En mi entrega de la semana pasada sostuve que a los programas universitarios de tutoría los circunscribe una problemática institucional compleja. Invitaba, por lo tanto, a reflexionar en dos direcciones: En primer lugar, si las estrategias para apoyar académica y personalmente a los estudiantes podían dar resultados cuando hacemos poco en nuestras instituciones para combatir dos vicios como el abuso de poder y el hostigamiento sexual.
En segundo lugar, sugerí que muchas de las prácticas regresivas de las Instituciones de Educación Superior (IES) son en parte creadas y recreadas por los propios agentes universitarios y esto se debe tomar en cuenta al evaluar los programas de tutoría. La medición de los efectos producidos por estas estrategias es tan importante como conocer la manera en que operan realmente nuestras instituciones.
Ante esta postura, varios colegas y lectores me hicieron llegar comentarios, críticas y diversos puntos de vista. Como un agradecimiento a su atención, quisiera ahondar sobre el tema de las tutorías en contextos sociales adversos y reafirmar la pregunta: ¿podrán ser útiles estos programas?
Dos problemas adicionales que rodean al esfuerzo universitario de la tutoría son; por un lado, el clima de inseguridad y violencia desatado a partir de la guerra contra el narcotráfico y por otro, la deficiente formación académica de los jóvenes que supuestamente se produce en los niveles previos al universitario.
Inseguridad y violencia
En 2011, la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) dio a conocer el Manual de Seguridad en las IES. Lo que motivó la aparición de este documento fue que “[l]a inseguridad ha tocado las fibras más sensibles de nuestra sociedad y ha mostrado la fragilidad y vulnerabilidad de los espacios educativos a nivel básico, medio superior y superior”. Con indignación vimos que en un fuego cruzado murieron estudiantes universitarios en Monterrey, Nuevo León. Además, los “levantones” dentro del campus se hicieron desgraciadamente comunes hasta que llegamos a un terrible momento: en septiembre de 2014, 43 jóvenes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa fueron desaparecidos y lamentablemente, seguimos sin saber la verdad.
Como la violencia ya desbordó “los límites de los recintos académicos”, la ANUIES asume que tales incidentes ya no dependen solamente de las fuerzas del orden, sino que ahora la atención de esta problemática debe darse con “la concurrencia y la participación de alumnos, profesores, personal administrativo y operativo, así como de las autoridades académicas de la IES”.
Ante esta ominosa realidad, ¿cómo tendrán que reconfigurarse los programas de tutorías? Durante el VII Encuentro Nacional de Tutorías de Guanajuato, varios participantes reaccionaron a este punto diciendo que quizás a los tutores no les toca lidiar con la problemática de la violencia y creo que tienen razón, pero agregaría algo más: son las universidades públicas de México las que deben exigirle abiertamente a los gobiernos en turno cumplir con su responsabilidad constitucional de salvaguardar la integridad física de los ciudadanos. La universidad pública tiene que asumir su postura crítica ante este problema nacional y no solo hacer manuales para explicar cómo manejar “incidentes” de manera “exitosa”.
Saber leer y escribir en la universidad
¿Qué hace un tutor para compensar las debilidades académicas que supuestamente arrastra el joven de los niveles previos al superior? ¿Quejarse o comprometerse con la formación actual del joven?
En 2013, la Revista Mexicana de Investigación Educativa (#57, Vol.18) publicó un número especial sobre las habilidades de lecto-escritura académica que poseen los jóvenes que cursan los niveles medio superior y superior. Gracias a la compilación realizada por Alma Carrasco y colaboradores, fuimos advertidos que es un error dar por sentado que los jóvenes universitarios poseen invariablemente competencias lectoras para desempeñarse eficazmente en el ámbito académico. Por ello, Paula Carlino, sugiere “alfabetizar académicamente” a los jóvenes.
¿Deberían los programas de tutoría universitaria incluir la “alfabetización académica” dentro de sus acciones específicas? ¿O será que esto tampoco “les toca”? Contrario al tema de la inseguridad, aquí sí creo que debe haber una responsabilidad directa del tutor para nivelar los conocimientos de los jóvenes estudiantes. En la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), por ejemplo, decimos que los programas de tutoría buscan fortalecer la “formación integral del estudiante” y queremos acompañarlo para que desarrolle sus “capacidades académicas”. Claramente, comprender textos científicos y escribir en este tono es una capacidad académica valiosa que tendríamos que cultivar en la universidad.
Pero ante este argumento, surge otro problema práctico. Para alfabetizar académicamente a los jóvenes universitarios se requiere preparación y tiempo. En el caso de la UAQ, las tutorías cuentan muy poco en términos de carga horaria. Una hora por estudiante al semestre es nada para nivelar los aprendizajes previos de los estudiantes. Eso si, la demanda burocrática-administrativa por brindar tutorías a los jóvenes es grande. Cuidado si no registras en el sistema las actividades de tutoría, no habrá constancia y por lo tanto, tampoco puntos para los estímulos.
El justo reconocimiento institucional para desarrollar eficientes programas institucionales ha tardado en llegar, de ahí que varios asistentes al VII Encuentro Nacional de Tutorías expresaran una reiterada queja a éstos. La tutoría entonces nos recuerda un problema constante de la universidad pública mexicana: programas que pueden ser relevantes, se desvirtúan cuando entran en la lógica del control burocrático-administrativo, el cual, poco tiene que ver con lo esencial de la formación universitaria: cultivar y ampliar las habilidades y facultades de los jóvenes para que puedan desempeñarse libre y responsablemente en la sociedades contemporáneas.