Si el gobierno de México no piensa en serio e invierte en serio en la capacitación de los maestros del país, la reforma educativa se traducirá en poco más que una colección de cambios legales y buenas intenciones. Capacitar a los docentes es fundamental pues, sin maestros capacitados, la reforma sencillamente no tendrá pies.
La investigación más robusta a nivel internacional indica con claridad que, dentro de la escuela, el factor que más influye en la calidad de los aprendizajes de los alumnos es la calidad de sus maestros. Si a ello le agregamos el papel central que desempeñan los docentes en cualquier proceso de reforma educativa, pues son ellos los encargados de aterrizar los grandes cambios y grandes objetivos en los salones de clase, resulta evidente que atender sus necesidades de capacitación debiera recibir una altísima prioridad.
Hasta el momento y más allá de las nuevas disposiciones legales al respecto, no queda claro cuál es el plan concreto de las autoridades educativas en torno a este tema. Por ejemplo, no sabemos todavía cuántos recursos se invertirán en ello, cuáles objetivos habrán de priorizarse, ni cuáles los formatos específicos a través de los cuales habrá de impartirse la capacitación.
De acuerdo a TALIS, encuesta internacional a maestros, desarrollada por la OECD, los docentes mexicanos están entre los que reciben más capacitación, pero son también los que demandan una mayor y mejor oferta de ésta. Como en tantas otras áreas, México parece ser el país de la “cursitis” y la “talleritis” al vapor y a la carrera. Para cualquier problema, nuestra solución favorita es impartir un curso más, sin pensar mucho en cómo ni para qué en específico.
El muy pobre nivel de aprendizaje efectivo de los alumnos mexicanos indica que hacer más de lo mismo no va a resolver el problema. Lo que requerimos es un enfoque distinto. Formas de capacitación que le den a los docentes las herramientas prácticas para motivar a sus alumnos y para lograr que hagan suyos saberes y prácticas que amplíen sus horizontes y sus posibilidades.
Menos planteamientos abstractos y muchas más técnicas específicas y ejecutables en el salón de clases día con día. Menos conceptos grandes –constructivismo, competencias, entre otros– que, con excesiva frecuencia, para cada docente tienen un significado distinto. Más guías aterrizadas para equiparlos mejor para ejercer con éxito su práctica docente cotidiana.
Para todo esto recomiendo la lectura de un libro indispensable: Teach like a Champion, de Doug Lemov. En el libro, Lemov insiste en que enseñar es un arte y que, como en toda obra artística, el dominio de la técnica es una condición sine qua non de la excelencia. Si Miguel Angel no hubiera dominado el cincel, no tendríamos el David; si Picasso no hubiese dominado las luces y las sombras, no habría Gernica.
La técnica no lo es todo en la docencia excelente, como tampoco lo es en el arte que perdura en el tiempo. Pero sin técnica, las visiones más originales y grandiosas se quedan en las mentes de sus autores.
Teach like a Champion ofrece 49 técnicas pequeñas y específicas para dotar a los maestros del herramental necesario para poder desempeñar un trabajo de alta calidad. Técnicas como las de, por ejemplo, no permitir que ningún alumno responda simplemente “no se” a una pregunta del maestro, o la de dejar pasar como buena una respuesta que es sólo parcialmente correcta.
Así como estas, otras 47, todas y cada una de las cuales, reitera Lemov, sólo pueden adquirirse a través de la práctica constante y repetitiva. Se trata de los tornillos y las tuercas de lo que requiere una capacitación docente efectiva. Convendría reparar sobre estas cosas pequeñas, si de verdad queremos éxitos grandes.
Publicado en El Financiero