Todo mundo ve hoy a Finlandia como el ejemplo a seguir en la formación lectora y escritora de los niños, y se reconoce el sistema educativo finlandés como uno de los mejores del mundo. Por citar sólo un dato, en la prueba PISA Finlandia aparece siempre como número uno o dos de los países de la OCDE. México, en cambio, es conocido, reconocido y requete-conocido por quedar en los últimos lugares. En la prueba PISA del año 2000 ocupamos el lugar 31, de 32 países; en la del 2003 fuimos el 37, de 40 países; en la del 2006, fuimos el 43 de 56 países (porque en esa ocasión participaron países impronunciables, como Kyrgyzstan); en la del 2009 fuimos el 34 de 34 países, y en la del 2012… se aceptan apuestas porque los resultados salen hasta el 3 de diciembre próximo. El gobierno rara vez informa, en cambio, que México es campeón mundial en distribución inequitativa de la riqueza[ii] y en las peores condiciones laborales y salariales[iii]. Pero estos son detalles que “nada qué ver” con exclusión social y educativa (¿o sí?).
Bien podría decirse, entonces, que México y Finlandia son los extremos opuestos del planeta Tierra en materia educativa y particularmente en la formación de lectores y escritores capaces y gozosos. No es que estemos cruzados de brazos, pero hasta ahora las políticas y los discursos apuntan, cual tanques antimotines, a la masa empobrecida de la población y a sus respectivos maestros. Es ahí donde la jerarquía política, económica y mediática ve el problema. Por eso los cañones de las políticas educativas, culturales y lectoras apuntan siempre a la prole malhablada, peor pensada, inculta y anti-lectora. Con excepción de tres mexicanos de alcurnia (uno que dice “Borgues” en lugar de Borges; otro que dijo “lo importante es ganar, haiga sido como haiga sido”; y otro incapaz de nombrar tres libros); con excepción de estos tres, el problema educativo de México está siempre en la prole: los tiangueros que no leen literatura exquisita mientras despachan el jitomate bola, las sirvientas que saben todo de telenovelas y nada de novelas, los alumnos y maestros de escuelas públicas que nos dejan hiper-mal parados en las pruebas estandarizadas. Son ellos el mal a combatir. El cáncer diagnosticado pero no erradicado.
No niego que los susodichos (maestros y alumnos) ponen su granito de arena para hundir al sistema educativo y así ahondar la exclusión social. Pero el cáncer tiene su origen no sólo en el cuerpo sino también en la cabeza del sistema educativo y social. Y aquí recuerdo lo que dijo mi doctor cuando vio mis radiografías: “a grandes males, grandes remedios: necesita trasplante de cerebro”. Sí, el remedio es fuerte y no se puede tomar de golpe. Así que se me ocurre una solución mexicana para batear a Finlandia del top 10 de la educación mundial y rebasarla por la derecha. Imaginemos, por el puro placer de ejercer la “propensión sediciosa de la ficción” (decía Vargas Llosa[iv]) que Finlandia se propusiera seriamente llevar su sistema educativo a los niveles alcanzados por México. ¿Cómo le haría? Viéndolo en serio, no la tendría fácil. Pero aquí va mi receta mexicana en 7 pasos.
Paso 1. Durante los próximos 30 años, redúzcase sin miramientos el salario real de los maestros. Que se vuelvan docentes taxistas, o tiangueros, o torteros o vendedores de Avon, Stanhome, Oriflame o Salvaje Tentación. Que busquen la doble plaza o la comisión sindical. Que olviden que un día fueron profesionistas con estatus. Que la necesidad los lleve a hacer paros, marchas y plantones por aumento salarial y supervivencia laboral. Que los acusen de estorbar el tránsito y afear la ciudad. Que les echen gases, granaderos, helicópteros y tanques. Que las maestras lloren lágrimas de impotencia cuando las echen a patadas de la plaza pública. Que por primera vez ser maestro sea un riesgo y una vergüenza en ese país. Para terminar este paso, rocíese generosamente veneno mediático inflamable sobre los maestros y pónganse en un comal a fuego lento, que se retuerzan en su jugo.
Paso 2. Remuévase totalmente de las escuelas donde enseñan los maestros del comal a los hijos de los funcionarios, políticos y empresarios que organizaron la parrillada. Que ningún hijo de presidente, secretario, subsecretario, director general, director adjunto, subdirector, o bien de diputado, senador, consejero electoral, líder político, empresario, o incluso de profesionistas clasemedieros se quede en escuelas públicas. Que todo aquel que pueda pagar meta a sus hijos en escuelas privadas. Si son de tendencia “izquierdista” que los metan al Herminio Almendros, al Paidós, a la Escuela Activa, al Colegio Madrid, o mínimo al Logos. Los clasemedieros de centro-derecha que lleven a sus hijos al Colegio Guadalupe, al Tepeyac, o al Colegio Williams. Y los de altísimo poder adquisitivo, sin importar partido ni color, que manden a sus hijos en camionetas blindadas al colegio Olinca, al Colegio Suizo, al Alemán, al Americano, al Franco-Español, al Hebreo, al Británico o al Alexander Bain[v].
Al mismo tiempo, que los hijos de la prole se queden en escuelas públicas de nombres patrióticos, africanos o matemáticos, tales como Primaria Juan Escutia, Escuela República de Sudán, o Secundaria Diurna 99, en donde den clases maestros tipo Rosa Estela Infante, Arnulfo Benítez, Anel Montero, Esther Tapia o Gabriela Nájera.
Paso 3. Sustitúyanse los flacuchos documentos normativos de la educación finlandesa con obesos planes y programas de estudio de más de mil páginas, que definan no sólo los fines, sino también los fines de los fines, y los fines de los fines de los fines de la educación pública. Oblíguese a los autores y editores de libros de texto a apegarse 100% a los programas oficiales y abstenerse de ejercer su inteligencia y creatividad pedagógica. Cámbiense cada sexenio estos planes y programas, junto con los respectivos libros de texto, y viértase generosamente en las cabezas de los maestros finlandeses el licuado terminológico resultante, en el que no deberán faltar estos ingredientes: competencias, habilidades, propósitos, aprendizajes esperados, indicadores de logro, estándares de calidad, trabajo por proyectos, ejes transversales, ámbitos, bloques, temas, planeación y evaluación de calidad, pruebas estandarizadas, nuevos enfoques, proyectos áulicos, estrategias integradoras, contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales; saberes transversales, sustento interdisciplinario, transdisciplinario y metadisciplinario, pilares de la UNESCO, competencias de Perrenoud, estándares de la OCDE, evidencias de productividad, calidad, equidad, diversidad, gestión, OCDE, PISA, Enlace, RIEB, TGAs, ATPs, ETC, ETC.
Paso 4. Agítese a fuego lento la terminología anterior en las mentes de los maestros; en lo que que absorben la esencia del LEG (Lenguaje Educativo Globalizante), lávese, cuélese y exprímase el cerebro de los maestros finlandeses para que olviden palabras obsoletas de la pedagogía ancestral, tales como inteligencia, sensibilidad, libertad, creatividad, imaginación, interés, espontaneidad, experimentación, diálogo, concientización, ejemplo, placer, confianza, poesía, respeto, dignidad, honradez, paciencia o integridad…
Paso 5. Una vez que los alumnos finlandeses estén perfectamente segregados en escuelas para nobles y escuelas para prole, y los maestros de éstas últimas hayan asimilado el nuevo lenguaje y olvidado el lenguaje antiguo, aplíquense las pruebas Enlace y PISA. Si se comprueba que, al igual que en México, los alumnos de escuelas privadas sacan el doble, triple o cuádruple de mejores resultados que los de escuelas públicas en dichas pruebas[vi], es que la receta está surtiendo el efecto deseado.
Paso 6. Para asegurar que el panqué va agarrando la consistencia deseada, abra el horno y compruebe si la sociedad finlandesa adquiere la consistencia suave de Un mundo feliz, la novela de Aldous Huxley. Es decir, que los finlandeses estén divididos física y mentalmente en castas sociales y educativas donde los alfas sean más altos, más ricos, más güeros, más guapos y más inteligentes (aunque su inteligencia no sea verbal sino financiera), y el resto de las castas (los betas, gamas, deltas y epsilones) sean menos capaces y menos bonitos. Cuide que los epsilones, la casta inferior, esté integrada por los más bajos de estatura, los más oscuros de piel, y que estén destinados a los trabajos de servidumbre. Para asegurar la felicidad de los infelices deltas y epsilones se les proveerá de pastillas de soma futbolera, guadalupana y mariguanera, en dosis permanentes. Así, cuando los corran del trabajo, o los rechacen de la universidad, o los asalten con alzas de impuestos no dirán: “esto es vil exclusión socioeconómica, racial y étnica”, sino frases delicadas como “ya estaría de dios”, o “donde una puerta se cierra, otra se abre”, o “lo que no era para ti, aunque te pongas”.
Paso 7. Este último paso es difícil pero esencial. Léase una y otra vez el siguiente cuento a los maestros, hasta que lo memoricen y lo acepten de corazón: En tiempos remotos el mundo estaba habitado por seres autodenominados humanos, que cohabitaban con diversas especies de animales y vegetales. Para distinguirlos de éstas, el creador les dio tres dones: 1) el lenguaje, que les permitía no sólo pensar y comunicar sus pensamientos sino controlar voluntariamente su comportamiento; 2) el libre albedrío, que les permitía elegir libremente y decidir sus propias acciones; y 3) la teleología… tele–¿qué?, la teleología (como esta palabra no es de fácil digestión, léase a los maestros finlandeses la segunda parte del cuento, que va así): Dotados de lenguaje, libre albedrío y teleología, los humanos establecían los fines de sus acciones. Por ejemplo, tallaban cuchillos de piedra para cazar animales; araban la tierra para sembrar semillas y cosechar maíz; o contaban cuentos para animarse y a la vez pasar su sabiduría de generación en generación. Un día llegó un filósofo y les explicó la gran diferencia entre el trabajo humano y el instinto animal: “La abeja avergüenza con la construcción de sus celdas a más de un arquitecto. Pero la diferencia entre el peor arquitecto y la mejor abeja, es que el arquitecto ha creado la celda en su cabeza antes de comenzar a construirla”. Luego el mismo filósofo explicó “teleología es justo esa capacidad de definir de antemano los fines de la acción propia, y el trabajo es la principal acción que hace humanos a los humanos.” En tiempos antiguos, entonces, los humanos eran dueños de su lengua, de su libertad para elegir, y de los fines de su trabajo. Pero miles de años después llegaron de otro mundo unos pseudohumanos que no trabajaban y eran pocos, pero tenían armas, dinero y bonitas oficinas. Tomaron el poder y dictaron: “a partir de ahora los que trabajan no van a decidir los fines ni los métodos de su trabajo. Eso lo vamos a decidir nosotros con asesoría de expertos, que tampoco trabajan pero vienen bien recomendados.” Los expertos comenzaron a desmantelar las ideas teleológicas del antiguo régimen. Inventaron la administración científica del trabajo para aumentar la productividad y bajar la ociosidad de los que sí trabajaban. Luego se enfocaron en los maestros, porque la educación era la forma más peligrosa de teleología. Un maestro no transformaba la naturaleza sino formaba seres humanos para hacerlos libres y con autodeterminación. Eso era inaceptable, por lo que los pseudohumanos, que no trabajaban, inventaron el concepto de “función normativa” y se la colgaron al cuello como una medallita. Decretaron desde entonces que los fines de la educación, y los fines de los fines, serían “atribución exclusiva de las instancias normativas”, mientras que a los que sí trabajaban les quedaba la función de “aplicar al pie de la letra los contenidos, métodos y materiales” diseñados exprofeso para evitarles el trabajo de pensar por sí mismos sobre los fines y los medios de su propio trabajo. Y así surgió el maestro actual de escuela pública, que no recuerda ya cuándo perdió el libre albedrío y la teleología de su propio trabajo, y se volvió un epifenómeno de la voluntad o de la necedad ajena. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Bueno ya! Salgamos de la ficción. Si después de aplicar la solución mexicana logramos convertir al sistema educativo finlandés en un régimen de segregación y exclusión educativa, de alienación del trabajo docente y de empoderamiento extremo de la burocracia; si logramos convertirlo en un país con presidentes que se ahogan guturalmente con las palabras complejas o que conducen al diccionario (como decía Monsiváis[vii]), sin duda los rebasaremos en los rankings educativos. Pero si aun así Finlandia nos sigue ganando y descalificando en lectura, escritura y demás… ¡pues nos vamos al repechaje con Nueva Zelanda!
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El autor es Profesor-Investigador de la UAM Cuajimalpa. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. grehz@yahoo.com
Referencias
[*] Texto leído en el Seminario: “Leer y escribir como prácticas para la inclusión educativa y social”. 33 Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil”, CENART, México D.F., 15/nov/2013.
[ii] Datos de la OECD de 2011: http://www.oecd.org/els/soc/49499779.pdf Datos de 2013: http://www.oecd.org/els/soc/OECD2013-Inequality-and-Poverty-8p.pdf
[iii] Los mexicanos ganan menos, pero son más felices, según la OCDE (28 de mayo de 2013) http://mexico.cnn.com/salud/2013/05/28/los-mexicanos-ganan-menos-pero-son-mas-felices-segun-la-ocde
[iv] Vargas Llosa, Mario (2002). La verdad de las mentiras. Madrid: Punto de Lectura.
[v] Las 60 mejores (y más caras) escuelas de México: http://www.chilango.com/tabla/2013/las-60-mejores-escuelas
[vi] SEP: Resultados históricos de Enlace 2006-2013: http://www.enlace.sep.gob.mx/content/gr/docs/2013/historico/00_EB_2013.pdf
[vii] Monsiváis, Carlos (2000). Aires de familia. Barcelona: Anagrama, p. 219