Una hoja de papel y unos lápices de colores, fueron suficientes para que los niños dieran rienda suelta a su imaginación.
La indicación de la educadora había sido, al menos para mí, clara: tomen la hoja de papel, utilicen los lápices de colores que están en el bote, y dibujen lo que ustedes quieran. Como era de esperarse, los pequeños tomaron la hoja y algunos colores para comenzar a realizar unos trazos que, para los ojos de cualquier extraño, no tenían ningún significado; sin embargo, para esos alumnos: lo era todo. Ahí podía observarse, según ellos: una casa, un perro, una flor, un sol, las nubes, las aves, un papá, una mamá, un hermano; en fin, un sinfín de cosas que, sin lugar a dudas, representaban una verdadera obra de arte.
Realizada tal acción vinieron las historias; la maestra les había pedido que, a partir de lo dibujado, expresaran lo que en dicho dibujo se observaba y lo que esto representaba. Nunca había escuchado tan sorprendentes relatos. Sus palabras, nos conducían por caminos verdaderamente increíbles y maravillosos, claro, llenos de fantasía y, ocasionalmente, de una realidad que desgarraba el alma. No obstante, observar la cara de esos pequeños, escuchar con atención cada una de sus palabras y los gestos que las acompañaban, fueron de los momentos que más atesoro y guardo en el cofre de mis más bellos recuerdos.
Sí, tan sólo una hoja de papel y unos cuantos colores, fueron necesarios para que el conocimiento fluyera entre cuatro paredes y entre sus principales actores: los niños y su maestra. Sí, ahí, en ese espacio que muchas veces es criticado hasta el hartazgo; sí, ahí, en ese lugar que muchas veces es poco valorado por propios y extraños; sí, ahí, en ese territorio indómito y hasta el cansancio explorado; sí, ahí, justamente ahí: surgió la magia. Y tan sólo bastaron una hoja de papel y unos cuantos colores.
Aquellos diseñadores de políticas públicas relacionadas con el ámbito educativo, ¿se habrán puesto a pensar en esa magia?, ¿la habrán imaginado? – Me preguntaba; sí, en ese momento me preguntaba. Y vaya el cuestionamiento no era para menos, la discusión de la reforma educativa estaba en su apogeo y, como era de esperarse, los comentarios circulaban a raudales por las redes sociales y otros medios de comunicación: ahora sí se derogaría la reforma neoliberal y punitiva tal y como lo había prometido el Presidente; ahora sí se revaloraría el trabajo de los maestros y maestras; ahora sí se ofrecerían mejores condiciones para que los niños accedieran a una educación, ya no de calidad, sino de excelencia; ahora sí volaríamos hacía un mundo nuevo.
No, el cuestionamiento no era para menos porque, finalmente, a pesar de las políticas educativas y de los cambios ideológicos que trae consigo el establecimiento de una ideología diferente en cada sexenio, desde luego, la pregunta era más que pertinente, con una respuesta que se antojaba obvia, pero al fin de cuentas, pertinente.
En esas estaba cuando de repente una pequeña, sin decir agua va, atrajo mi mirada para preguntarme si quería que me contara su historia. Desde luego que no pude negarme a tal cuestionamiento y, de nuevo, surgió la magia: “ella es mi mamá, mi papá es el más alto, mi hermanito está llorando porque sabes, siempre está llorando, seguramente tiene hambre. En esta casa vivimos mi abue, mi mamá, mi papá y mi hermanito; tengo muchos juguetes, sí, esos de ahí son mis juguetes, qué no los ves; yo juego mucho con ellos y me divierto mucho. Adiós”.
Sí, de nueva cuenta apareció la magia, vestida de inocencia, pero con la más bella elocuencia.
Y tan sólo bastaron una hoja de papel y unos cuantos colores.
¿Acaso el Secretario de Educación habrá escuchado alguna de estas historias? – Me preguntaba; sí, en ese momento me preguntaba, pero ya no le di mucha importancia. El ciclo escolar recién comenzaba y en mi mente se dibujó lo que, seguramente, muchos hemos dibujado y registrado en nuestra memoria: un político en un cargo público, y una escuela alejada de esa realidad que vive ese político; y para ello, no fue necesario ni hoja ni una pincelada.