Creer en la educación

Germán Iván Martínez Gómez

Hace dieciséis años vio la luz un libro maravilloso: Creer en la educación. La asignatura pendiente, de Victoria Camps, profesora de Filosofía moral y política en la Universidad Autónoma de Barcelona. La obra, publicada por Ediciones Península, fue traducida del catalán al español por José Luis Castillejo y cuenta con un prólogo de Sant Cugat del Vallès.

El primer apartado se titula Educación sin norte. En él, la autora exhorta a los lectores a reparar en la etimología de la palabra. Educere, señala, significa “extraer de lo persona lo mejor que lleva dentro”. Esto quiere decir que la educación debe ser un esfuerzo por activar el talento de cada individuo. Igualmente, Camps critica un tipo de educación que califica de prescriptiva, represiva y coactiva; cuestiona la estructura frágil de las familias, la laxitud, falta de normas y permisividad que abundan en muchas de ellas y la sobreprotección, como la otra cara de la misma moneda. Ambas, asegura, no contribuyen a “formar personalidades fuertes”.

Así, luego de una educación prepotente, autoritaria y coercitiva (que muchos adultos padecimos en otro momento), hoy hemos llegado a una educación impotente, en la que los sujetos educativos (padres, madres, tutores, cuidadores, docentes, directivos, coordinadores, supervisores, líderes educativos, autoridades gubernamentales e, incluso, organismos internacionales y responsables de la formulación de políticas) han perdido su vigor, pues extraviaron el horizonte, pasaron por alto las finalidades educativas y dejaron de lado la inculcación de valores y actitudes morales.

Vivimos ahora en una época de inmadurez, infantilismo, indefinición y desorientación. Si la educación ha perdido el norte, apunta la también autora del libro El elogio de la duda, es porque, precisamente, las finalidades educativas no son claras. Caminamos sin saber hacia dónde y pensamos, por ello, que cualquier ruta es adecuada para llegar a cualquier parte.

En el segundo apartado, Victoria Camps habla de Los buenos modales. Critica “el menosprecio y abandono del cultivo de las formas”; y reivindica el civismo y la civilidad. El primero, entendido como el comportamiento responsable y respetuoso que muestra un individuo como miembro de una comunidad. La segunda, centrada más en las buenas maneras y la cortesía en las interacciones personales. Para el civismo, el cumplimiento de normas y leyes, la participación activa en la vida comunitaria y política, el involucramiento en organizaciones sociales y la contribución al bien común, son aspectos esenciales. Para la civilidad, los buenos modales, la comunicación respetuosa y la consideración hacia los demás, reflejan el talante de los sujetos.

La autora destaca la importancia que tiene la autoridad de quien enseña; subraya la necesidad de las normas para regular la convivencia; el respeto por lo otro y los otros; y también la urgencia de recuperar el sentido formativo de la escuela. Sin duda, expresa, “La escuela tiene la obligación de educar [aunque] la responsabilidad primaria y fundamental es de la familia”.

En el tercer apartado, Camps se refiere al sentimiento de impotencia y pesimismo que, en el ámbito educativo, parece generalizarse. Habla entonces de esa extraña sensación de que todo es inútil y resulta imposible (e innecesario) hacer algo. Sensación que invade a padres y maestros; impresión que desmotiva y paraliza; emoción que corroe y corrompe.

Critica el mercado (y el consumo), la publicidad, la televisión y la internet, pero no los demoniza, pues está convencida de que el problema no está en ellos sino en cómo son utilizados por la ciudadanía. Bajo su óptica, el problema no está en las pantallas (del celular, la televisión, la Tablet o la computadora) sino en el hecho de que naturalizan no que no es natural. “Naturalizan la violencia, el sexo, el lenguaje obsceno, la perversidad humana y el consumo excesivo y descontrolado”.

Pero la educación forma el gusto y el carácter, por ello la familia y la escuela tienen un rol y una obligación que son intransferibles. “Educar no equivale a dejar hacer”, menos “a dejarse arrastrar por lo que todo el mundo hace”. Educar es posibilitar que cada estudiante forje un criterio y aprenda a pensar por sí mismo.

En los siguientes apartados, la autora toca temas como la felicidad, el valor del esfuerzo, la educación subrogada, la libertad, el respeto, el control de las emociones y el valor del ejemplo. Y es puntual cuando afirma que “Nadie nace siendo solidario, amable, respetuoso o tolerante. Nadie nace con una concepción estructura de la justicia. Son cosas que hay que enseñar y aprender […] El esfuerzo, la constancia, el autodominio, la lealtad, serán rasgos del carácter de una persona si ésta se forma de acuerdo con dichas virtudes”.

Victoria Camps nos incita a promover la lectura, la reflexión y la disciplina; a establecer una alianza entre escuelas y familias; a revalorar el trabajo docente; a recuperar la confianza de la sociedad hacia nuestra labor; a recobrar el norte y el sentido. “Urge, pues, que la escuela recupere su papel”; que vuelva a ser un espacio propicio para el aprendizaje, el estudio, la convivencia y el trabajo. La educación “tiene que conseguir despertar pasiones, intereses y afectos. Educar es, en cierta manera, mostrar lo que merece ser imitado”.

Hoy más que nunca necesitamos que la educación sea políticamente prioritaria. Esto implica que los gobiernos consideren la educación como un área de enfoque central y le asignen una alta prioridad en términos de recursos (humanos, materiales, de infraestructura, económicos, etc.); que generen políticas (de formación docente, desarrollo profesional, capacitación continua, salarios y condiciones laborales) y se concentren en una atención permanente (entendiendo que la educación es la base fundamental para el desarrollo social, económico y cultural de los países).

Con estas y otras recomendaciones que hace la autora, nos invita a tomar la educación en serio. Esto implica asumir la responsabilidad que tenemos todas y todos, respecto a la educación, pero principalmente los gobiernos.

Ojalá que, en el caso de México, el nuevo gobierno que encabezará ahora una mujer, lo haga y lo haga pronto. Si toma en serio la educación, entenderá por convicción que sin educación no hay desarrollo; garantizará el acceso a un servicio educativo de excelencia (inclusivo, equitativo y pertinente), invertirá en infraestructura (aulas, bibliotecas, comedores escolares, laboratorios, talleres, servicios sanitarios, rampas, áreas verdes, recreativas y deportivas, etc.) y le apostará a la formación continua de las y los docentes, sin concentrarse exclusivamente en el otorgamiento de becas a los estudiantes, algo necesario, pero no suficiente para mejorar integralmente la educación en nuestro país.

Creer en la educación. La asignatura pendiente,

Victoria Camps,

Ediciones Península,

Barcelona, 2008.

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