Ni para dónde hacerse, a cada rato aparecen denuncias de plagios de tesis o trabajos para titulación. Claro, hay diferencias de grado, Xóchitl Gálvez “la pendejeó” con varios párrafos, en tanto, la evidencia disponible muestra que la ministra Yasmín Esquivel lo único que no remedó de la tesis de licenciatura fue la sección de reconocimientos. El País documentó que la ministra también calcó cerca de 45 por ciento de sus tesis de doctorado.
Como lo recuerda Sergio Sarmiento en su columna Jaque Mate (Reforma, 21/09/23), la prensa también patentizó que Enrique Peña Nieto copió porciones extensas de un libro de su predecesor en el cargo, Miguel de la Madrid, y de otros juristas. Etcétera (03/04/23) averiguó que Delfina Gómez Álvarez también incurrió en plagio en su tesis de maestría del Tecnológico de Monterrey y que no hay certidumbre de que haya escrito una tesis de licenciatura en la Universidad Pedagógica Nacional.
Las reacciones de los plagiarios descubiertos fueron distintas. Xóchitl Gálvez no lo negó, reconoció el error y espera el juicio de la UNAM para decidir qué hacer. Pienso que la Universidad no puede retirarle el título, además no lo requiere para ser candidata a la Presidencia de la República, pero el hecho afecta su campaña política. La reacción de Esquivel Mossa fue lo opuesto, negó lo notorio, usó su rango dentro de la Corte para impedir que la UNAM dé a conocer el fallo de la Comisión de Honor y Justicia. No se inmuta porque tiene el apoyo del Presidente y de la Cuatroté.
Enrique Peña Nieto y Delfina Gómez hicieron como si les cantara un pajarito y apostaron a que pasara el tiempo de la prensa. Les funcionó, pero su falta de ética y honestidad intelectual quedaron para el registro histórico.
Mi esposa me constriñó a observar una disyuntiva. Quizá más de un político encumbrado o en ascenso mantenga en lo más recóndito del clóset su tesis que, en parte o toda, transcribió de otros autores. Ha de rezar porque no se haga pública su falta ética. A lo mejor un cínico también mantenga en secreto un pecado similar, pero “le valga”, confía en que no pasará nada.
Este dilema me hizo rememorar a un amigo de mi primera juventud. No sé, me dijo, por qué, después de 16 años de escuela, en la que nadie nos enseñó a escribir, me pidan una tesis para graduarme de abogado. Tenía ya varios años de pasante. Lo peor, señaló, es que uno de sus profesores le recomendó sin pudor que copiara alguna de otra institución o que juntara capítulos de varios libros. Cambió de giro, nunca se tituló.
Si en la vieja escuela mexicana no nos enseñaban a escribir, en la nueva parece que la situación será peor. Al menos a nuestra generación y a varias antes y después nos ofrecieron nociones de gramática y nos ponían ejercicios con verbos y tiempos, en la propuesta de la Cuatroté hay un desprecio por el conocimiento escolar, no sólo se elimina la esencia de las matemáticas, sino también de la lengua.
Mi consorte conjetura que, si se hiciera una revisión exhaustiva, el plagio sería la regla en muchas tesis. Tal vez esté en lo correcto. Claro, el que no se adiestre a escribir es una deuda del sistema escolar, pero no justifica el impudor de presentar como propias ideas y palabras de otros.
Muchas universidades usan software para disminuir el plagio, pero no resuelve la enseñanza de la escritura.
RETAZOS
Mi amigo Luis Ángel Martínez Diez, literato, periodista, poeta, profesor universitario y político tuvo un final trágico. El viernes 22 murió calcinado en su domicilio, en Durango. Al parecer, el fuego se originó en su recámara, donde él se encontraba. Todos llamábamos a Luis Ángel El Churumbel, tuvo una vida intensa, fue un polemista agudo, duro para el debate y, a la vez, agradable y de charla seductora. ¡Descanse en paz!