“Un padre de familia llegó a verme. Aunque es mejor que diga: lo cité para hablar de su hijo que mostraba conductas violentas y sobre el que ya se habían quejado otros niños y sus madres. El papá no entendía razones. Le explicaba: señor, su hijo ha golpeado a algunos de sus compañeros, su hijo esto y aquello, pero no me escuchaba, sólo me miraba. De pronto se levantó y comenzó a gritarme, a insultarme, a decir que yo no era un buen director, que su hijo no se comportaba como yo decía y que, en todo caso, era responsabilidad de la escuela educarlo, que para eso lo traían todos los días. Cuando me retó a golpes yo le dije: ‘está bien, señor, no pasa nada, quédese tranquilo, ya veremos qué hacemos con el niño’. Esperé a que se fuera, a que se calmaran las cosas. Luego arreglé mi escritorio, tomé mis papeles y mi portafolio y salí de la escuela. Así son los padres de familia ahora…”.
Esto no es un lamento, sino un fragmento del relato sobre la forma en cómo algunos padres de familia acostumbraban a tratar a maestros y directores en la escuela primaria pública República Española, en Iztacalco, Distrito Federal. El colegio está inscrito ahora en el programa Escuelas de Calidad de la SEP y desde hace cuatro años es dirigida, en su turno matutino, por el profesor Alfredo Gómez Bastida, un maestro normalista con más de dos décadas de servicio docente y terco como el que más para hacer de la escuela un centro de estudios ordenado, donde el trabajo de sus maestras y maestros sea respetado y en el que sus alumnos puedan avanzar, tanto en su aprendizaje como en el establecimiento de buenas relaciones entre sus compañeros y con los maestros y la sociedad.
Lo hace, como el resto de las escuelas de las que aquí damos cuenta, con los mismos recursos con los que en promedio cuentan los colegios del Sistema Educativo Nacional. No es una escuela privilegiada ni tiene trato preferencial de alguna autoridad, ni de la SEP ni del gobierno del Distrito Federal. “Qué más quisiéramos”, dice el profesor Alfredo, pero aquí “con lo que tenemos nos debe alcanzar para atender a los niños”.
Quizá lo más destacado no es que la República Española ocupe los primeros lugares en ENLACE (se encuentra en un respetable puesto número cien de esta prueba que ha sido abandonada ya por la SEP), ni que tenga un número importante de alumnos (26) atendidos por alguna invalidez, sino la capacidad que ha tenido para reorganizar su vida diaria y establecer un ambiente de respeto y cordialidad entre maestros y directores y de éstos con los padres de familia. En una escuela de 738 alumnos por turno es fácil imaginar que el número de padres rijosos no era bajo.
Y ésa era la piedra con la que tropezó el profesor Gómez Bastida cuando llegó: padres de familia que ingresaban a la escuela sin pedir cita ni esperar autorización, a reclamar a los maestros y al director en turno por cosas que no les parecían respecto del comportamiento de sus hijos. Si los niños se portaban mal en casa o no hacían los deberes, entonces la culpa era de la escuela y había que reclamar. En la República Española, una escuela construida en un terreno de hortalizas y árboles frutales donado a principios de los años sesenta del siglo pasado por integrantes del refugio español, no había forma de contener a los padres iracundos.
El profesor Alfredo resolvió, con la firmeza que sólo la paciencia y la experiencia pueden dar, organizar las cosas. Puso como norma inquebrantable que los padres entregaran a las criaturas a las puertas del colegio sin traspasar el portón. Protestas y gritos. Estableció como regla de oro que si los padres querían hablar con los maestros de sus hijos, debían hacer cita previamente. Protestas y gritos. Sin tiempo que perder, determinó construir los cimientos de la armonía perdida entre el propio personal docente, con quien convino que dejaran los chismes de pasillo y se pusieran a trabajar. Protestas y gritos. Impuso, finalmente, con la determinación de quien quiere evitar el naufragio, la idea del trabajo colaborativo entre maestros, padres de familia y directivos. Una idea simple y a la vista de todos, pero que nadie, en medio de tanta violencia, podía distinguir. Las protestas y los gritos comenzaron a disminuir.
Esta escuela comenzó a repuntar cuando las cosas tomaron su cauce. La figura que emplea el director es la de “una cadenita” con la que arrancó para entrelazar a padres de familia, maestros, alumnos y comunidad. “Así se logra el respeto, de manera activa; no detrás de un escritorio, sentado todo el tiempo. El director debe estar en todas partes, en todos los rincones de la escuela y en todos los momentos que los padres de familia, compañeros y alumnos nos requieran”, dice el profesor Gómez Bastida.
Hay en la escuela tres mujeres que caminan de arriba para abajo. Platican con el director, salen de la oficina, van a un salón, conversan con otros maestros, regresan con las manos cargadas de material escolar, ayudan a que la escuela esté limpia —y no lo está tanto pues al final del recreo quedan regadas decenas de papelitos, envolturas y servilletas de sándwich que los niños dejaron—, preparan actividades de lectura con los alumnos, vuelven a caminar de arriba para abajo. Son integrantes de la Asociación de Padres de Familia de la escuela.
La señora Verónica Galicia Hidalgo, presidenta de esa asociación, cuenta que ahora las cosas son muy diferentes. El mejoramiento de la calidad de la escuela no pasó por las nuevas tecnologías sino por algo más sencillo: que los padres se involucraran en la enseñanza de sus hijos. Y que los mismos padres respetaran la escuela.
Dice el director de la República Española: “Uno de los éxitos que hemos tenido hasta ahora en nuestra escuela es el trabajo en equipo. Hemos logrado trabajar en forma colaborativa y esto nos ha fortalecido para que los acuerdos que tomamos los llevemos a cabo siempre [y subraya siempre] en beneficio de los niños”.
Alineadas a un costado del salón de clases, seis alcancías con diferentes formas (cochinitos o gallos) aguardan el ritual: cada uno de los alumnos de la escuela se acerca para depositar una moneda que su maestro les da. Al día siguiente hacen lo mismo y un día después también. Los animalitos de cerámica se quedan quietos, nadie se les acerca, nadie les toca. Ahí permanecen durante la noche. Amanecen las seis alcancías cargadas de una enorme riqueza, aunque tengan sólo una moneda. Comienza entonces un nuevo día en esta comunidad que hace apenas 17 años estaba alejada de la mano de Dios.
“Dice el maestro que no es bueno que nos gastemos todo el dinero, que aprendamos a guardar, que lo usemos cuando realmente tengamos una necesidad, porque ¿qué tal si llega un día en donde no haya dinero?”, explica Elizabeth Pérez Ramírez, una alumna de sexto grado que, como todos aquí, es tzeltal.
Es la escuela primaria multigrado Mariano Escobedo, a cargo de profesor Bartolomé Vázquez López y una de las pocas que en Chiapas confirman que aun en condiciones de marginación la superación de la comunidad y de su escuela no obedece a un milagro, sino a la lógica llana del trabajo y el esfuerzo de quienes la habitan.
Bartolomé no es tzeltal sino tzotzil. Habla, por tanto, tres lenguas: la original, el español y el tzeltal. Hasta un poco de chol. Tiene 15 años trabajando en esta comunidad que pertenece al municipio de Venustiano Carranza. Es, al mismo tiempo, maestro, gestor y director de la escuela. Da clases a los alumnos de los seis grados, organiza papeles, compra los alimentos, acude a las citas en Teopisca o en Tuxtla Gutiérrez, busca apoyos, habla con los padres de familia. Pero, sobre todo, es respetado por la comunidad y es referente obligado para quien se detiene, si acaso, en estas tierras evangélicas.
Hace poco más de 17 años que esta comunidad se fundó. El 24 de noviembre de 1996 un conflicto violento entre católicos tradicionalistas y evangélicos de Aguacatenango, a unos cuantos kilómetros de distancia, arrojó un saldo de un muerto y varias personas heridas. La convivencia entre habitantes con diferentes credos religiosos era imposible. Unos meses antes, dos familias evangélicas de Aguacatenango decidieron fundar la nueva comunidad de Monte de los Olivos, con el visto bueno del entonces gobernador Julio César Ruiz Ferro, mucho más dispuesto a resolver de ese modo terrenal un conflicto que tenía alcances bíblicos.
La escuela de la localidad inició sus labores en 1997. Bartolomé explica que comenzó a dar clases en barracas apenas techadas y con sillas improvisadas con bloques de construcción y tablones atravesados. La escuela de hoy es el resultado del trabajo de la comunidad y su maestro Bartolomé. Es una escuela que se beneficia de los programas Escuela de Tiempo Completo y Escuelas de Calidad —cuya inscripción fue gestionada por el propio maestro Bartolomé—, que cuenta ahora con cancha de cemento para honores a la bandera y basquetbol o futbol; televisor, refrigerador, horno de microondas, fotocopiadora, máquina de escribir, instrumentos musicales (un teclado, panderos, maracas y guitarras), una bocina, y lo mejor, lo que es la joya de esta corona: 10 computadoras que usan de día y de noche los 48 alumnos de la primaria.
Son niños tzeltales que miran de frente, que no esconden la cara, que se arremolinan en torno a la cámara y piden ver lo que se está grabando, que echan porras a los visitantes, que confiesan la felicidad que les da ganar premios y que sus papás les dejen terminar la primaria. Ésta no es la normalidad chiapaneca.
El maestro Bartolomé egresó hace 24 años de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) y obtuvo de inmediato una plaza como promotor bicultural, las más modestas de todas. Las escuelas multigrado son poco apreciadas en el gremio, a pesar de lo muy difundidas que están a nivel nacional, porque suponen más trabajo y poca paga.
Padre de tres hijos —la mayor estudió Derecho en un escuela particular—, este profesor de mirada segura y trato afable gana cerca de 15 mil pesos mensuales, lo que en estos lugares es un ingreso más que decente. Un dinero que, por lo demás, lo desquita centavo a centavo.
En 2005 obtuvo una beca CASS, financiada por el gobierno de Estados Unidos, para estudios de Perfeccionamiento Docente en la Universidad Estatal de Arizona. Compartió experiencias y durante ese año fue asistente de maestros titulares de escuelas bilingües de Phoenix. “Iba con el afán de comparar más que de buscar la respuesta o las recetas. Iba convencido de que no existe una receta para administrar una escuela multigrado y cumplir con todas las funciones administrativas, pero me hacía falta verificar, confirmar cómo es el país que se pinta de primera potencia en todo. Muchos de los maestros allá saben que si no rinden, en el mes de mayo están recibiendo la carta de despedida. Y si funcionan, en el mes de mayo los están felicitando porque en el próximo periodo están contratados”, dice.
Hace tres años visité por primera vez a Bartolomé. No había reforma educativa —¡qué esperanza!—, ni consultas nacionales sobre modelos educativos. Hoy me confirma que la escuela continúa su progreso. Y la comunidad cree en Bartolomé como figura principal. Para hacer algo que tenga que ver con el destino de la comunidad, llaman al maestro. Cualquier decisión de envergadura le es consultada. “Es complicado en muchas ocasiones —dice—, pero por otra parte es muy divertido. Se compromete uno, ¿a quién no le va a gustar ver cómo progresa su comunidad?”.
Eder Giovanni Téllez Álvarez tiene 14 años y cursa el tercer año en la telesecundaria Tetsijtsilin en San Miguel Tzinacapan, Puebla. Quiere trabajar para ayudar a su gente pero, sobre todo, quiere manejar o construir autos o, mejor, ser piloto de aviones de guerra. Todo eso le encanta. Es ésa la motivación que tiene para seguir estudiando. Quiere ser alguien en la vida o eso es lo que siempre le dicen.
Su madre, María Antonia Téllez, pertenece a una comunidad indígena náhuatl. Se reían de ella cuando no podía pronunciar una palabra correctamente en español. En Cuetzalan estudió el bachillerato pero justamente ahí fue donde sufrió la discriminación por ser indígena y donde, en sus palabras, sufrió bastante: “Compañeros de la escuela que decían que porque yo era indígena no tenía derecho a la educación de allá [la de Cuetzalan]”. Quiere que su hijo realice sus sueños: arreglar carros, tener un auto deportivo. “A veces pienso que soñando se puede llegar… llegar a donde él quiere. Y soy muy exigente con él. Mi mayor orgullo es cuando fue escogido como el mejor alumno en ENLACE a nivel estatal”. Eder fue premiado con una laptop.
Los testimonios de Eder y María Antonia fueron presentados en Clase 2012, Cumbre de Líderes en Acción por la Educación. La telesecundaria Tetsijtsilin, además de obtener buenos resultados académicos, ha logrado reivindicar el valor de la educación intercultural y la vinculación con la comunidad.
“Yo creo que una buena educación o una educación de calidad tiene como premisa fundamental la pertinencia, un elemento fundamental en contextos como éste, en donde la mayoría de población beneficiaria de la educación es indígena y mayoritariamente los docentes somos mestizos o no indígenas. Si no tomamos en cuenta este factor, entonces la educación termina siendo un acto de imposición de los saberes desde nuestra óptica occidental. El acto educativo tiene que ser un acto de intercambio de saberes. De saberes formales a través de la curricula educativa, pero de saberes locales, de la comunidad… Somos escuela de primera clase que aspiramos a lo mismo que aspiran las escuelas en la ciudad. Nos hace falta una verdadera política educativa intercultural. Que en este país no sigamos siendo la minoría que recibe el programa compensatorio; que seamos esta minoría, sí, pero no en desventaja”, dice María del Coral Morales Espinosa, directora de la telesecundaria Tetsijtsilin.
En esta localidad poblana los jóvenes aprenden algo que está relacionado con su medio. “La visión que se puede tener, por ejemplo, a través de las mariposas… Cuetzalan es un lugar muy turístico, entonces, si aprendemos bien las artesanías con los niños, tenemos vida por delante”, dice Miguel Álvarez Soto, ex alumno de la telesecundaria.
@rubenalvarezm
Lee la primera parte AQUÍ.
La tercera y última parte de este reportaje, publicado en Nexos de mayo, aparecerá el próximo sábado 24.