En tiempos electorales, cuenta el chiste que el infierno parece mejor que el paraíso, pero un día después condenados y engañados descubren lo nefando del lugar y las condiciones. Porque en tiempos electorales entran en juego los discursos políticos que, más allá de describir la realidad con sus problemas y propuestas de solución, tratan de darnos una percepción parcial e interesada de lo que ocurre para acabar votando por ellos.
La percepción, por encima de visiones partidarias, es la capacidad de aprehender la realidad que nos circunda en el momento con visos de futuro. Por el contrario, la profecía es la idea sin base ni fundamento del devenir que puede pasar por percepción mística. Es decir, la percepción se basa en las sensaciones, las profecías en suposiciones sin fundamento alguno. En este sentido, la política en tiempos electorales desarrolla percepciones, pero no deja a un lado lo profético. Y, llegado el momento apropiado en un encuentro, debate, proclama, el candidato en acción ejerce de Nostradamus y profetiza los malos augurios que acontecerán tras las elecciones; claro, siempre que gane otro candidato que no sea él.
Por ejemplo, López Obrador profetiza lo nefasto de la Reforma Educativa anterior y su solución con la derogación completa. Anaya también en este sentido profetiza lo incompleto de la Reforma y propone unas modificaciones. En cambio, Meade profetiza el mal augurio que sería la derogación y lo necesario de esta Reforma. Ante este panorama, todo es conjeturable menos lo inevitable de la catástrofe educativa de un país hermoso de riqueza incalculable con personas que por ignorar desconocen lo trágico de matar la educación. Porque la educación no se suicida. La educación se da vida o se mata en función a nuestros actos como sociedad.
Obvio, la muerte no es a plena luz. Los crímenes educativos tampoco suceden en las mejores colonias de Coyoacán, por ejemplo. Tampoco hay una masacre en tantos y tantos colegios privados esparcidos por toda la República a mensualidades que abastecerían a varias familias para no malvivir. Ni en lugares de la alta sociedad de Monterrey. Tan siquiera en la colonia más deseada del desangrado Estado de Colima.
Estos crímenes educativos acontecen, aunque también se pueda dudar de ello, en los rincones de la Republica más necesitados de educación de calidad, donde no son asistidos en recursos de todo tipo para disminuir por aumento las desigualdades sociales. No lo eran históricamente y no son asistidos con la Reforma educativa del sexenio que concluye. Lo trágico que no parece que vayan a ser asistidos. Esta situación de desamparo es un crimen educativo que existe y persiste más allá de políticas, futuros y profecías de ilusos pedagógicos.
Pero, mientras estos crímenes tienen lugar día a día, ciclo a ciclo, las elecciones se producen en un día que dan como vencedor al que llamaremos Presidente. Sólo cabe esperar que no se olvide de los 43 normalistas de Ayotzinapa, de los 3 estudiantes de cine de Guadalajara ni de tantos otros. Tampoco se olvide de los niños y niñas que ejercen de vendedores ambulantes. Menos de las niñas utilizadas como objeto sexual de mayores para sustento de terceros. Ni se olvide prestigiar al magisterio que día a día se enfrenta a la lucha contra la fatalidad. Y tantos otros olvidados. Sobre todo, que no se olvide que los crímenes educativos se están pagando y se pagan con desigualdad e injusticia social. Porque la educación no es el camino hacia la vida laboral más o menos afortunada, sino el camino hacia una sociedad que se perfecciona, abraza y siente el temblor de oponerse a la fatalidad.
En conclusión, Vila-Matas señala una idea acertada expuesta por Kafka, que nos describe el problema de la política para con la educación: lo imposible del individuo para estar en contra de la máquina del poder. Así se describe en la novela de Álvaro Pombo con fino y agudo detalle de la angustia de Román (un profesor universitario) en El temblor del héroe. Un temblor que sucede cuando somos conscientes del poder constructivo y destructivo a la par de la política educativa. Poder que sólo los héroes son capaces de afrontar para el bien; no sin temblar.
Francisco J. Lozano Díaz – @epedagogo
Psicopedagogo – http://www.franlozano.es