En 1994, cuando nació el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (Ceneval) con el propósito de elevar la calidad de la educación por medio del diseño y aplicación de exámenes estandarizados hubo fuertes y ásperas críticas. El Ceneval, se decía, era producto de una imposición de los organismos financieros internacionales para controlar el conocimiento. Pocos sabían que desde la década de los setenta, ya se había planteado la creación de una agencia de evaluación como el Ceneval.
Acostumbrados a asumir que las élites de política mexicanas no cuentan con la capacidad de pensar por sí mismas y que persiguen un solo objetivo, algunos opositores, académicos y medios periodísticos consideraban al Ceneval como una emulación simple y llana de una organización extranjera. La nueva agencia de evaluación era entonces reflejo fiel de la política educativa “neoliberal”. Poco importaba, en ese entonces, argumentar que las carreras universitarias crecían y se multiplicaban y no obstante, se carecía de información relativamente confiable sobre las habilidades obtenidas por los egresados. ¿Estaban aprendiendo todos los médicos, contadores y abogados lo mínimo para salvaguardar, respectivamente, la vida, viabilidad financiera de las empresas y el Estado de derecho? ¿Está mejor formado un administrador de la UNAM que otro del Tec de Monterrey?
Tampoco importaba, ante la fiebre política, mostrar que el proceso de ingreso al bachillerato de México estaba plagado de prácticas premodernas como utilizar alguna “palanca” para entrar a tal o cual escuela. El examen de ingreso único a la educación media superior, diseñado por Ceneval, redujo considerablemente esa práctica, aunque pronto se dejó ver otro problema clásico de la corriente meritocrática: los exámenes estandarizados empezaron a revelar que la selección no sólo era académica, sino también social. Es decir, los exámenes los acreditaban los jóvenes que estaban mejor ubicados social, cultural y económicamente.
Estos retos técnicos y teóricos sirvieron para enriquecer el debate académico y pensar mucho más ampliamente cómo tratar de mejorar las políticas universitarias. Y es que conciliar la calidad académica con la equidad en la educación superior no es una cuestión sencilla que admita fórmulas únicas.
El debate sobre la evaluación en la educación superior cada vez es más especializado y no temería decir que sin la existencia del Ceneval y sin su experiencia acumulada, los expertos mexicanos hubieran tardado más tiempo en entrar de lleno a este fascinante campo de estudio. Ahora, por ejemplo, Rafael Vidal, director saliente del Ceneval, afirma que están trabajando para mejorar el diseño de los exámenes para que midan niveles cognoscitivos elevados. Al parecer, los formatos de opción múltiple dejaron de ser del todo funcionales para los objetivos que el Centro se plantea a futuro.
De acuerdo con el propio Ceneval, el total de sustentantes evaluados desde 1994 es de 34.5 millones. Cada año, 3.5. millones de personas son examinados por medio de un instrumento diseñado por este Centro y actualmente, 1,500 instituciones son usuarias de los servicios del Ceneval. ¿Quién iba a pensar, en ese funesto año de 1994, que una agencia de evaluación independiente iba a convencer a las universidades autónomas y a los gremios profesionales de formar parte de sus consejos directivos, técnicos y académicos y trabajar de manera sistemática y transparente? Labrar el prestigio del Ceneval ha sido una tarea que ha recaído en mexicanos sobresalientes como Antonio Gago Huguet, Salvador Malo y Rafael Vidal, así como de muchos otros colaboradores de cada uno de ellos.
Este lunes 28 de abril tomó posesión como director general del Centro por el periodo 2014-2018, Rafael López Castañares, ex secretario general de la ANUIES. El doctor López Castañares es un conocedor del ámbito universitario que tiene frente a sí el reto de mantener la solidez técnica del Centro y de mostrar parsimonia, cualidad que se lleva bien con la naturaleza del organismo que va a dirigir.
Vamos a esperar a conocer el plan de trabajo del nuevo director del Ceneval; pero ojalá aparezcan ahí al menos tres puntos que son esenciales para el desarrollo del sector universitario. Primero, que se establezcan rutas claras para integrar, sistemáticamente, las evaluaciones de aprendizajes de los egresados universitarios en los ejercicios de evaluación que practican los Comités Interinstitucionales para la Evaluación de la Educación Superior (CIEES). En 2008, la Comisión Especial Interinstitucional, designada por el Consejo Nacional de la ANUIES, afirmaba que no había “evidencia confiable” para asegurar que las evaluaciones realizadas por los CIEES contribuían a mejorar el aprendizaje de los alumnos.
Segundo, esperaríamos que se abra una discusión sobre la relación entre la labor del Ceneval y una nueva Ley General de Profesiones y tercero, sería importante que se ratifique y se le den nuevos bríos al programa de investigación del Centro. Con esto, los especialistas podrían utilizar la vasta información que ha generado el Ceneval a lo largo de 20 años. Específicamente, es importante plantear nuevas hipótesis sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje dentro de las distintas universidades mexicanas. ¿En qué instituciones las prácticas pedagógicas contribuyen mejor al combate de la iniquidad? ¿Está relacionado el tiempo de estudio con la obtención de competencias complejas de pensamiento? Pese a los esfuerzos de destacados investigadores, este tema sigue presentando vacíos importantes.
El autor es profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS).
Publicado en Campusmilenio