He aquí un informe insólito de cinco escuelas de educación básica que sobresalen por su organización interna, sus métodos de enseñanza y la colaboración con los padres de familia. Son centros educativos sin privilegios que figuran en los primeros lugares de la prueba ENLACE.
Uno no espera ser recibido así. Un montaje, esto tiene que ser un montaje. Eso pensé poco después de llegar a la escuela secundaria pública número 200 Profesor Roberto Ruiz Llanos de Ecatepec de Morelos, Estado de México, cuando una formación de muchachos, integrantes de la banda escolar, inició a manera de bienvenida una serie de números musicales que mostraba la sincronía, el orden y la disciplina con la que se trabaja en ese colegio ubicado en el corazón del municipio más poblado del país.
Nos aguardaba la escuela en pleno y una especie de angustia comenzó a correrme por la venas, pues la desconfianza me hizo suponer que lo que estaba a punto de presenciar las siguientes seis horas sería una especie de exhibición inmisericorde de obra municipal cumplida y entregada.
Lo que vi, sin embargo, fue la organización de una escuela que no es muy diferente en instalaciones a las del resto de la entidad —acaso lo único diferente sea el amplio espacio al aire libre y las áreas verdes con que cuenta— y el trabajo de hormiga pertinaz que se lleva a cabo y que la ha colocado, en cuanto al logro académico, en una de las más destacadas a nivel nacional.
Y aunque los buenos resultados son producto del trabajo colectivo, la figura del director del colegio, Jesús Arturo Varela Ramos —de baja estatura, fácil palabra e impecable aliño—, es determinante para comprender el buen desempeño de maestros, alumnos, autoridades y padres de familia.
Con su liderazgo, este director ha impuesto, en los 17 años que lleva al frente del colegio, una disciplina y orden cotidianos que tienen menos que ver con las de un monasterio o una correccional y más con la voluntad de entregar buenos resultados. La organización de la escuela lo dice todo. Está limpia y cuidada, y son los alumnos y sus maestros quienes se empeñan en que así siga para siempre.
Varela ha contado con la colaboración de una planta de maestras y maestros contentos con su trabajo —que acuden a jornadas voluntarias los sábados—, y madres de familia (más que padres) dispuestos a dar de su tiempo para acompañar a sus hijos en el proceso de aprendizaje y, sobre todo, de lectura. Han establecido las “frutas literarias” (en un símil de los “cafés literarios”), donde los alumnos, con un vasito repleto de fruta o de jícamas en rebanadas, se dedican por una hora a leer en voz alta, para luego compartir y comentar los contenidos de lo leído.
Hay también un comité de madres encargadas de leer a los niños. La maestra Esther Rocha, responsable del proyecto de lectura, explica que muchas actividades que se programan desde el inicio de clases incluyen la lectura en voz alta para el mejor aprovechamiento de los alumnos. “Queremos desarrollar el gusto por la lectura con las madres de familia. Este comité realiza muchas actividades, pero la principal es la lectura en voz alta en las aulas”, dice.
Y cuando hay alumnos conflictivos, los canalizan hacia el desarrollo de actividades culturales de impacto, por ejemplo, la puesta en escena de un museo de cera cuyos personajes —Hitler, Marilyn Monroe, Che Guevara, Diego y Frida, Janis Joplin, sor Juana Inés de la Cruz o Carla Morrison— se explican a sí mismos pero en un inglés fluido.
En la lógica del descreimiento —que dicta que no puede ser cierto lo que uno ve—, cuesta trabajo reconocer que la escuela Profesor Roberto Ruiz Llanos, en sus dos turnos, no desperdicia ningún minuto del día en tiempos libres, pase de listas, recreos adicionales o alumnos a la espera del maestro que no llegó. Y no es poca cosa si se considera que, al menos en el Distrito Federal, del tiempo total de clase —en un horario de las 8:00 a las 12:30 horas, que es el de la mayoría de los planteles—, se ocupa apenas el 56%, en promedio, en actividades propiamente académicas y de aprendizaje; es decir, poco menos de tres horas al día. El tiempo útil es un desperdicio.
Aquí, en esta escuela pública de Ecatepec que tiene 13 grupos en cada uno de sus turnos y un total de mil 282 alumnos, el cuidado de las instalaciones —baños limpísimos y con papel higiénico a disposición— y la disciplina no tienen que ver con maestros regañones y directores que mandan llamar a los alumnos —desde luego ocurre, pero no es el rasgo distintivo— sino con algo más simple: el seguimiento puntual —hasta rayar en lo obsesivo— de todas las actividades que desempeñan maestros y alumnos a lo largo del día. Una tropicalización bastante simple pero meticulosa, de una buena práctica de transparencia y rendición de cuentas en un colegio. El Departamento de Evaluación y Seguimiento Institucional —una rara avis en el concierto de los colegios y escuelas públicas a nivel nacional— se encarga de medir y recabar diariamente información de las actividades de aprendizaje de los maestros y la evaluación que de ésta hacen los alumnos. Toda la información se procesa semanal, mensual y semestralmente, para determinar los indicadores del logro académico de los alumnos. Un trabajo de abeja en panal que está a disposición de quien quiera, especialmente de padres de familia y maestros.
Me reta el director: “Di cualquier fecha, la que quieras, del año que quieras”. Digo cualquier día y mes de hace tres años sin pensarlo demasiado y la encargada del departamento busca de inmediato una gruesa carpeta del año señalado, con el separador del mes y del día. Lo que veo es un conjunto de reportes (observación en clase; informes de acciones de “alumnos con alerta de reprobación”; reportes de “áreas de oportunidad en el desempeño del alumno”; escalas estimativas de aprovechamiento y otros tantos) que constituyen una radiografía de lo que ese día ocurrió en cuanto al aprovechamiento académico en el plantel.
“Tenemos un registro y control hasta de la seguridad de los alumnos. Cuando un niño o una niña van al baño estando en clase, queda anotada la hora en que lo hizo y la de regreso al salón. Somos responsables de la seguridad de los chicos en cada minuto que están en el plantel y eso los padres lo aprecian demasiado”, dice el director.
Pero los padres de familia aprecian mucho más que eso. En una reunión del Consejo de Participación Social —convocada especialmente para esta visita—, alumnos, maestros y padres de familia hicieron el relato pormenorizado de las actividades del colegio.
La alumna Daniela, actriz de Tengo hambre, una pequeña ficción en video que aborda el acoso escolar (bullying) y que fue patrocinada por la ONU, dice: “Los maestros hacen muy bien su trabajo. No vienen a cuidar niños”, y el alumno Saúl: “Coexistimos de una manera recíproca y respetuosa. En esta escuela somos muy afortunados. Admiro a mis maestros [aun cuando] tenemos grupos de 60 alumnos”. Beatriz, madre de dos niñas en segundo y tercer grados, lo dice sin ambages: “Aquí hay una buena cabeza; aquí se ven resultados escolares”. Invitado de manera extraordinaria, el supervisor regional, José Isabel Maya, reconoce la gestión y la autogestión escolar y afirma que en las 17 escuelas de la zona “hay cierto celo por la escuela 200 de Ecatepec”.
Por eso es difícil suponer que todo esto era un montaje. Ni el más plantado de los directores de escena sería capaz de coordinar el discurso de maestros, alumnos y padres de familia para hacerlo coincidir, casi milimétricamente, con el de su director.
Muy discreto, con la expresión relajada de quien sabe que ha hecho bien las cosas, observa y escucha la sesión del Consejo el profesor Roberto Ruiz Llanos, fundador de esta escuela secundaria, que lleva su nombre, y de lo que en su tiempo se llamó Unidad Pedagógica de Ecatepec: preescolar, primaria, secundaria y normal. Ni siquiera le pregunto la edad, pues son muchos los años que lleva encima. “El cerebro es un milagro —dice—, hace que los alumnos y maestros aprendan a pensar de manera dialógica. Con la empatía y el pensamiento logramos eliminar la separación autoritaria de profesores y estudiantes. Tengo una idea muy clara de que se deben quitar los regaños y el autoritarismo. Uno tiene la capacidad de autoformarse. Decidimos centrarnos en los alumnos y en su aprovechamiento, nada más”.
“Doy fe de que todo lo que viste en esa escuela es verdad, no tiene maquillaje. Todo eso es resultado del trabajo y el esfuerzo de la escuela, sus maestros y directivos a lo largo de los últimos 15 o 20 años”, me dice al teléfono Margarita Zorrilla Fierro, integrante de la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.
En 2012, como directora general del INEE, acudió a atestiguar la “experiencia exitosa” de la escuela Profesor Roberto Ruiz Llanos. En algún momento de la conversación a Margarita se le quiebra la voz, en el recuerdo vivo de una escuela ejemplar. “El director es una gente con una visión pragmática y eficaz. Es una persona que le importa que la escuela funcione como debe ser para obtener resultados. Esta escuela tiene un director con liderazgo y equipo de trabajo, con un sentido común pedagógico impresionante y el principio de buscar conseguir siempre lo mejor del otro. No es una escuela que hace innovación en los márgenes del sistema, y esto me parece increíble. Hace innovación dentro del sistema. En general, las experiencias innovadoras trabajan en el margen del sistema. Suele suceder que por eso son innovadores, porque nadie les hace caso pero tienen alguien con espíritu emprendedor”.
@rubenalvarezm
Sigue las nuevas entregas de este reportaje los días 17 y 24 de mayo. Este reportaje fue publicado en la revista Nexos de mayo.