Las circunstancias dictan un imperativo que no parecen atender los involucrados: asegurar la viabilidad financiera de las universidades públicas. Es tarea del Estado, por supuesto, principalmente de sus gobiernos, de sus diputados y de los rectores, pero se mira de soslayo o se confía en la generosidad de alguna mano invisible que vierta la solución. La mano no asoma y no asomará si no hay decisiones políticas e imaginación, hechos firmes y no la misma demagogia irresponsable.
El caso reciente de la Universidad Autónoma de Zacatecas y las latentes crisis financieras en otras instituciones estatales son una más, la enésima advertencia de una bomba de tiempo en medio de un campo minado. Pero las condiciones acelerarán estallidos cuando se acumulen las variables en curso: la crisis de los jubilados, el aumento de los gastos de operación y las necesidades, la expansión de las plantillas laborales, la ineficiencia de los gastos y el estancamiento de los presupuestos.
Unos y otros se miran a los ojos mientras discuten el tema presupuestal, cada cierto tiempo, como esperando que el otro tenga la solución. Pero no hay imaginación ni voluntad. El gobierno tal vez esperando que las universidades aumenten sus cuotas a los estudiantes e inventen nuevas fórmulas para obtener otros ingresos propios; las autoridades universitarias confiando en la palabra de quien ha dado muestras, hasta el cansancio, que se compromete de palabra una parte del año pero no mucho más. Los dos sexenios panistas son una lección contundente, aunque, ya se sabe, ellos no son los autores intelectuales, pues el financiamiento de la educación superior es un problema crónico, histórico, no coyuntural.
Los actores siguen atendiendo los síntomas, pero la enfermedad sigue intacta. En ese escenario los programas de austeridad son una buena excusa para recortar gastos en áreas incómodas, o en casi todas, pero hay que tener poca inteligencia para darse cuenta de que dichos programas no aumentan los recursos, sino, en el mejor de los casos, su eficiencia y gestión. Políticamente tampoco son rentables al interior de las comunidades, pues los recortes siguen dejando fuera áreas íntimas, que no pocas veces esconden inmoralidades y corrupción, mientras las cargas de trabajo siguen aumentando.
¿Pasará este cacareado sexenio de promesas transformadoras sin resolver este problema clave de la educación superior, la investigación y el desarrollo? En principio la “reforma educativa” (casi todos acuerdan: es más reforma y menos educativa) no incluyó a la enseñanza superior. ¿Habrá una versión 2.0 de la reforma?
Frente a la historia, que a veces nos hunde en el pesimismo (y nuestra historia en la materia es brutalmente nítida), ojalá empiece una nuevo capítulo de decisiones inaplazables y soluciones inéditas a la altura, por lo menos, de la mitad de las promesas.