A diferencia del protagonista de El Proceso de Franz Kafka, no me llamo Josef K. Sin embargo, una mañana fui arrestada por una razón que, contrariamente a lo que le sucedió a Josef K., me era conocida: los estudios que había cursado más o menos dos décadas atrás en el extranjero, no eran idénticos a los de México. Llevo años laborando en una institución pública del país, con todos mis documentos sellados, firmados, legalizados, apostillados y resellados. Pero tenía que llegar el día en que la verdad saldría a la luz: mis estudios en el extranjero no son iguales a los de México.
Cuando los fiscales se dan cuenta de eso, te llevan al banquillo de los acusados. Varias pueden ser las sanciones: te sacan de los programas institucionales (cuerpo académico, programa de estímulos, etc.), nunca más recibirás una promoción o, en el caso de los profesores eventuales, ya no se renovará su contrato.
Hay que estar agradecidos con quienes acuñaron el Acuerdo 286[i]. Porque no es gente racista, ni malinchista, ni nada. No les importa la nacionalidad del individuo. ¡Lo que les importa es la nacionalidad de los títulos académicos! Los Derechos Humanos proscriben la discriminación de las personas. Pero nada impide la discriminación de los títulos y certificados, ya que los papeles no tienen derechos. El Acuerdo dice a la letra:
Si del análisis […] se desprende que los estudios acreditados y concluidos en el extranjero se equiparan en al menos un setenta y cinco por ciento (75%) a los estudios existentes dentro del sistema educativo nacional, se otorgará la revalidación por nivel completo. (35.3)
Esto significa que es necesario armar un expediente donde, materia por materia, programa por programa, se compara el plan de estudios original (que a veces ya ni se consigue) con uno mexicano. La posibilidad de encontrar un programa nacional que cumpla con los criterios de búsqueda es mínima:
De hecho, según las estadísticas de la SEP en 2011, 13,521 personas solicitaron una revalidación para la educación superior y sólo al 8% (1,139) se les concedió la revalidación total. Esto tiene sentido ya que las políticas de revalidación son ridículas.[ii]
Lo bueno es que esa gente con títulos extranjeros no tiene nada que aportar al país. Y si se llegara a sorprender a uno de ellos haciendo algo útil, hay que detenerlo inmediatamente. Es preferible tolerar que departamentos universitarios enteros se atrofien, a contratar y dejar trabajar en paz a especialistas con títulos extranjeros que no pueden revalidar. Es preferible dejar de aprender lenguas extranjeras si el profesor no tiene una cédula mexicana. Si esa gente, allá en el extranjero, estudió una carrera que no tiene su doble en México (¿tal vez, por ser de vanguardia?), que no venga a engrosar las nóminas. ¡Bola de estafadores! Aquí sólo se enseña lo que se aprende aquí mismo.
Por favor, inclúyanme en esa bola. Desde el día de mi arresto, la culpa me está devorando. Pero hasta eso: me dieron chance. Chance de acudir con las autoridades. Igual que Josef K. De tener gestores universitarios que desconocen las apostillas y creen que un bachelor es lo mismo que un bachillerato, y que un magister equivale a un diploma de la escuela normal. Y que toman el DEA por una unidad anti-drogas que, claro está, tampoco puede revalidarse. Me dieron chance de armar mi defensa y llevarla ante ese tribunal supremo llamado SEP. De recorrer interminables pasillos y deambular en medio de estéticas de uñas, de perturbar la venta de muñequitos de peluche y joyería de fantasía. Para encontrar vacío el escritorio donde me habían citado. Y la siguiente vez lo mismo. Y la tercera también. Al adentrarme más a fondo en esas catacumbas, me topé con funcionarios para quienes los títulos extranjeros son como el libro sellado con siete sellos. Un auténtico enigma. Si estuvieran en chino, por lo menos tendrían traducción. Luego me llegó una respuesta dictada por el estado de ánimo del momento. Y que no dependía, por supuesto, de si la encargada, a la hora de tomar la decisión, agarró mis documentos al derecho a al revés.
“¿Y si el inglés no viene en mi plan de estudios, pero tengo otro tipo de constancia?”, pregunto ingenuamente. “¡Ah no! Si no viene allí, entonces no vale”. En realidad, importa un pepino lo que realmente estudiaste o lo que sabes. Lo importante es que todo se encuentre bajo el manto de la ley.
En las catacumbas los rumores tienen eco. Se murmura de algunos extranjeros que nunca consiguieron revalidar sus títulos porque en su programa de preparatoria no aparece la historia de México. Deambulan varios esqueletos de profesionistas foráneos incapacitados para ejercer, por haber extraviado su certificado de bachillerato (¿o acaso era de primaria?). Vislumbré las sombras de unos mexicanos que habían ido al extranjero con una de esas becas; pero a su regreso, les negaron la revalidación y la cédula. Porque el programa de la universidad de prestigio donde habían ido a estudiar no era equiparable a un programa de por acá. Y así debe ser, ¿no? Ellos reciben el apoyo para que en tierras ajenas aprendan exactamente lo mismo que habrían podido aprender si se hubieran quedado en casa. Sólo un asno puede pensar que el apoyo se da para abrir nuevos horizontes.
No hay nada mejor que una buena universidad patito. Local, desde luego. A esa conclusión he llegado en mis idas y vueltas penitenciarias por las entrañas del guardián de la ley. Y fue allí mismo donde me contaron la historia de uno de sus altos mandos que tampoco podía revalidar sus estudios cursados en el extranjero. Lo que hizo entonces fue fundar una universidad con un programa igualito al que necesitaba. Y, colorín colorado, el cuento se había acabado. ¡Un ejemplo a seguir!
[i] Acuerdo Número 286 por el que se establecen los lineamientos que determinan las normas y criterios generales, a que se ajustarán la revalidación de estudios realizados en el extranjero y la equivalencia de estudios […] (Publicado en el Diario Oficial de la Federación el día 30 de octubre de 2000).
[ii] Darcia Datshkovsky: Revalidación sin fuga. 22 de mayo 2013
Profesora universitaria
heike50@hotmail.com