La sesión del lunes entre la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y la Secretaría de Gobernación (Segob) remata una etapa de la estrategia de los maestros disidentes. El gobierno sólo ganó un poco de tiempo, pero no hay distensión: la CNTE seguirá con paros, bloqueos y marchas. Le ocasionan beneficios.
No es que sea melancólico, mas pienso que el conflicto va para largo. La CNTE no quita el dedo del renglón: abrogar la Reforma Educativa. No bajará esa demanda porque le rinde frutos: consigue adeptos, desquicia las relaciones sociales, perjudica a niños y al país, mete fracturas en la economía y pone al gobierno en bretes, con lo que desmejora aún más la imagen del presidente Peña Nieto. Olfateo que ése es uno de los designios implícitos de los disidentes.
La CNTE, como dijo Adelfo Gómez, el dirigente de la Sección 7, de Chiapas, ya consiguió pasar del diálogo a la negociación, es interlocutor válido. Habrá tres mesas, la política, la educativa y la social. Sus líderes asistirán a ellas apoyándose en escaramuzas, dispersas, pero efectivas.
Aunque quizá no sea del todo certero, la CNTE da a entender que tiene el mango de la sartén, como diciendo en la Segob bailamos tango: nada más somos dos. Los disidentes ya sacaron de la jugada al secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, y quieren marginar a Juan Díaz de la Torre (JDT), el presidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
Me pregunto a quién quiere la CNTE tener enfrente en la mesa educativa. No digiero la declaración de Enrique Enríquez, el líder de la Sección 9: “Será fundamental sentar las bases para realizar una consulta nacional en la que participen actores de todos lados, porque el modelo educativo no sólo se refiere a cambios y programas de evaluación del magisterio” (Excélsior, 12/06).
La CNTE ya impuso veto a Nuño y no desea la participación de sus adversarios dentro del SNTE; imagino que tampoco quiere la intervención de actores que han sido críticos de su proceder, como Mexicanos Primero y de otras asociaciones civiles. Entonces, ¿quiénes serán los interlocutores de la Coordinadora?
Ya tiene algunos en el Congreso federal, pero no son suficientes para derogar las enmiendas a los artículos 3 y 73 de la Constitución —que en automático dejarían sin valor la mayor parte de la legislación secundaria—, ni siquiera para reformar las leyes sin el concurso del PRI y del PAN.
Una de mis estudiantes de doctorado me recomendó el viejo refrán mexicano: “Piensa mal y acertarás”. Me parece obvio que los disidentes aspiran a hablar en nombre de todos los maestros, imponer condiciones, no dejar que JDT les arrebate banderas. Lo más deseable para sus dirigentes sería tener como interlocutor en la mesa de educación al subsecretario de Gobernación, Luis Enrique Miranda. Tendrían garantías de conseguir ganancias, aunque no se cambie la Constitución.
La CNTE tiene vocación manifiesta al monopolio de la representación; es por lo que ha bregado por más de 35 años. Y este gobierno, desde 2013, le ha brindado esa posibilidad. Hasta parecería que el subsecretario Miranda es uno de sus dirigentes.
Los lamentables hechos de Nochixtlán modificaron la correlación de fuerzas. La CNTE, aun con su tenacidad ostensible, iba en retirada; el gobierno irrumpía en su intención de imponer las pautas de la reforma, pero le fallaron los protocolos para lidiar con muchedumbres enardecidas. Los estrategas gubernamentales no previeron que la pradera estaba seca, que la mayoría de los maestros continuaban descontentos con la pérdida de conquistas que consideraban legítimas —aunque no lo fueran—, como la posibilidad de heredar su plaza al momento del retiro.
Para colmo de males, la Secretaría de Educación Pública anunció cambios en las percepciones en los sistemas de estímulos, justo en el peor momento. Eso generó más incertidumbre en el magisterio y, al mismo tiempo, proveyó de querosene a la CNTE.
Hoy los líderes de la Coordinadora ven su perseverancia a punto de coronarse. El gobierno enfrenta dilemas que parecen irresolubles. Si concede, pierde en sus anhelos de reforma; si no atiende a las demandas de la CNTE, seguirá el movimiento de masas. La ciudadanía pagará los costos. En uno u otro caso, seguirá a la baja la legitimidad del gobierno de Peña Nieto.
El panorama es mohíno. Por eso me extraña —y me asusta— que el secretario Osorio Chong declare que la CNTE y el gobierno alcanzaron consensos duraderos. Órale, ¿seguiremos igual?