En su retorno a La educación encierra un tesoro, Jaques Delors defiende la persistencia cultural de las escuelas y sus actores principales, los docentes. Plantea que las reformas educativas acarrean promesas, crean desequilibrio y muchas veces fracasan porque quienes lideran los cambios aspiran a transformaciones radicales y rápidas. Las escuelas sí modifican su hacer institucional, argumenta Delors, pero lo hacen más por factores internos, no tanto en respuesta a incentivos del exterior. Y lo ejecutan con parsimonia.
No pienso que la Secretaría de Educación Pública vaya a echar marcha atrás con los símbolos que creó alrededor de la Nueva escuela mexicana, ni vaya a modificar una coma de los libros de texto gratuitos.
Son los instrumentos que diseñó para impulsar el proyecto educativo de la Cuatroté, invirtió muchos recursos y capital político. Pero hay tradiciones que resisten, como las calificaciones escolares.
El 27 de septiembre pasado, el Diario Oficial de la Federación publicó el “Acuerdo de la SEP número 10/09/23 por el que se establecen las normas generales para la evaluación del aprendizaje, acreditación, promoción, regularización y certificación de las alumnas y los alumnos de educación preescolar, primaria y secundaria”, es decir, la calificación de cada alumno en una boleta. Ratifica lo que se hacía en el odiado periodo neoliberal y desde que se consolidó el sistema educativo mexicano con normas y reglas comunes.
En la boleta regresa la escala del 5 al 10. El 5 es reprobado y aprobado a partir del 6, excepto para primero de primaria. Todo a pesar de la crítica iracunda que la SEP hizo a la evaluación de alumnos en los documentos preparatorios del nuevo marco curricular y plan de estudios. No veo cómo, con las calificaciones del 5 al 10, se vayan a “Aplicar modelos orientados a atender, integralmente y con enfoque de derechos humanos y perspectiva de género, las necesidades educativas específicas de las y los estudiantes provenientes de grupos históricamente discriminados, a partir de los resultados de las evaluaciones de logro educativo”. Así lo expresa la secretaria Leticia Ramírez Amaya en la exposición de motivos del acuerdo citado.
Discurro que este acuerdo será bienvenido por la mayoría de los docentes, aunque sin aspavientos; es parte de su práctica habitual. Además, el acuerdo está redactado en un lenguaje sencillo, lo que contrasta con la aglomeración de tareas que la SEP les recetó cumplir en la sesión del Consejo Técnico Escolar y de Taller Intensivo de Formación Continua para Docentes del viernes pasado, más enmarañado que un doble nudo ciego.
La SEP esperaba que en esa sesión los docentes pusieran su esfuerzo y concentración para dar seguimiento al programa analítico, pensar cómo usar los libros de texto gratuitos y profundizar en los programas sintéticos. Además, deberían encontrarle el hilo al enfoque teórico-metodológico “decolonizador” del plan de estudios. Todo en unas horas. Un sueño imposible.
Pienso que Delors tenía razón, las escuelas son guardianes de cierta cultura, son instituciones tenaces y la persistencia cultural de los maestros uno de sus pilares. Más pronto que tarde, la parafernalia discursiva de los libros de texto y las no recetas para maestras y maestros pasarán al cesto de los proyectos fugaces.
Retazos
Ayer se cumplieron 55 años de la matanza del 2 de octubre. Gilberto Guevara Niebla reclama “Andrés Manuel López Obrador, sedicente de izquierda, se comprometió a investigar los brutales crímenes que se cometieron ese año y nunca lo hizo. Tampoco pidió perdón al pueblo por la masacre del 2 de octubre” (Crónica, 03/10/23). Joel Vicente Cortés reprocha al SNTE su silencio de 1968 y de ahora. La Sedena levantó la bandera a media asta en el Campo Marte.