La novela de Tomás Moro, Utopía, describe una isla donde se asentó una sociedad perfecta en la cual no hay clases sociales y sus habitantes viven en armonía, sin apremios ni angustias; además comprende una organización política, económica y social espléndida. Pero también reivindica la supremacía del Estado, el control autoritario de la población y una igualdad impuesta. No obstante, en los usos comunes se toma el término como un ideal inalcanzable, un sueño quimérico o una ilusión inasequible. Pues bien, puedo decir que casi me topo con una utopía en el libro de Giovanna Valenti y colegas, Una aproximación a la equidad educativa en México a través de las escuelas públicas eficaces de nivel primaria.
Lo más común que encontramos en la literatura sobre educación —más sobre política educativa— son visiones de pesadumbre. Los autores analizan las fallas del sistema, los yerros de la burocracia, la indolencia de los líderes sindicales —de todas las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación—, las falta de servicios, infraestructura caduca y sin mantenimiento y el pobre financiamiento al sistema educativo. En el libro que nos ocupa, el lector no encontrará muchos de esos asuntos, aunque aparezcan en el diagnóstico y en el contraste con las escuelas ineficaces, plagadas de problemas e insuficiencias.
Aclaro que no hay conflicto de interés, hay coincidencia de vocación. Si bien Giovanna Valenti y yo somos colegas en la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco y nos unen lazos de amistad, mi reseña de su obra es legítima. Ella y sus colegas publicaron un libro de valor académico, social y políticoEste texto persigue los mismos propósitos que mis colegas y yo expusimos en dos antologías: hacer visibles las buenas prácticas de educación básica. Pero con una gran diferencia, Giovanna y compañía utilizan un aparato analítico lleno de conceptos y giros. Con ella privilegiaron el análisis y la evaluación en tanto que nosotros acentuamos la divulgación.
El libro de Giovanna y colegas entrega un análisis profundo, amigable y comprometido con la promoción de la calidad y la equidad en la educación. Es un faro que puede servir de guía para otros experimentos. Los autores explican las dificultades del sistema educativo mexicano, centralista, de baja calidad, inequitativo y reproductor de prácticas escolares donde reina la incompetencia. Escogieron el modelo de análisis de las escuelas eficaces para mostrar que, a pesar de los problemas (y la política), hay escuelas donde actores y agentes se aplican para que las escuelas brillen y los alumnos de ambientes desfavorecidos (los pobres, pues) superen las barreras de origen social y económico y logren cambios significativos en sus vidas. Este libro evidencia que “sí se puede”, aunque esas escuelas sean excepcionales y no la regla.
Valenti apunta en la presentación al volumen que en México reina la desigualdad, que la escuela no es ajena a ese contexto y que la equidad educativa está lejos de alcanzarse. No obstante, ella y sus colegas apuntan que no hay nada fatal: “Cuando las escuelas logran remontar los efectos de la desigualdad e incidir favorablemente en los aprendizajes se les llama ‘escuelas eficaces’ o ‘de equidad’” (p. 15). Y se preguntan, ¿pueden las escuelas contrarrestar los efectos de la desigualdad en México? No hay respuesta definitiva, pero apuntan que hay planteles que consiguen ser espacios para que el alumnado con limitaciones socioeconómicas, familiares y personales revierta condiciones de desventaja. Para que se logren aprendizajes de manera equitativa, los autores apuestan —con base en una revisión amplia de la literatura— que se requiere cooperación entre los docentes, gestión institucional y participación (que llaman involucramiento) familiar.
Viene luego el corazón del libro, los casos de escuelas eficaces en las que, con base en el tesón de sus directivos, la tarea incansable de docentes, en especial maestras, y el apoyo de las familias (aunque a veces falla alguno de esos componentes), el estudiantado alcanza resultados positivos en el aprendizaje, a pesar del ambiente hostil. En “El Escuelón”, de una comunidad rural de Tabasco, el director es la pieza clave, mientras que en la escuela “Achoapan” en Las Choapas, Veracruz, y la escuela “Xochipila” de Xicotepec, Puebla, el conocimiento, arraigo y experiencia de los docentes, acompañados de un liderazgo práctico y legítimo, generó confianza en las familias y se comprometieron para mejorar la escuela.
Los autores muestran simpatía con una escuela de organización completa en el Valle de Santiago donde la equidad en el aprendizaje de los alumnos se basa en la confianza que cimentó el grupo de docentes (colegialidad y compromiso). Además del uso de diferentes métodos para motivar a estudiantes que les cuesta trabajo entender ciertos contenidos y a quienes tienen mayor facilidad para entenderlos. Lo que se conjuga con la colaboración de las familias y la dirección escolar eficaz.
Los casos de las escuelas de “El Cerrito”, “El Mezquite” y “El Mirador”, en contextos diversos, tienen atributos semejantes: logro de los aprendizajes de los alumnos, una directora (o director) con experiencia y alto compromiso con la escuela, sus docentes y los alumnos. En estas tres, las familias no sólo apoyan a sus vástagos, también inciden en la administración de las escuelas.
Un punto definitivo que hace de este un libro de valor académico sobresaliente, es contrastar las escuelas donde se producen buenas prácticas de educación, con un grupo de control de cinco planteles, que los autores denominan —con cierta diplomacia— escuelas no eficaces. Aunque hacen la salvedad de que las pifias que se dan en éstas se deben más a factores institucionales, de financiamiento, de contexto y cierta apatía de los paterfamilias.
Se notan las horas de trabajo, los desvelos y el pugilato intelectual que el grupo de autores mantuvo para construir el aparato de análisis de su proyecto. La escuela eficaz es una corriente que no tiene muchos simpatizantes en México, pero es importante en la educación comparada e internacional. ¡Qué bueno que hicieron la investigación y nos ofrezcan su perspectiva!
No obstante, pienso que el libro de Giovanna Valenti, Laura Patricia Briceño Fabian, Carlos Acevedo Rodríguez, José María Duarte Cruz, Eduardo Pérez Chavarría y otros colaboradores, ganaría en valor si no hubieran puesto tanto énfasis en el método (dos capítulos) que, aunque no fuese explícito, se notaría en cada discurso analítico. Fueron muchas páginas, con bastantes reiteraciones, además. Entiendo que los autores pusieran nombres ficticios a las escuelas del grupo de control, no había por qué exhibirlas. Pero no me gustó que también lo hicieran para las de casos de éxito. Imagino que sus actores y agentes están orgullosos de su trabajo.
Atención, no insinúo que con la lectura de este libro haya descubierto la utopía. Sin embargo, la riqueza de los casos de estudio, las conclusiones y reflexiones para trabajos futuros es de trascendencia. Producen una sensación de serenidad porque, por una parte, abandona el tono de pesimismo de la mayoría de los estudios y, por otra, muestran que, a pesar de las condiciones adversas, cuando hay voluntad, puede revertirse el infortunio. Pero implica esfuerzo, diseño y paciencia, mucha paciencia.
Doy la bienvenida a un texto de calidad académica sobresaliente y felicito a los autores por su compromiso con el impulso a la calidad y a la equidad en la educación de la niñez de México.
Carlos Ornelas
Profesor de Educación y Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco