Recuerdo que una ocasión que visité a mi hija Claudia (quien fue diagnosticada con lesión cerebral profunda a consecuencia de meningitis) en el internado donde se encontraba, por cierto, muy bien atendida por religiosas, una de ellas, me dijo “Doña Gloria, estamos enseñando a Callita (así le decíamos de cariño) a subir la escalera a su habitación, pero no puede hacerlo, tenemos que subirla cargada”. Le contesté ¿y si me subo primero y desde arriba le hablo? Ella estuvo de acuerdo y así lo hicimos.
Callita se emocionó mucho cuando me vio arriba, animándola a subir. Después de varios intentos, y con mucha dificultad, lo logró. Cuando llegó al último escalón, nos abrazamos felices por su éxito, coreado por la algarabía y aplausos de las demás religiosas y niñas internas. Fue un momento inmensamente feliz y conmovedor. Desde entonces, subía sola aunque siempre acompañada por alguien.
¿Cuál fue la fórmula mágica que, en ese caso, permitió lograr el objetivo?
Indudablemente, el empeño de las religiosas en lograr esa meta ocupó un lugar importante porque la definieron claramente y perseveraron en ella; también, el acompañamiento de sus compañeritas de estancia quienes con sus distintas posibilidades de expresión y de afecto, la alentaban a lograrla; además, la motivación interna que Callita tuvo al querer estar conmigo y la motivación externa que yo le provocaba animándola con cariños, a subir esos escalones que nos separaban. Motivación basada en mutuo amor entrañable.
Pudiera pensarse que este ejemplo es muy sencillo para entender el éxito en algo que uno se propone, pero atendiendo al contexto relatado, adquiere un valor inestimable.
Y así es, en cada vida. El significado de subir la escalera es distinto para cada quien. Puede haber obstáculos o no, en su ascenso. Lo importante, es la actitud de lucha y el resultado.
Entiendo que no existe una misma fórmula para todos los casos, pero considero que por lo menos estos tres elementos son parte indispensable: metas, acompañamiento y motivación.
Pensando en los múltiples casos de deserción que son de nuestro conocimiento, me pregunto ¿por qué no concluyeron su formación universitaria?, ¿por qué no, si muchos tenían mejores promedios que la media estudiantil? Luego, inevitablemente llego a la contraparte, los que logran culminar sus estudios y me pregunto ¿cómo lo lograron?, ¿a pesar de qué, lo lograron? Me queda claro que tanto unos como otros, requieren de un seguimiento y atención especial, para mejorar. Siempre, para mejorar.
Analizando los primeros casos en forma muy general, encuentro que hubo quienes dejaron sus estudios a pesar de llevar buenos promedios, en virtud de que para poder estudiar debían trasladarse a una ciudad en donde ofrecieran la carrera de su interés. Esto implicaba gastos familiares adicionales que en muchos casos no se pudieron sostener hasta el final, demandando al estudiante a regresar a su hogar para contribuir a la economía familiar. Sin embargo, en el mismo caso de traslado existen situaciones en que el estudiante sólo quiere alejarse del seno familiar y no pone en juego toda su capacidad para responder a su responsabilidad como alumno de una institución. Por lo que la consecuencia directa es su ausencia de clases, la reprobación y la drástica baja del sistema escolar al agotar todas las oportunidades que normativamente existen, ignorando o pretendiendo ignorar, los esfuerzos que sus padres hicieron todo ese tiempo para sostenerlos fuera de su hogar. Esfuerzos impregnados de esperanza de un cambio en la vida de sus hijos y en la suya propia.
Causa de mucho peso lo es también la falta de una adecuada definición vocacional. Por ello, se inscriben en una carrera y después en otra y otra más. Comportamiento que, en el mejor de los casos, llega a desembocar en un egreso con rezago, pero en la mayoría de las ocasiones, junto con la reprobación, se constituye en abandono de estudios porque no llegan a saber qué es realmente lo que les interesaría estudiar, generándoles frustración y baja autoestima al llegar a carecer de credibilidad en su entorno.
También hay casos que deciden abandonar sus estudios porque no se sienten muy identificados con una formación académica y quieren triunfar o vivir de otra forma, quizá iniciando algún negocio o simplemente, empleándose.
¿Los casos aquí comentados, requieren de motivación externa, proporcionada por docentes, compañeros, tutores, etc., para encontrar y fortalecer su motivación interna?
Por otra parte, las causas y motivaciones de quienes logran concluir sus estudios, también son diferentes. Hay quienes tienen muy claro qué quieren estudiar y buscan ingresar a la universidad para lograrlo. Transitan sin o con algunos contratiempos menores y concluyen en tiempo y forma. Hay quienes teniendo ese mismo nivel de claridad en lo que quieren estudiar, sufren algún contratiempo mayor pero, a pesar de ello, logran su meta y no sólo eso, sino que siguen superándose en forma permanente. ¿Estamos ante casos que cuentan con fuerte motivación interna?
En este contexto, ¿qué fórmula podemos utilizar para que cada uno logre desarrollar lo que anhela y encauzar su potencial para su propio beneficio y el de su entorno?, ¿cómo acercarnos a ellos para ayudarlos y conocer qué es lo que los motivaría para poner en juego su capacidad para subir la escalera que representa su propia vida?
Considero que ésta es una tarea pendiente en las Instituciones Educativas, conocer hasta donde sea posible, las causas evidentes y latentes en un alumno, que lo pueden llevar a dejar sus estudios y ayudarles a encontrar una motivación para que perseveren hasta el final. Es decir, contribuir a que el alumno identifique el sentimiento que lo motive a lograr un alto nivel de compromiso o se sienta implicado en la consecución de sus metas; a que identifique, construya y concrete su proyecto de vida.
A final de cuentas, la meta es formar mejores personas y si cada una busca mejorarse a sí misma, la sociedad en su conjunto, mejorará.
Dra. Gloria Esther Trigos Reynoso
Dirección de Sistemas Administrativos
Universidad Autónoma de Tamaulipas
gtrigos@uat.edu.mx