Rogelio Javier Alonso Ruiz
El titular de la Secretaría de Educación Pública, Mario Delgado Carrillo, informó en evento público una propuesta que, dijo, afinaría con el magisterio: transformar los Consejos Técnicos Escolares (CTE) en Comunidades de Aprendizaje. El funcionario complementó su oferta con la crítica hacia el énfasis burocrático que suele dársele a estos órganos colegiados.
Existen evidencias de directores y supervisores que han promovido exitosamente en los CTE, y en otras instancias, encuentros entre maestros y escuelas para compartir y reflexionar sobre sus prácticas educativas. Ese tipo de experiencias dejan claro el gran potencial que los CTE tienen en la mejora de la práctica educativa a través del aprendizaje conjunto. Sin embargo, pareciera que la proporción de casos no es significativa.
Los Lineamientos para la organización y el funcionamiento de los Consejos Técnicos Escolares de Educación Básica ya les asigna a estos órganos la tarea de promover “el aprendizaje entre pares y entre escuelas, con el fin de intercambiar conocimientos y experiencias enfocadas a la mejora del servicio educativo”. Si bien el secretario tiene razón en poner el acento en la función formativa, ¿no es ya el Consejo Técnico una comunidad de aprendizaje? ¿Qué hace necesario pensar en acciones especiales para el logro de este cometido?
Una primera respuesta a la última pregunta parece tener relación con las encomiendas asignadas al CTE. Los lineamientos le otorgan trece funciones, que van desde el diseño de los programas escolares, la elaboración y seguimiento de instrumentos de evaluación, la actualización, el intercambio de conocimientos entre profesores y escuelas, hasta el análisis y solución de los retos educativos. A estas tareas se añaden otras que no están contempladas en los lineamientos, como el codiseño. Si los CTE sesionan una vez al mes, cabe preguntarse si son suficientes tres (preescolar), cuatro (primaria) o seis (secundaria) horas cada treinta días para cumplir con efectividad todas las funciones asignadas. ¿No pasa entonces la propuesta del secretario por revisar y, en su caso, aligerar las encomiendas del órgano colegiado? El que mucho abarca, poco aprieta.
Un factor de fondo relacionado con lo planteado anteriormente es la inexistencia de horas no lectivas (es decir, fuera de clase) en la vida escolar. Las labores que deberían ser realizadas en ese tiempo (organización, planeación, evaluación, diseño de materiales, etc.) son absorbidas, en parte, por los Consejos Técnicos Escolares. Si existieran las horas no lectivas, el CTE podría descargar sus encomiendas. Ante rumores de extensión de las jornadas escolares, valdría la pena considerar la inclusión del horario no lectivo.
Otra respuesta a la necesidad de transformar los CTE pasa por sus actores y la marcada tendencia a reproducir los esquemas de trabajo emanados de instancias superiores. No se debe soslayar el sometimiento, voluntario o forzoso, de directores y supervisores para seguir casi al pie de la letra documentos orientadores que no termina por entenderse que son meras sugerencias. “¿Qué se tiene que hacer en esta sesión del CTE?” preguntan algunas autoridades escolares mientras revisan los materiales diseñados por la autoridad central. Obedecer y reproducir es más fácil que decidir y crear. ¿Qué tanto puede un CTE aspirar a ser una comunidad de aprendizaje cuando se limita a reproducir un documento de trabajo generado desde una lejana oficina ajena a su realidad escolar?
Es pues insuficiente el cambio de denominación de los CTE. Hace dos ciclos escolares, los documentos que marcaban las actividades a realizarse en los Consejos Técnicos pasaron de llamarse “Guías” a “Orientaciones”, con el supuesto afán de propiciar una mayor autonomía. La realidad es que las orientaciones siguen, en muchos casos, tomándose como mandatos transmitidos en cascada. Circulan todavía en internet diapositivas prediseñadas para presentar en los Consejos Técnicos a las cuales directivos y supervisores simplemente le agregan el nombre de su centro de trabajo, como si la sesión fuera la misma (¿o lo es?) en cada rincón del país. Poco o nulo efecto en las malas prácticas tuvo el cambio de nombre.
¿Qué nos hace suponer entonces que, con el hecho de llamarlo diferente, el Consejo Técnico se fortalecerá como una comunidad de aprendizaje? No basta con intenciones e ideales: ¿Cómo se podrían reconfigurar el CTE y la organización escolar misma para privilegiar los espacios formativos entre maestros y escuelas? ¿Qué acciones en concreto se efectuarán para evitar las absurdas exigencias administrativas que obstaculizan no sólo la vida escolar, sino también los CTE? ¿Cómo promover y acompañar, aunque parezca contradictorio, una verdadera autonomía en ese espacio? ¿Cómo se depurarán las funciones del CTE para blindar aquellas relacionadas con el aprendizaje profesional?
Tiene razón el secretario de educación al poner el acento en la función formativa del CTE: el potencial de este órgano parece no haber detonado. Sin embargo, tienen razón también aquellos, sobre todo maestros, que observan con escepticismo y hasta pesimismo la propuesta: “más de lo mismo”, dicen muchos. Hay suficientes antecedentes de “cambios” en el ámbito educativo que quedan sólo en una modificación de denominación o en una efímera corazonada, que dejan intactos los factores de fondo de los asuntos atendidos. Está por verse la seriedad y potencia de la propuesta del secretario.
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