Dice el diccionario que la credibilidad es la cualidad de ser creíble (RAE). Steven Shapin complementa esta definición y afirma que la credibilidad es el resultado tanto de la práctica cultural como de lo que le toca hacer a cada uno dentro de una sociedad. El estudio de la credibilidad, remata Shapin, se extendió al mismo tiempo que el estudio del conocimiento científico; por ello, dice, las creencias individuales no equivalen a conocimiento hasta que — y a menos que— éstas ganen credibilidad.
México: credibilidad, escepticismo y desconfianza
Es verdad de Perogrullo afirmar que recientemente la cualidad de ser creíble se vio severamente dañada en México por las malas decisiones de su élite gobernante y de sus correspondientes partidos políticos. Es tal la desconfianza e incredulidad en nuestro país que hasta el presidente Enrique Peña Nieto lo reconoció sin ningún rubor ante Jude Webber, reportera del diario británico Financial Times.
¿Qué necesita hacer ahora el presidente de la República para que la sociedad le crea que en verdad desea combatir la corrupción? Y es que nombrar a un fiscal que es su subordinado y esperar a que éste lo castigue cuando además la ley, según Mauricio Merino, no considera el conflicto de intereses como delito, equivale a esperar a que lleguen los Santos Reyes.
Por otro lado, ¿qué necesitamos saber los indignados por Ayotzinapa para confiar en las versiones oficiales sobre la supuesta muerte de los 43 jóvenes? Luego, ¿cuántos creerán que el despido de la periodista Carmen Aristegui de la empresa MVS y su equipo de reporteros fue una maniobra de la Presidencia de la República y no solo una consecuencia del erróneo proceder laboral de los respetados periodistas? Quizás para acercarnos a la verdad en los casos de Ayotzinapa y de la casa blanca había que tomar “prestada” la credibilidad de afuera (Castañeda); es decir, formar ex profesamente órganos independientes que tuvieran la libertad para investigar, reunir y dar información sobre esos dos hechos que afectaron de manera seria la confianza ciudadana en el gobierno. Para el caso de Aristegui, las cosas son igual de turbias y se aclararían un poco si la propia periodista dijera, con la inteligencia e independencia que la caracteriza, si cometió un error y así evitar que sigamos especulando con este penoso y lamentable asunto. El caso de Aristegui parece ser, como lo puso de manera ingeniosa Antonio Attolini, un “diferendo al interior de un medio convertido en una controversia pública con fuertes implicaciones políticas”.
Si bien hay grupos que no creerían en ninguna información porque políticamente no les conviene y entonces dejarían de lucrar con la tragedia y el sospechosismo, hay otros sectores menos interesados que sí nos interesa la verdad de los hechos, sea cual sea. La verdad es algo que constantemente perseguimos aquéllos que trabajamos como académicos e investigadores. Por ello, mi pregunta es cuál es la función de las ciencias sociales ante la severa crisis de credibilidad en la vida pública de México.
¿Sirven de algo las ciencias sociales ante la incredulidad?
Un ilustre grupo de tuiteros convocados para responder a esta pregunta apuntó cosas interesantes. Por ejemplo, @DavidResortera piensa que las ciencias sociales pueden ayudarnos a reflexionar por qué creemos cuando no hay bases para ello, “con la decepción resultante”. Este punto me hizo recordar tres cosas. Primero, que las ciencias sociales no deberían abonar a dogmatismo alguno. Luis Villoro afirma que la actitud dogmática surge cuando se “intenta imponer creencias insuficientemente fundadas como si tuvieran una justificación adecuada”. Creer sin bases para ello, pues. El dogmatismo, remata el filósofo, es un escollo de la razón en su camino al conocimiento.
Segundo, el otro escollo de la razón, según Villoro, es el escepticismo. El escéptico no acepta la verdad pese a que se le ofrezcan justificaciones adecuadas. Para éste, no hay conocimiento que valga. Podemos encontrar escépticos y dogmáticos tanto del lado opositor como del de los gobernantes. En una observación sobre los primeros, un tuitero observa: “Los incrédulos-decepcionados de hoy son muy sinceros, aunque poco exigentes con el análisis de su sentimiento”.
Tercero y último punto, en ciencia se trabaja con una herramienta llamada “objetividad científica”, que como afirma Karl Popper, no es otra cosa que el “enfoque crítico”. Si usted tiene un prejuicio que lo predisponga a favor de su teoría preferida, dice Popper, es necesario que tenga amigos y colegas — de preferencia más jóvenes —, que estén “impacientes” por criticar su trabajo, es decir, refutar sus teorías preferidas. El “método de la ciencia es el de la discusión crítica”.
En resumen, las ciencias sociales podrían abonar al tema de la credibilidad y confianza en los asuntos públicos si se reconoce:
- La necesidad de discutir abiertamente nuestras distintas posturas.
- La capacidad de reflexionar por qué adoptamos ideas sin una adecuada justificación.
- La capacidad de reflexionar por qué no creemos cuando hay elementos de verdad.
- La virtud de no tratar de imponer a otros nuestras creencias individuales.
Sociedad y gobierno: los equilibrios desde la ciencia
Como vemos, la mayoría estamos involucrados en la construcción de la incredulity y distrust. De hecho, @SarsfieldR lo ilustra didácticamente así: la confianza es un “frágil equilibrio de la cooperación” en un juego de varias interacciones dentro de una sociedad de diversos individuos. Es decir, hay distintas combinaciones que en un momento dado y rápidamente, pueden echar por la borda el esfuerzo común.
La falta de credibilidad, de un intento por acercarnos a la verdad en los asuntos públicos del país es preocupante y tiene repercusiones tanto prácticas como éticas. Dentro de las primeras, si los ciudadanos no le creemos con razón al gobernante, el proceso de gobernabilidad va a ser más que tortuoso. Se romperá el “frágil equilibrio de cooperación” que, por ejemplo, necesitan las políticas públicas y los programas para ser impulsados y desarrollados. Sobre este punto, sobresalen los estudios que relacionan el nivel de la confianza con las tasas de crecimiento económico y la pobreza. Paul J. Zak y Stephen Knack, por ejemplo, han observado que es más probable que exista una “trampa de la pobreza” cuando las instituciones formales e informales, responsables de castigar a los estafadores, son débiles y poco confiables. ¿Comprenderá bien el gobierno de Peña Nieto la relación entre confianza, capacidad de gobernar y eficacia social?
Dentro de las consecuencias éticas, se puede decir que ante la falta de confianza, nos separaremos de los demás empobreciendo así los distintos aspectos de nuestra vida. “Piensa mal y te desconcertarás”.
La forma en como el gobierno actual está dirigiendo los asuntos públicos no abonan en mucho a la credibilidad y a la confianza de la sociedad y la sociedad, por su lado, empieza a incrementar sus niveles de escepticismo. Algo habrá que hacer. Por sus códigos, las ciencias sociales pueden ayudar si se ratifica el valor de la verdad, si se cultiva la capacidad de reflexionar sobre lo que creemos y si nos organizamos para trabajar en pos de la “objetividad científica”. Bien dice Karl Popper que los científicos no son más “objetivos” que el resto de la gente; pero al menos operan bajo una “cooperación hostil-amistosa” que no es otra cosa más que una “disposición a la crítica mutua”.
Pero no tenemos en el gobierno a científicos, sino a personajes que luchan por el poder pero que han mermado, con sus acciones, la confianza de la sociedad. Por el otro lado, tenemos a los opositores-escépticos que parecen multiplicarse. Ante esto, la labor de gobierno empieza a complicarse más de la cuenta y los equilibrios sociales se empiezan a romper. Es tiempo de pensar en alternativas. Las ciencias sociales, como hemos visto aquí, tienen algo que ofrecer ante la acentuada crisis de credibilidad y desconfianza que vivimos en México. Es tiempo de echar mano del valor de la verdad, objetividad y crítica para salir de esta Babel.
Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS).