Sí se solicitó suspender las convocatorias
que comprometan recursos del próximo
ejercicio. Sin embargo, la suspensión
de ninguna manera implica
la cancelación de éstas.
María Elena Álvarez-Buylla Roces
En El político y el científico, Max Weber asentó: “En los círculos académicos y científicos es una especie de enfermedad profesional. Pero precisamente en el hombre de ciencia, por antipática que sea su manifestación, la vanidad es relativamente inocua en el sentido de que, por lo general, no estorba el trabajo científico. Muy diferentes son sus resultados en el político, quien utiliza inevitablemente como instrumento el ansia de poder”. Ser vanidoso en política conduce a la sinrazón y que el sujeto pierda el sentido de las proporciones.
Vaya que tuvo repercusiones la carta que la futura directora general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, María Elena Álvarez-Buylla, envió al todavía jefe de la dependencia, Enrique Cabrero Mendoza. Pascal Beltrán del Río lo calificó como un sainete.
En la carta, fechada el 24 de septiembre, la futura directora solicita que se suspendan las convocatorias lanzadas después del 1 de julio y que no comprometa gastos del ejercicio 2019. Aunque después dijo que no dijo lo que dijo y agregó otra solicitud, que se investigue quién hizo pública la carta.
Tal vez, la frase de Weber citada al comienzo retrate la novatez de la doctora Álvarez-Buylla más que el ansia de poder. Ella está en su propio proceso de transición, del laboratorio y la cátedra, a la función pública; dos mundos que, si bien no son opuestos por completo, sí demandan actitudes y capacidades diferentes. La mesura, según el mismo Weber y, en otro contexto, Maquiavelo, es una de las virtudes que debe cultivar el alto funcionariado del Estado. La desmesura fecunda la vanidad y conduce a equivocaciones.
En la entrevista con Pascal Beltrán del Río en Imagen Radio, Álvarez-Buylla se echó para atrás, aunque no reconoció haberse equivocado. Sintió la presión de la gente, en especial de la comunidad a la que aspira servir “más y mejor”. La respuesta de Cabrero Mendoza contribuyó a templar los ánimos: “no se suspenderá nada, sería en contra de la norma”.
Cierto, el tiempo de la transición entre un gobierno y otro es largo; los que van a llegar a funciones ejecutivas se desesperan y quieren tomar el mando —ya casi lo tienen— antes de jurar en el cargo. Eso conduce a tensiones y problemas entre los cuadros políticos. Pienso que Álvarez-Buylla recibió una lección primera y aprenderá a mesurar su conducta porque ahora sabe que lo que diga —cualquier cosa que diga— tendrá consecuencias.
Por desgracia, la carta borró de la discusión pública la propuesta —admito que me parece muy buena— de cambiar el nombre del Conacyt en una acepción incluyente para las humanidades y las ciencias sociales. Se transformará en Consejo Nacional de las Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt) en el gobierno del futuro presidente, Andrés Manuel López Obrador. Si además del cambio de nombre logra mudanzas sustantivas en orientación, financiamiento y apoyo a proyectos e investigadores en esas áreas, el gobierno de la cuarta transformación marcará casi una refundación de esa institución señera.
Aunque no las finiquitó por completo, desde mi perspectiva, desde mediados de los 90, el Conacyt disminuyó vicios como el compadrazgo y otro tipo de relaciones clientelares. Me parece injusta la crítica que expresó la futura directora de que se eliminará “todo rastro de favoritismo o irregularidad en las becas y entrega de recursos públicos”.
Con todo, le deseo éxito María Elena Álvarez-Buylla Roces. Si le va bien a ella le irá bien al Conacyt, a México y a la investigación humanística y científica. Espero no se deje ganar por la vanidad.