Ante el espectáculo de la Revolución Mexicana, los universitarios de México se propusieron llevar la cultura al pueblo. En 1912, Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos fundaron la Universidad Popular una institución que a través de su actividad ofrecería conferencias y cursos científicos y artísticos para la clase obrera y los grupos populares.
Se trataba de un proyecto democratizador pues, si se observa, la cultura que la universidad transmite ha sido históricamente privilegio de una elite —una elite de clase media y alta. La Universidad Popular por su parte creaba un puente entre la universidad y el pueblo; durante algunos años ofreció conferencias a un público fundamentalmente obrero, luego se diluyó y desapareció.
En 1936 se creó —por inspiración de otro universitario destacado, Vicente Lombardo Toledano— la Universidad Obrera con el objetivo de llevar los tesoros de la cultura universal a los trabajadores manuales. Aplaudida en su origen, esta universidad comenzó a declinar en las dos décadas siguientes y terminó por convertirse —creo que todavía existe— en un mero símbolo.
La UNAM se ha vinculado a las clases populares a través del servicio social universitario y por medio de la difusión cultural. Son memorables las hazañas de los pasantes de medicina en los pueblos más remotos del país y algunos proyectos de servicio social colectivos y regionalizados, como el que se emprendió en 1936 en el valle del Mezquital.
También es cierto que la UNAM desarrolla una gran labor de difusión cultural: tiene publicaciones —entre las que destaca la revista de la Universidad de México—edita libros, cuenta con museos, teatros y hasta un canal de televisión, pero este esfuerzo de difusión casi no llega a las clases populares. El alcance social de la difusión cultural es limitado pues buena parte de ella beneficia a las clases medias y a los mismos universitarios —lo cual, ni qué decir, es totalmente pertinente.
Pero, sólo por excepción, la UNAM se ha propuesto ofrecer educación universitaria a la población (trabajadora) adulta fuera de todo esquema escolarizado. En cambio, en otros países, notablemente en los de habla inglesa, existe una tradición de educación universitaria de adultos que nació desde el siglo XIX y que todavía continúa en el presente.
Esta tradición se desprendió de una crítica al aislamiento y elitismo de las universidades inglesas, particularmente Oxford y Cambridge. Se pensó que la distribución social de la cultura elaborada —universal y moderna— era inequitativa y sólo era accesible, en estricto sentido, a las clases dominantes.
Se pensó que las universidades eran nacionales no por reunir en su seno un conjunto de intereses particulares, sino por ofrecer servicios al conjunto de la nación. Estos servicios eran, desde luego, de carácter educativo. En esta línea de razonamiento se inscribe el movimiento inglés en pro de la educación universitaria de adultos que a la postre triunfó.
¿Por qué en México no se ha dado un movimiento similar que se proponga poner la educación universitaria al alcance de las clases trabajadoras? ¿Refleja esta ausencia el viejo elitismo decimonónico de la Universidad Nacional? ¿Por qué en nuestro país se entiende por “educación de adultos” exclusivamente a la educación elemental y a la alfabetización?