Eduardo Andere M.
La SEP presentó un nuevo paquete de reformas a los programas o currículos de estudio de la educación inicial hasta la secundaria, que al menos en las palabras ofrece un rompimiento radical con los dos currículos vigentes. El nuevo currículo contiene frases e ideas buenas, pero en general es inconsistente y adoctrinador. La presentación (157 cuartillas) de los programas de estudio es una posición ideológica decolonial que escapa o desconoce a las teorías del aprendizaje. Parece más un manifiesto político que un marco curricular.
En términos concretos, no necesitamos un nuevo currículo, ni una Nueva Escuela Mexicana. Si el proyecto de currículo de la SEP se aprueba, los niños y maestros de México se enfrentarían, en menos de cinco años, a tres diferentes currículos: 2011, 2018 y 2023. Además, serían expuestos a tres diferentes tipos de libros de texto, tres diferentes capacitaciones de maestros, tres diferentes versiones curriculares, con tres diferentes “directores escolares”: Calderón, Peña y AMLO.
Eso de tener un nuevo currículo cada sexenio, con visiones o retórica diferentes de la pedagogía, aunque parecidos en los aprendizajes deseados o esperados, confunde innecesariamente a los maestros y a los alumnos. Se han convertido en afanes de los presidentes por dejar su propia huella educativa. Sin embargo, estas reformas son presentadas como algo novedoso que rompe con el pasado. Con el tiempo los maestros se percatan de que ello no es así y hacen lo que hacían antes, pero le dan el nombre que las autoridades les piden.
Los currículos son instrumentos para el crecimiento y aprendizaje. Son algo muy serio y, por tanto, deben ser escritos con un profundo conocimiento de expertos. En su elaboración deben participar todos los jugadores del juego escolar, pero, en su redacción, las aportaciones de todos deben ser afinadas y aprobadas por la pluma científica.
En la política se valen todas las ideologías. Sin embargo, cuando ellas son irreconciliables, es imperioso comunicarnos con un lenguaje que nos una a todos. La única moneda de cambio que trasciende a las ideologías es la ciencia. La ciencia no es perfecta, pero es lo mejor que tenemos para comunicarnos; está basada en hechos, no en opiniones.
Por ejemplo, aunque el proyecto de currículo reconoce a la ciencia, también habla de saberes diferentes a la ciencia, como los saberes de las comunidades. Estos saberes que en realidad son hábitos, costumbres o creencias podrían alejarse de la ciencia ofreciendo visiones basadas en consideraciones religiosas o en interpretaciones míticas o mágicas de la realidad.
Para evitar la danza política sexenal, antes de pensar en un nuevo currículo o una nueva escuela, cosas que seguramente serán cambiadas el próximo sexenio, debemos fortalecer las instituciones en apoyo a la ciencia pedagógica. En este sentido se debe constituir un instituto autónomo, realmente autónomo, al estilo Banxico (no por su naturaleza financiera sino por su esencia autónoma) que decida los contenidos de los currículos y oriente el trabajo de los materiales educativos, sin imponer ni obligar. En adición, se debe reconstruir otro instituto autónomo para la evaluación diagnóstica, sin afectar la evaluación formativa del aula, que vaya más allá de la autonomía del INEE que, como vimos, no resistió los soplos de la ideología.
No se debe generar un currículo que desacredite a todo lo anterior y a la ciencia, con una actitud parroquial, donde todo se proscribe excepto lo que ahí se escribe. Aprobar un currículo así, me recuerda, de manera metafórica, la pintura de Brueghel el Viejo “El ciego guiando a los ciegos”. Dos características cruciales para el aprendizaje y la creatividad son la mente abierta y el conocimiento (científico). Uno esperaría, al menos, esas mismas características en el currículo y la docencia. Bueno, y en los gobernantes también.
* El autor es investigador visitante en el Colegio de Boston y está afiliado a CRESUR.