Sé que deben estar muy atareados, pues el mundo anda bastante de cabeza. Los que tienen mucho tienen cada día más y los que menos tienen enfrentan, en muchísimos países del mundo, condiciones poco propicias para salir adelante y para construirse vidas alegres y dignas de ser llamadas propias. En España, por ejemplo, hay mucho desempleo; en Siria hay demasiada muerte, y en muchas partes del planeta la vida se nos ha ido volviendo cada vez más peligrosa, más dura, más solitaria y más incierta.
A pesar de todo ello, quiero pedirles tres cosas para este nuevo año. No son fáciles, les advierto, esas cosas que pido. Son muy importantes, pero también muy complicadas.
Primero, les pido que hagan lo que puedan para que los encargados de instrumentar las reformas en materia de política educativa en México se imaginen, aunque sea por un momento, lo que sería no tener más opción que enviar a sus hijos a una escuela pública —primaria, secundaria o preparatoria— promedio en el país.
Segundo, les pido que nos iluminen a todos para que seamos capaces de ponerle nombre preciso a lo que queremos los mexicanos de nuestro sistema educativo. En otras palabras, les pido que nos ayuden a dejar de repetir consignas y de hacernos guajes, para poder animarnos a pensar la cosa en serio. Ya sé que no está en absoluto fácil esto segundo que pido, pues implica bucear adentro y, al mismo tiempo, tejer algún conjunto de valores que pueda unirnos, salvando todas nuestras abismales diferencias. ¿Qué queremos de la educación y por qué eso y no otra cosa?… es, con todo, la primera e imprescindible pregunta que nos hace falta responder para poder empezar a salir –juntos- de las tinieblas en las que llevamos ya varias décadas chapoteando y separándonos unos de otros, cada vez más vertiginosamente.
Tercero, les pido que nos ayuden a recordar que, con todo lo que importa la educación y justo por todo lo que importa, no basta la política educativa para salir airosos de esta importantísima prueba. Sin más y mejor crecimiento económico, sin mayor oferta de empleo que requiera personal calificado y sin una sociedad que reconozca el trabajo digno —de ese que no mata, de ese que no lastima, es decir, de todo aquel trabajo que genera valor, por más modesto que sea— no habrá reforma educativa —por más grandiosa y bien diseñada— que alcance para lograr que los que integramos el país no acabemos, dispersos, en cualquier otra parte del globo.
Reitero: me queda claro que lo que les pido es casi imposible. Se los pido porque son ustedes los Reyes Magos y porque, frente a los millones de niños abandonados a su suerte, a los maestros que defendiendo lo suyo nos hacen la vida imposible a todos, y a autoridades omisas y/o de viaje, no tengo otro recurso. Quizá la Virgen de Guadalupe, quizá ustedes y ella juntos puedan infundirnos los ánimos requeridos para que el 2014 sea lo que me gustaría que fuera: un año de visión grande, de trabajo puntual, y de ganas de infundirle a las leyes y los discursos espíritu de colectividad con ganas de merecer serlo y con capacidad para seguir siéndolo.
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Publicado en La Razón.