“¿Consultar a los niños? ¿Como para qué? ¿Qué nos pueden decir?” Esas tres preguntas seguidas, dichas en un solo tirón de aliento, me han lanzado en las últimas semanas un grupo increíblemente heterogéneo pero sorprendentemente amplio de adultos, incluidos respetables activistas de infancia, legisladores que revisarán el Artículo Tercero, funcionarios mayores de la actual SEP (no me imagino a sus predecesores mucho más sensibles), maestras, opinadores de alcurnia.
Estamos al borde de un cambio importante, de un parteaguas en educación. En Mexicanos Primero hemos sostenido que la transformación es permanente; que ninguna reforma es definitiva y menos agota la mejora posible, que sin ajuste al marco legal no hay avance sustantivo, pero que con el solo cambio de reglas no alcanza para tener un proceso que valga la pena. Sin ser ingenuos, pero tampoco cínicos, hay que creer que lo mejor está por venir.
Toda clarificación es bienvenida y todo replanteamiento es promesa de crecimiento, en tanto y en cuanto se haga con honestidad y también con fundamento. Sería una tragedia en varios sentidos que los dolores de maestras y maestros, que el desconcierto de las familias, que el duro reconocimiento de las limitaciones propias y el consiguiente despojo de certezas, fuesen los daños colaterales de una sacudida cosmética sólo pensada para apaciguar a las clientelas y para ilusionar a los históricamente marginados.
Y entonces, en el arduo proceso social de volvernos a entender y superar los clichés tipo: “calidad es término empresarial, pero excelencia es término popular” -SÍ, ajá; hablando de dobles maromas con vuelta inversa… o mejor, de entendernos por primera vez, de contrastar posiciones y datos, de estirar más allá de la anécdota, del señalamiento falaz e injusto -“ustedes se meten porque hacen negocio”, “ustedes protestan porque son flojos y criminales”- estamos por caer en la incongruencia de no tomar en serio la voz de niñas, niños y adolescentes.
¿Se puede consultar a NNA sobre aquello que es su derecho? Sí. ¿No es mucho atrevimiento quererse involucrar en lo que es suyo? No. ¿No es demasiado confiar invitarlos a sumarse a un diálogo sobre lo que les conviene o no, y sobre lo que estamos definiendo, con impacto para el resto de sus vidas? No, no es demasiado; es su derecho.
En la perspectiva adultocéntrica –como ya dije, sorprendentemente extendida entre los que debaten educación para NNA, y en ningún momento me doy por exento personalmente de esa miopía compartida- los niños no pueden opinar porque “no van a entender”. Es claro que hay un umbral de natural maduración para que NNA salgan de su gusto y disgusto inmediato, para que se sumen deliberadamente a una tarea o conversación, y para que expresen libremente su perspectiva, sus aspiraciones y sus preferencias fundadas.
Pero justo lo que no debemos imaginar es que la participación sólo pueda ser simulada –adoctrinada, perico-repetida, como en las peores cantaletas de catecismo cristiano fundamentalista, nazi o soviético, bolivariano o new age- o que no hay manera de aprender algo nuevo y que no estamos viendo cuando niñas y niños se expresan con confianza. El artículo 12 de la Convención de Derechos sobre los Derechos del Niño, ratificada por México desde 1990 y con rango de orden constitucional desde 2011, marca la obligación de los Estados parte a escuchar a los niños, lo que se precisa y refuerza en el fraseo de la Ley General de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, vigente desde 2014, en el que se reconoce que NNA tienen derecho a ser escuchados y tomados en cuenta en los asuntos de su interés (Artículo 71) y que las autoridades están obligadas a “disponer e implementar los mecanismos que garanticen la participación permanente y activa de niñas, niños y adolescentes en las decisiones que se toman en los ámbitos familiar, escolar, social, comunitario o cualquier otro en el que se desarrollen”. Por si cupiera duda, el Artículo 57, referido al derecho de NNA a la educación, remata en su fracción XV que es obligación de las autoridades establecer “…mecanismos para la expresión y participación de niñas, niños y adolescentes, conforme a su edad, desarrollo evolutivo, cognoscitivo y madurez que permita atender y tomar en cuenta sus intereses y preocupaciones en materia educativa”.
De que se puede, se puede. El Instituto Nacional Electoral, el Sistema de Protección Integral (SIPINNA) y UNICEF publicaron en 2017 la “Guía para la participación de niñas y niños” en la que aterriza cómo se pueden hacer consultas y participar auténticamente, y no en los formatos acartonados del debate legislativo. Ya hay el precedente de las consultas infantiles y juveniles, y de los ejercicios OpiNNA sobre la reconstrucción tras los sismos del año pasado y en torno a la no discriminación de migrantes. ¿De veras es mucho pedir que en los foros y Parlamento Abierto para discutir una reforma de la reforma al Tercero, lo niños no queden marginados y acallados?