En congruencia con su desarrollo democrático, el Reino Unido (RU) de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte —que incluye a Escocia, Gales e Inglaterra— convocó a un referéndum el pasado 23 de junio para responder a la pregunta de si el RU debía seguir siendo parte o no de la Unión Europea (UE). El Brexit, como sabemos, es una abreviatura de dos palabras: “Bretaña” y Exit que significaba salir de la Unión Europea y frente a éste hubo también otro término mucho menos conocido: Bremain que significaba totalmente lo contrario.
Para los que apreciamos el multiculturalismo de las democracias modernas y liberales, el resultado fue sorprendente: 52 por ciento del total de los votantes (más de 33 millones) respondió que el RU ya no debía ser parte del espacio común europeo contra 48 por ciento que pensó lo opuesto. Estos resultados levantan muchas preguntas y conjeturas. Por ejemplo, ante la creciente migración derivada de los conflictos bélicos de Asia y las crisis económicas de los países del sur europeo, ¿los británicos se alarmaron y quisieron cerrarse sin medir las consecuencias económicas para su país?
Como siempre ocurre en estos casos, hubo políticos y medios de comunicación que trataron de llevar agua para su molino alarmando a la gente al decirles que lo mismo que ellos pierden en términos de empleo, servicios de salud y fondos públicos, lo gana el de “afuera”, el extranjero; como si la multiculturalidad fuera un juego de suma cero. Pero, ¿será verdad que se impuso el discurso anti inmigrante y de miedo en una sociedad relativamente bien informada, crítica y fair-minded, como catalogó Jorge Luis Borges a los ingleses?** ¿Pesaron más las creencias de los individuos que el cálculo racional?
Estas preguntas seguramente las va a responder el especialista en comportamiento electoral y elecciones, mejor concentrémonos aquí en analizar las opiniones y reacciones del sector universitario británico ante la eminente y desafortunada salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Tres días antes del referéndum, los rectores (vice-chancellors) de 103 universidades británicas publicaron una carta en donde manifestaban estar profundamente preocupados por el impacto que podría tener la salida del RU de la UE sobre los estudiantes y sus instituciones (www.independent.co.uk). Las razones más visibles eran tanto financieras como culturales. Anualmente, dijeron, las universidades de ese país generan cerca de 73 billones de libras, de los cuales 3.7 (0.5%) provienen de los países pertenecientes a la Unión Europea. Dejar este espacio, advirtieron los rectores, creará un ambiente más difícil para financiar a largo plazo la educación superior y la investigación, la cual, es necesaria para mantener al Reino Unido como una economía globalmente competitiva y altamente especializada.
Por otro lado, permanecer en la UE “nos hace”, según los rectores, “más capaces de trabajar de manera colaborativa en investigaciones de punta en áreas que van desde la lucha contra el cáncer hasta el cambio climático”. Ser parte de la UE, además, propicia que las universidades británicas atraigan a las mejores mentes y más brillantes a lo largo de Europa (Independent, 20/06/16).
Una vez conocidos los resultados del referéndum, el sector universitario y científico británico ratificó su sentir y reaccionó con “consternación”, según Ian Sample del periódico The Guardian. Sir Paul Nurse, premio Nobel y director del Instituto Francis Crick, expresó que ahora su gremio tendrá que trabajar más duro para contraponerse al aislacionismo del Brexit, si es que en verdad se desea prosperar en términos científicos. Nurse lo puso así: la ciencia se desarrolla gracias a la permeabilidad de las ideas y de las personas y florece en ambientes que atraen inteligencia, minimizan barreras y son abiertos al libre intercambio y a la colaboración.
No es extraño que las universidades británicas estén preocupadas por el resultado del Brexit. Saben que es mediante la apertura cultural, el intercambio de ideas y la cooperación académica como se hace avanzar el conocimiento. El ermitaño puede sentirse bien internamente al aislarse y orar, pero no podrá generar ciencia.
Por otra parte, hay un dato particularmente interesante. La mayoría de los jóvenes, en edad de ir a la universidad, rechazaron salirse de la Unión Europea mientras que las generaciones más viejas pensaron distinto. Aftab Ali del periódico Independent reportó que 75 por ciento de los jóvenes entre los 18 y 24 años de edad apoyaron permanecer en la UE (Bremain) comparado con el 40 por ciento de los mayores de 65 años.
En voz de la presidente del Sindicato Nacional de Estudiantes (NUS, por sus siglas en inglés), Megan Dunn, los resultados del referéndum la decepcionaron. En un carta dirigida al Primer Ministro, David Cameron, Dunn aseguró que no sólo hay que consultar ampliamente a los jóvenes, sino también hacer un esfuerzo adicional para que sus voces sean incluidas en las decisiones políticas y que no sólo cuenten aquellas de las generaciones más avanzadas. Vaya punto. El Brexit mostró una clara división generacional y un reto para la democracia representativa.
Pero hay razones para no ser pesimista. Las comunidades académicas y científicas del Reino Unido sabrán contrarrestar las visiones parroquiales, alarmistas y el nacionalismo ramplón que ensombrecen a la isla y al mundo (Donald Trump ya expresó que el Brexit es una “gran cosa”). La historia de las universidades británicas y sus prácticas cotidianas son contrarias a lo que el referéndum reveló. Poseen un alto aprecio por la razón, cultivan una clara convicción cosmopolita, son tolerantes y enseñan esa fair-mindedness que Borges, un gran latinoamericano universal, observó.
Postcríptum: Ante la toma de postura de la universidad británica ante el Brexit, sobresalió el silencio de su contraparte mexicana ante los trágicos hechos de Nochixtlán, Oaxaca.
** Conocí esta expresión gracias al magnífico artículo del escritor Jordi Soler, “La imparcialidad inglesa” (El País; 21/09/14).