La violencia social se ha convertido en una punzante, dolorosa, presencia. Las noticias diarias sobre nuevos hechos violentos abruman, angustian y, a algunos, los llevan a la zozobra. ¿Algún día acabará esta pesadilla? Los adultos nos inclinamos por adoptar una actitud de cinismo, de banalización ante ella, pero ¿cómo procesan psicológicamente nuestros hijos esta pandemia de horrores?
Las noticias sobre la violencia social, para ellos, son sólo una parte de los estímulos que reciben. Otra parte, quizá más poderosa, la constituye el universo de actos violentos que experimentan, simbólicamente, con la televisión y con los videojuegos. Y la tercera parte es la violencia real que los pequeños viven en sus hogares y en sus escuelas, marcadamente en las zonas pobres.
Esta omnipresencia de la violencia, naturalmente, impacta en las mentes infantiles, su efecto se refleja bajo la forma de ansiedad, trastornos en el sueño, deficiencias en la atención, depresión y otros desórdenes psicológicos. El suicidio —nos informa el INEGI— se ha convertido en la segunda causa de muerte entre jóvenes entre 15 y 29 años y los índices de delincuencia juvenil se han disparado exponencialmente.
Es verdad que la educación, por sí misma no resolverá el problema, pero ni la familia, ni la escuela pueden cerrar los ojos ante esta apabullante y dramática realidad. Los padres y madres de familia deben recibir más información para inhibir las conductas violentas de sus hijos y promover entre ellos la tolerancia, el respeto y la solución pacífica y negociada de los conflictos. Los padres, en ningún caso, deben utilizar medios violentos para educar a sus hijos, pues éstos replicarán en otros entornos, como la escuela o la calle, las conductas violentas de sus progenitores.
La escuela, por su parte, debe ser un espacio para aprender a actuar con razones y con valores fundamentales para la convivencia como el respeto a los otros, la empatía, la compasión, la amistad, el diálogo y la solución de conflictos mediante la inteligencia y la palabra.
Los maestros deben preocuparse por hacer de cada alumno un ciudadano fuerte, con alta autoestima y alta consideración hacia los demás; un ciudadano crítico, capaz de pensar y decidir por sí mismo y de discernir entre opciones alternativas de conducta; un ciudadano comprometido y participativo que no vive de espaldas ante los problemas de la sociedad.
Los adolescentes, sobre todo en secundaria y preparatoria, necesitan recibir información y formación. Ellos deben aprender a reflexionar de manera crítica sobre el entorno violento en el que viven y dominar conceptos clave como estado, sociedad, ley, conflicto, guerra, paz, orden, derechos humanos, género, justicia, equidad y democracia. Pero también deben tener destrezas, por ejemplo: reflexión crítica, cooperación, comprensión, asertividad, solución de conflictos y juicio político.
Pero, sobre todo, los maestros deben fomentar valores y actitudes como la autoestima, el respeto por los otros, la mentalidad abierta y el compromiso con la paz y la justicia. El sistema educativo entero debería movilizarse en una campaña nacional para contrarrestar la violencia en todas sus formas de expresión.