El Estado se ha metido en camisa de 11 varas innecesariamente. Las cosas en educación no están bien. Gran parte del problema actual es que el Estado trata de resolver un enredo que propició. El Estado erigió una cultura de arreglos paralelos, de baja calidad y de rendición sin cuentas. Hacer y deshacer culturas lleva tiempo. Cambiar las reglas del juego súbitamente, además de ser riesgoso, por la confrontación, es injusto, por la unilateralidad. Para deshacer la madeja sin cuenda hay que negociar; pero antes se debe crear un espacio de negociación.
Entender el problema es el primer paso.
¿Por qué luchan quienes ostentan el poder? Los gobernantes y mayoría de legisladores federales perciben que la causa principal del rezago educativo ha sido la excesiva y “delegada” concentración del poder en dirigentes sindicales, y que las canonjías y privilegios otorgados tanto para los “institucionales”, como para los “disidentes”, fueron muy lejos. Además, de la letra de la reforma se colige una percepción entre autoridades y legisladores de que gran parte de las causas del fracaso educativo está en los maestros que por años han deambulado sin evaluación objetiva ni rendición de cuentas.
Acabar con arreglos corporativistas sería en sí un gran avance de moral política; pero un cambio en reglas del juego debe hacerse con cuidado.
¿Por qué luchan los maestros o sus dirigentes? Los “institucionales”, al menos al nivel de las dirigencias, y quizá derivado del encarcelamiento de la ex líder del SNTE, han mostrado una actitud complaciente. Los “disidentes” han sido vehementes en su oposición. Independientemente de tratar de aumentar su presencia política, ellos perciben que las canonjías o privilegios son producto de décadas de lucha y negociación; de posicionamiento de clase y movilidad social para un estrato históricamente menos privilegiado. Ellos no ven la herencia o venta de plazas y los accesos o ascensos automáticos como una práctica corrupta, sino como una especie de compensación de clase, un patrimonio familiar. Después de todo, corre el argumento, empresarios y políticos han sido capaces, a través de distintas concesiones, arreglos o protecciones, con frecuencia monopólicos, de acumular patrimonios numerarios mucho más grandes para heredar. Además, los disidentes quieren dejar en las entidades federativas las decisiones de evaluación porque su poder de negociación disminuye cuando la contraparte es de magnitud federal.
Con estas posiciones, es decir, si una parte ve el objeto de negociación como una práctica corrupta, y la otra como un patrimonio heredable, no existe espacio sino vacío de negociación.
Si las dos partes, pero sobre todo el gobierno, entienden los pormenores de la encrucijada, se puede intentar una estrategia diferente. En lugar de confrontar, cambiar el esquema de atracción, selección, certificación y colocación de los nuevos maestros. Esto tardará un par de décadas, pero más tardará entre más tarde empecemos. Crear el enredo actual llevó siete décadas. Si la reforma de Salinas-Zedillo de hace 20 años (1992-1993) se hubiera concentrado en estos puntos, hoy hablaríamos de un nuevo México.
Por otro lado, la verdadera reforma debería descentralizar en lugar de centralizar la política educativa y de evaluación. Las autoridades estatales conocen mejor los problemas locales que la Federación. Con la centralización tan excesiva cualquier problema local es nacional.
Podemos aprender mucho de la estrategia utilizada por la UNAM para evitar la confrontación como la de los primeros años del Zedillismo. Una transformación profunda, callada, gradual y consistente en la calidad académica eliminó lo que parecía un nudo gordiano. Ahora la UNAM goza de una gloria merecida.
Además, supongamos que el Estado concreta la Reforma. La decisión ahora es ¿cómo evaluar y con qué consecuencias? Si el INEE decide una evaluación criterial (i.e., lo que debe saber y saber hacer un maestro en el siglo XXI), el punto de corte debe ser muy alto: todos, o casi todos, reprueban. Si por el contrario, se deciden por una normalizada (i.e., con base en lo que saben con los conocimientos y competencias actuales), el punto de corte es muy bajo: todos, o casi todos, pasan. En ambos casos la calidad sigue igual. Si la mayoría se despide, ¿dónde están los cientos de miles de maestros que los sustituirán? Si la mayoría se queda, ¿dónde está la mejora en la calidad? Menuda encrucijada. En cualquier caso la estrategia dominante es formar desde cero a una nueva generación de maestros para el siglo XXI.
Publicado en Reforma
El autor es analista e investigador del ITAM.
http://eduardoandere.net
http://eduardoandere.wordpress.com
|