Mal negocio. Nunca compre pesos a tostones, me decía el abuelo Eusebio. Hay que tener cuidado: nos ha pasado muchas veces en materia educativa. Y no aprendemos.
En el sexenio de Peña Nieto, por ejemplo, la evaluación, que es un proceso mediante el cual, si se hace bien, podemos advertir aspectos que se requieren cambiar para mejorar las condiciones del aprendizaje (es ese el objetivo, lo que se busca lograr) se convirtió en el fin, en la piedra filosofal, hasta el punto que se llegó al extremo de suponer que, por la simple reiteración incesante de evaluaciones, todo cambiaría, y sin duda para bien.
Es, si se quiere, hasta pueril: se asemeja a quien supone que poniendo el termómetro cada media hora, la persona enferma se va a curar. ¿Qué sigue mal? Mejore el termómetro, compre uno importado, haga la toma cada quince minutos y ya verá: remedio infalible.
Si nos movemos a otra zona en el campo educativo, la enorme torpeza de confundir los medios con los fines nos ha hecho pasar de un Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII), a otra cosa, cuyas siglas son SNPP: Sistema Nacional de Publicadoras y Publicadores.
En buena lógica, las publicaciones son el medio a través del cual se dan a conocer los resultados de una investigación, de un trabajo de indagación que procuró, en su diseño orientado por perspectivas teóricas, esclarecer por qué cierto fenómeno de la naturaleza o la sociedad es, o fue así, y no de otra manera. Ese es el fin: entender, comprender, explicar algo; o descubrir que lo que se creía conocimiento sólido no lo es, dado que se han encontrado otros factores o advertido relaciones antes ignoradas.
Hacer del conocimiento público un hallazgo o un error, siguiendo normas de coherencia argumental en relación con evidencia empírica confiable y válida, ubica al artículo, al libro o al capítulo como el medio para dar a conocer lo investigado.
En todo el mundo, y en México sin duda, está predominando en la academia la transformación del medio en el fin: hay que publicar, so pena de perecer. Y si publica alguien muchos artículos —en mala hora para el castellano denominados “peipers”— estamos frente a un gran investigador o una magnífica investigadora.
¿Lo que da a conocer usted, preguntaría alguien, es resultado de una investigación relevante, en la que enfrentó solo o con sus colegas un reto fuerte, un problema serio en su especialidad? No, no me pida eso, señor: si me propusiera lograrlo, no alcanzaría a publicar lo que necesito publicar para tener el nivel 45 en el SNPP, sitio y estrato que garantiza ante la sociedad y mis pares (y nones), que soy un investigador de prosapia en camino a conseguir que le pongan mi nombre a una calle, y ojalá que haga esquina con la de Newton.
Se diseñan procesos de investigación mediocres en su valía, con el fin de contar, por anticipado, con la seguridad de las publicaciones necesarias. Publicar es el fin, no es el medio para informar a las y los demás que lo que creíamos es falso, que hay otro modo de explicar lo mismo, pero de una forma más elegante y con potencial para ir más lejos.
Y esta plaga crece, sobre todo cuando nos toca participar en la formación de otras personas. ¿Estamos contribuyendo a la generación de nuevas investigadoras, de indagadores sagaces, creativos, que se la jueguen en el empeño? Sería un crimen, no podrían sobrevivir: hay que formar a publicadores, con tesis irrelevantes que están listas cuando el tiempo de publicarlas está por fenecer. Soy SNPP, pero ya nivel 46.