Fidel Ibarra López
En algún discurso, Fidel Castro llegó a reflexionar -en 1999- en torno al futuro del pueblo cubano ante la irrupción de la economía del conocimiento. Un estadio superior del capitalismo que tenía que enfrentar su gobierno y la sociedad cubana en su conjunto. Y la reflexión partía de las siguientes interrogantes: ¿de qué vamos a vivir? ¿Qué bienes y servicios vamos a exportar? ¿Qué producciones industriales nos van a preservar? ¿Sólo aquellas de baja tecnología y elevado consumo de trabajo humano y las altamente contaminantes? ¿Se pretende acaso convertir a gran parte del Tercer Mundo en una inmensa zona franca llena de maquiladoras que ni siquiera pagan impuestos? Y la respuesta que formuló Fidel Castro fue la siguiente: “viviremos del capital humano. Con ese Capital Humano podemos ayudar a muchos, con nuestra experiencia podemos hacerlo, y con esa experiencia podemos ayudarnos a nosotros mismos” (Escandell, 2007; p. 25). A la postre, esta respuesta de Fidel se convirtió en política de Estado y ahora Cuba tiene en su haber, la condición de ser una potencia en biotecnología a la altura de las principales potencias en la materia, como Estados Unidos, Francia e Inglaterra. Y supera de forma importante a otras más, como el caso de China y Rusia.
El párrafo anterior, bien podemos integrarlo para el caso de nuestro país de cara a los retos que nos plantea lo que se ha dado en llamar como Cuarta Revolución Industrial. Un estadio del capitalismo, donde el conocimiento, la Ciencia y el desarrollo tecnológico van a marcar el derrotero del siglo XXI. Y la pregunta va en el sentido siguiente: ¿de qué vamos a vivir en un escenario de la Cuarta Revolución Industrial? ¿Qué productos vamos a exportar? ¿Qué sectores económicos nos van a asegurar la sobrevivencia en las próximas décadas? ¿Qué desarrollo científico y tecnológico necesitamos para mantener en pie nuestra economía? Y a estas interrogantes, bien podemos agregar lo siguiente: ¿qué tipo de educación necesitamos para enfrentar los desafíos de la Cuarta Revolución Industrial? ¿Qué capacidades, habilidades y competencias profesionales necesita tener nuestro capital humano para enfrentar los retos de la Cuarta Revolución Industrial?
Lamentablemente, para el caso de México no se puede integrar una respuesta como la que dio Fidel. ¿Por qué? Por dos razones: en primer lugar, Cuba, a partir de su régimen de gobierno -dado que dependía de la voluntad de un solo hombre-, pudo configurar una política de Estado como respuesta a la complejidad del escenario que avizoraban desde 1999. Sentaron las bases desde el inicio del siglo XXI para conformar el capital humano que requerían. Con ello se adentraron a la construcción de una sociedad de conocimiento, apostando a la formación de conocimiento –gestión de conocimiento, innovación tecnológica, aprendizaje organizacional y capital intelectual-. Y se perfilaron a la economía del conocimiento. La isla caribeña contiene en sus adentros, un conjunto de contradicciones internas –debido al establishment político- que detienen el desarrollo que podrían alcanzar como sociedad; pero esas contradicciones internas van a cambiar paulatinamente, dado que la realidad va a terminar por imponerse al régimen cubano. Pero en lo que respecta a lo que aquí se señala, los cubanos lo han hecho muy bien. Hoy, en América Latina, se puede afirmar que Cuba se ubica en una posición estratégica en lo referente a la economía del conocimiento en áreas como la Biotecnología y la Informática, sin demeritar los avances que tienen en medicina. Hicieron en esos campos, una revolución dentro de la Revolución. Y ese fue uno de los grandes aciertos de Fidel Castro: insertar a su pueblo en la economía del conocimiento.
En lo referente a México -y esta es una consideración que se debe poner a debate en nuestro país-, el modelo presidencial impide construir políticas de largo aliento. La cortedad del periodo presidencial, a lo sumo, permite que se administre desde la medianía -por decirlo suave-, ciertos intereses nacionales. Y por la propia cortedad del periodo de gobierno, el gobernante en turno prioriza tres o cuatro agendas en su gobierno de acuerdo con la visión que tiene del país. Y si esas agendas que se priorizan se vinculan de forma directa con las tendencias de la economía global, el país sale ganando; si no, habrá que esperar hasta el próximo sexenio para ver si se ajustan las contradicciones internas y se recupera el tiempo perdido. Esa es la dinámica del modelo presidencial. Por ello, más de alguno observamos al modelo presidencial como un obstáculo para la construcción del desarrollo nacional. Desde nuestra perspectiva, nuestro sistema requiere de una reingeniería institucional para que pueda dar mejores resultados. Así como está, no nos sirve para la construcción de políticas de Estado que requieren un tratamiento de largo plazo.
En segundo lugar, Cuba pudo dar ese paso hacia la economía del conocimiento, no solamente por la decisión de Fidel Castro, sino porque hubo como condición previa; esto es, hubo un marco de convencimiento. Y esto último tiene que ver con el hecho de leer adecuadamente la realidad histórica que estamos viviendo. En México, el tema de la Cuarta Revolución Industrial, la sociedad y la economía del conocimiento, el capitalismo cognitivo y la revolución que está ocurriendo en áreas como la biotecnología, la robótica, la inteligencia artificial, la nanotecnología, el internet de las cosas, la computación cuántica o la inteligencia artificial, son materia de estudio y de interés solamente para los académicos y especialistas en la materia. Para el resto de la sociedad y el gobierno, el tema como proceso macrosocial, no es de su conocimiento; y, por ende, no es de su interés. Y como diría Gramsci: bajo esas condiciones, no hay condiciones subjetivas y objetivas en nuestro país para adentrarnos en la economía del conocimiento a los niveles que lo ha hecho la isla caribeña.
La referencia que he hecho a Cuba en el presente artículo no es una referencia inocente, por supuesto. No hay inocencia -como señala Carlos Lomas, especialista en la competencia comunicativa- cuando se usan las palabras. He hecho referencia a Cuba no solamente porque se constituye como un modelo pertinente para mi exposición argumentativa, sino sobre todo porque en el actual gobierno hay un vaso comunicante muy importante con el régimen cubano. Le imitan algunos elementos como el caso de los comités de defensa de la Cuarta Transformación -en Cuba son los Comités de Defensa de la Revolución CDR’s- y constituyen empresas públicas dirigidas por militares -como la que se constituyó para administrar el Aeropuerto Felipe Ángeles-. En Cuba, este tipo de empresas existen, el mejor ejemplo lo constituye el Grupo de Administración Empresarial (GAESA)-. En ese marco, si hay elementos que se le están copiando a Cuba, bien valdría que se le imitara en lo referente a su inserción a la economía del conocimiento. Ese elemento sí es digno de imitar.
Ahora bien, vayamos al punto central que nos interesa en el presente artículo: afirmo que no hay condiciones subjetivas y objetivas en México en lo referente a la inserción a la economía del conocimiento. Y esto se puede tomar como un exabrupto de mi parte, si se considera que hay sectores de la economía mexicana que están por entero en la economía del conocimiento. Y es verdad. Lo que está ocurriendo en el área de la industria aeroespacial y automotriz es importante, sin duda. Pero ese nivel de desarrollo que se ha adquirido en esos sectores no son producto de una política de Estado, son esfuerzos que se integraron a partir de una política de libre mercado que permitió que se instalara inversión extranjera directa ahí donde los capitales querían instalarse. Y ahora hay ciertos enclaves en el país donde se observa una economía del conocimiento como el caso de Querétaro y Aguascalientes.
Hay condiciones subjetivas cuando hay un marco de convencimiento por parte de la clase gobernante –como ocurrió con Fidel Castro- y, por tal motivo, se empuja una política de estado. Y hay condiciones objetivas, cuando se tiene el nivel de desarrollo –requerido- de las bases productivas. En México, no hay ni lo uno ni lo otro. Por tanto, en ese plano, toca plantear las preguntas obligadas: ¿de qué vamos a vivir en las próximas décadas? ¿De las manufacturas, el turismo? ¿De las remesas que nos envían nuestros connacionales? O dicho, en otros términos, ¿en dónde estará nuestro país en las próximas décadas? ¿Seguirá siendo un país manufacturero donde se contrata mano de obra barata o, por el contrario, estaremos dependiendo de nuestro capital humano, de las empresas que están insertadas en la economía del conocimiento y de nuestros progresos científicos? Ello va a depender del par dialéctico sociedad-gobierno. ¿Por qué? Porque –parafraseando nuevamente a Gramsci-, necesitaremos construir las condiciones subjetivas para que el poder político comprenda primero, y asuma después, la agenda científico-tecnológica como una agenda estratégica para el desarrollo económico del país.
Y es ahí donde cobran importancia las ideas.
Hay que dar la batalla en ese terreno.
Y esa batalla empieza por el eslabón más importante, la educación.
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