Juan Carlos Yáñez Velazco
Estimada maestra, estimado maestro:
En marzo del año pasado no imaginábamos lo que se venía para el mundo, la salud de las poblaciones y los sistemas escolares. Habíamos tenido una experiencia con otro virus una década atrás, de distintas dimensiones y consecuencias, pero tendemos a olvidarnos pronto o nos absorben los compromisos cotidianos.
El cierre de los sistemas educativos en más de 190 países, y unos 1 500 millones de estudiantes (y millones de profesores) fuera de las escuelas era impensable. Sucedió. Cuando nos acercamos al año de aquello, las dimensiones que cobra lo ocurrido nos desafían en todos los planos de la vida social y privada. Me temo que todavía nadamos en mares de dudas y debilidades. La lucecita al final del túnel sigue lejana.
Además de la alta contagiosidad del virus, los seres humanos damos muestras fehacientes, un día y otro también, de una osadía digna de mejores causas. En casi todo el mundo las imágenes de gente en las calles, sin protección ni respeto a los protocolos, paseando y de vacaciones, son un hecho que nos tendría que ruborizar un poco, por lo menos. La lógica del virus es muy simple: entre más se mueve la gente, sin protecciones, más se mueve el virus, se propaga y mata sin piedad.
Ustedes, los profesores de las escuelas públicas, todos, pero pienso ahora en quienes tienen su base en escuelas pequeñitas, en comunidades marginadas, en escuelas multigrado, con niños de contextos precarios cultural y económicamente, merecen nuestro absoluto reconocimiento. Ahí, en esas escuelas, o en las casas de esos niños, para ser precisos, donde los equipamientos tecnológicos y culturales son paupérrimos, ustedes son mensaje de esperanza.
Ustedes, los profesores de las escuelas públicas urbanas, con niños, familias y condiciones menos desfavorables, tienen la alta responsabilidad de continuar los procesos instructivos con el mayor esfuerzo posible. Ambos, quienes laboran en escuelas rurales o urbanas, no tienen acompañamiento suficiente. No estaban preparados para trabajar por vías remotas. Carecían de materiales adecuados o apoyos para la tarea de conservar la salud personal, del hogar, hijos y parejas.
Después de las vacaciones de Semana Santa y Pascua hubo que reconectarse con los estudiantes y familias a través de plataformas que muchos no habían usado jamás. Lo hicieron y el cierre de ese ciclo escolar dejó lecciones. Era evidente que sobraban entusiasmo y responsabilidad, pero también incertidumbre y entrenamiento. La improvisación afloró en mayor o menor medida, en parte, porque las autoridades no abrieron canales con las comunidades escolares confinadas para escucharles y tomarles en cuenta.
Esa es una de las lecciones más duras que debemos tomar. En una situación así, la palabra de quienes están en la trinchera, a veces en territorio comanche, son fundamentales. Primero, para hacerles sentir que importan, que su palabra cuenta, que sus ideas, críticas o sugerencias son indispensables, porque el acierto pedagógico más trascendente es el que se produce en la relación entre profesores y estudiantes.
En estos meses he observado o escuchado algunas de sus clases, veo comentarios de profesores desde su experiencia remota, leo detractores y defensores de la estrategia para enseñar y aprender desde casa y trato de mantener ecuanimidad. Ni la defensa a ultranza, porque hay profesores irresponsables, ni elogios baratos.
En estos meses hemos visto ejemplos que erizan la piel, por conductas que rayan en lo heroico, que exhiben lo mejor de cada casa, de cada persona. Hemos visto, también, ejemplos de docentes que se desmoronan ante la imposibilidad de sostenerse en la cruzada. Otros, en momentos de locura encararon e insultaron a sus estudiantes. Hemos visto de lo peor y de lo sublime, como la condición humana. Mientras la pandemia siga, veremos más, quizá de peor gravedad por desesperación y desesperanza de este prolongado aislamiento.
Resistan, queridos maestros, maestras. Necesitamos que soporten el esfuerzo, que sigan creyendo que la roca podrá quedarse en la cima, que las semillas caerán en tierra fértil, aunque quizá no veamos el fruto en estos meses. Soporten el agobio, el cansancio, la política de control, más preocupada por reunir evidencias que por los aprendizajes. Resistan y sigan dando el más grande ejemplo a los estudiantes.
Si al resistir, además, pueden atreverse a inventar, sería fantástico. Atrévanse. Reinventen la docencia. Trabajen con nosotros, con las madres y padres. Seamos socios. Vamos a ganar todos. Rehagan lo que han hecho durante los años del oficio docente. Imaginen otras formas, hablen entre ustedes. La comunicación es un combustible para resistir al aislamiento y alentarse a partir de reconocerse.
En tres palabras resumo mi deseo: resistan, reinvéntense, dialoguen.
Un abrazo fraterno con admiración y gratitud.
*Fragmento del artículo publicado en España por “El Diario de la Educación” en febrero.