Isabel Rojas Meléndez
Colectivo Educación Especial Hoy
Después de casi dos meses de la declaratoria de emergencia sanitaria, padres de familia reclaman a la Secretaría de Educación Pública (SEP) la ausencia de una estrategia de enseñanza diseñada específicamente para los más de 20 mil alumnos de los 300 Centros de Atención para Estudiantes con Discapacidad (CAED) que existen en toda la república.
De hecho, nunca se ha diseñado un proyecto dirigido a los jóvenes con discapacidad en México. Si antes fueron olvidados, durante la pandemia las barreras estructurales, educativas y sanitarias han hecho aún más evidente que para las autoridades un estudiante con discapacidad es menos valioso que uno que no la tiene.
Para miles de jóvenes de estos centros educativos las rutinas establecidas en torno a un día de clases son vitales en el desarrollo de sus habilidades sociales, que les permitirán aspirar más adelante a una vida independiente. De la noche a la mañana esa realidad ha cambiado.
Tristeza, aburrimiento, miedo, enojo, ansiedad son los referentes y expresiones más repetidas cuando se les pregunta a algunos adolescentes de diversos CAED cómo se sienten con el aislamiento. La expresión de emociones positivas disminuyó significativamente. En estos tiempos de encierro, el COVID-19 les ha traído una carga adicional: mayor soledad.
Ahora que sus centros escolares están cerrados han perdido la brújula, el ancla en la vida, se les arrebató la convivencia, los amigos, novios y novias, algo insustituible que sólo se desarrolla y se vive en la escuela entre los jóvenes donde las diferencias hacen la unidad, donde no se experimenta la exclusión ni la soledad.
Gilberto, quien pertenece a unos de estos centros educativos en la CDMX, comenta que hay días en que no quiere bañarse, entrar a alguna red social, menos abrir un cuaderno. Son los días en que más lastima la ausencia de sus compañeros. Se siente triste, aburrido y molesto por “la maldita pandemia”. Y pregunta: ¿cuándo volveré a la escuela? ¿Cuándo platicaré en la cafetería con mis amigos? Y aunque le continúan pagando por su trabajo que realiza los fines de semana, ha eliminado su interacción con otros fuera de su familia inmediata, lo que quita el sentido del propósito que sintió al trabajar.
Para los jóvenes con discapacidad intelectual que ya habían experimentado soledad y exclusión social, ¿qué impactos significativos podría tener este aislamiento en su salud mental y física?
Muchos padres y madres de familia de los CAED, decepcionados, aseguran que las autoridades educativas y de salud les han fallado a los jóvenes con discapacidad y no hay respuestas cuando se pregunta y se pide orientación en cuanto a la salud física y emocional de sus hijos ante el aislamiento.
SIN ESTRATEGIAS, SEP ABANDONA A JÓVENES
El pasado 16 de marzo, la Subsecretaría de Educación Media Superior emitió un comunicado, el único a la fecha, para informar que las y los asesores de estos centros se mantendrían en comunicación con sus estudiantes mediante correo electrónico para aclarar dudas puntuales y para ofrecer materiales de apoyo al aprendizaje. La SEP apostó nuevamente por su modelo de Prepa Abierta y su Entorno Virtual que, como sabemos, no fue concebido ni diseñado para el uso de la diversidad de alumnos que hay en CAED.
Alejandra, madre y padre de familia de un adolescente con trastorno del espectro autista que acude a un CAED, comenta: “nos quedamos esperando que la SEP ofreciera un plan alterno para nuestros hijos, pero nuevamente se olvidó que existen”. Ahora, ella se enfrenta a una difícil situación económica derivada de las medidas de sana distancia impuestas por la Secretaría de Salud para evitar la propagación del contagio. “Si no vendo, no como. Llevo dos semanas sin salir a vender. En algo ayudan los apoyos que el gobierno le da a mi hijo, pero el dinero se acaba pronto, los gastos son muchos. Y ahora, me dicen otras madres que los maestros ya mandaron tarea por WhatsApp y que, por plataformas, que no sé ni qué es eso. Yo, aunque quisiera enseñarle no sé cómo manejar el internet, sus primos son los que saben, pero no los dejan venir a la casa por la cuarentena”.
Para los estudiantes con discapacidad los modelos de aprendizaje en línea generalmente requieren de la participación de un adulto que pueda servir como orientador. Sin embargo, en muchas ocasiones el padre, madre u otro miembro de la familia que puede desempeñar ese papel de guía carece de los conocimientos tecnológicos para brindar ciertos apoyos, eso en caso de que cuente con Internet, teléfonos móviles y otros dispositivos, muy difícil en un país de enormes desigualdades económicas como México.
Es evidente que la falta de comunicación, el aislamiento social y la difícil situación económica afectan el bienestar de los grupos más vulnerables, pero esa es la lógica de la SEP, los que cuentan con mayores recursos tecnológicos y económicos son los que tendrán derecho a seguir educándose a distancia. Los demás, son dejados a su suerte.
“Estoy tranquila de que mi hermana esté en casa y no en la escuela, hago lo posible para que no se sienta tan sola”, dice Kelly, hermana de Karen, quien tiene discapacidad intelectual. “Me preocupa que ella siga las indicaciones correctas ahora que ha anunciado que regresaremos a clases el 1 de junio. Me pregunto si mi hermana seguirá las normas de higiene. ¿Se mantendrá alejada de las personas que tosen? ¿Sabrá lo que es guardar la sana distancia fuera del entorno familiar? ¿Tendré que seguir esperando que su vida sea considerada por las autoridades educativas y de salud tan valiosa como la mía, que no tengo ninguna discapacidad?”.
La pandemia nos ha obligado a parar y extrañar lo que antes era común. Si el distanciamiento social afecta la salud mental de cualquiera, mucho más la de un universo tan vulnerable como el de los estudiantes con discapacidad. Tan cerca de la soledad y tan lejos de la inclusión.
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