lo que sucede en las escuelas, pues es sólo un marco: el desafío, la frontera real, está en las prácticas educativas.
Por eso, las maestras y los maestros reconocidos con el Premio ABC, “Maestros de los que Aprendemos”, son figuras profesionales y cívicas a las que mucho les debemos, porque son el ejemplo de cómo sí se puede. Son ejemplo vivo de que no podemos esperar a que toda la infraestructura sea adecuada, toda la burocracia funcional y todos los padres y madres estén atentos al aprendizaje de sus hijos, para sólo entonces empezar a ser un gran educador. Los ganadores del Premio ABC (que pueden ser conocidos y reconocidos en https://bit.ly/1UiqLwW) nos mostraron prácticas reales, concretas, de las que se aprende cómo desafiar el contexto, superar la pasividad y el prejuicio, no esperar que desde arriba y desde afuera, desde la SEP, la secretaría local, el supervisor, el libro o el manual algo les solucionara la vida; fue su talento y decisión, sus capacidades y compromiso de educadores profesionales lo que marcó la diferencia a favor de sus alumnos.
La transformación en la escuela depende en gran parte de ellas y ellos. Los maestros, que a diario toman decisiones, interactúan con sus compañeros y estudiantes de manera que puedan fomentar oportunidades de aprendizaje propio y de otros. Ellos y miles más son maestros que decidieron que no tienen por qué esperar.
Desde la sociedad civil seguiremos -con ellos y para ellos-, buscando que tengamos mejores leyes y mejores políticas públicas, todo lo que facilite, posibilite, y fortalezca la labor de los docentes en las escuelas y las aulas, una mejor implementación que requiere la voluntad de los gobiernos locales.
El derecho a aprender de sus niños tiene en estas maestras y estos maestros, la primera línea de defensa, la primera plataforma de creatividad, de resistencia y de innovación. Han devuelto con creces la confianza de los ciudadanos que es la base de sus nombramientos y el consentimiento de las familias que les confían a sus hijas e hijos cada día y cada ciclo escolar.
Desde hace once años, en Mexicanos Primero les reconocemos con el Premio ABC. “Maestros de los que Aprendemos”, les apreciamos, les admiramos, pero no los vamos a dejar en el pedestal; no son reinas de carnaval, ni “diputado por un día”, vamos a impulsar que sean actores relevantes y permanentes en las decisiones educativas de México. Tenemos tanto que aprender unos de otros, los activistas de los maestros y viceversa. Hay que darles las gracias por ser, gracias por entregarse a sus niñas y niños. Que nadie más se permita ya no reconocer el lugar que tienen en la marcha educativa del país.