Aún tengo en la memoria las imágenes de cientos de maestros humillados, sobajados, menospreciados y agredidos por las evaluaciones militarizadas y punitivas que, en el sexenio peñista, se aplicaron a cientos de docentes a lo largo y ancho del territorio mexicano. Tal bajeza, según se dijo, era necesaria, pues para lograr la tan anhelada calidad educativa del intricado Sistema Educativo Mexicano (SEM), había que utilizar todos los recursos del Estado contra aquel que osara manifestar su rechazo, ante una reforma que colocaría a nuestro país en los cuernos de la luna.
En su momento, los partidos que pomposamente sellaron y aplaudieron incansablemente las reformas estructurales, entre ellas la educativa, poco hicieron para detener la salvaje denostación y desprecio que Peña Nieto y Aurelio Nuño, cometieron en contra de una de las profesiones más nobles que puede existir en el mundo: la docencia. Claro, lo importante era recuperar la rectoría de la educación y, para ello, era necesario contar con el apoyo de los partidos políticos puesto que éstos “representaban al pueblo”.
A la par que esto sucedía, algunas organizaciones civiles que, en su discurso, pugnaban porque la educación de millones de niños y jóvenes que asistían a las escuelas, fuera un derecho y un derecho que asegurara esa educación de calidad, se regocijaban con la aplicación de evaluaciones a diestra y siniestra, pues para ellos, evaluar y evaluar y evaluar, era el punto de partida para que se lograra esa efímera y subjetiva “calidad” que tanto hacía falta en México. Claro, no había más, la empresa y las escuelas, eran símiles y, por lo tanto, los maestros y maestras, obreros.
Indudablemente, algunos apreciables colegas, reconocidos investigadores, prestigiados académicos, entre otros, aplaudieron la autonomía que se le otorgó al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), pues ese mismo ímpetu reformador que se deprendió de un presidente cuya popularidad se hizo mayúscula, más por su apariencia que por su inteligencia, hizo creer que las cosas cambiarían de la noche a la mañana. Soberbia y más soberbia. Claro, las atribuciones constitucionales y legales les hicieron pensar, a sus consejeros, que gozarían de un fuero que, cual diputados y senadores de esa y anteriores legislaturas, les permitiría hacer y deshacer lo que quisieran. Al parecer, el poder sería eterno.
Y qué decir del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), fiel o, mejor dicho, siempre fiel a sus usos y costumbres, se alineó al nuevo gobierno. Claro, La Maestra ya estaba tras las rejas y qué sentido tenía oponerse a lo que en su momento se llamó Pacto por México, qué sentido tenía defender los derechos laborales de los trabajadores de la educación, al fin y al cabo, la educación, según se dijo, era lo primero, y las reformas a los artículos 3º y 73º constitucionales, para ellos, fueron lo de menos. Claro, la permanencia en el servicio de sus dirigentes, nunca estuvo en juego.
Hoy día, algunas cosas han cambiado. Insisto, solo algunas, puesto que el vendaval de sucesos que ha traído consigo el triunfo de la izquierda en México, nos ha metido en una vorágine que, como alguien bien diría: es cosa de locos. Y es que mire usted:
El SNTE sigue siendo fiel a sus usos y costumbres y busca, a toda costa, alinearse con el nuevo gobierno. ¿Qué ha cambiado en ellos? La respuesta es sencilla: el discurso. Claro, los tiempos no están para no hablar de la defensa de los derechos de los trabajadores de la educación. Claro, los tiempos no están para que la dirigencia nacional no busque legitimarse ante sus agremiados. Claro, los tiempos no están para perder todas la prebendas y canonjías que han ganado y, mucho menos, para que Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), ni los Maestros Por México (MxM), les coman el mandado.
Por lo que respecta a mis apreciables colegas, reconocidos investigadores y prestigiados académicos que, en su momento, se regocijaron con la autonomía del INEE y de las evaluaciones en el magisterio, quiero pensar que, en estos días, han comprendido lo que significa “ser oposición”. De hecho, en estos días, he visto cómo es que se han formado ciertos grupos y redes de académicos cuya intención es de loable. Caray, en un país como el nuestro, todas las voces deben ser escuchadas y, perdón, en días pasados en las audiencias públicas que en San Lázaro se efectuaron, se escucharon esas voces; pregunto: ¿sucedió lo mismo con Peña Nieto y Aurelio Nuño? Una más, ¿por qué ninguno de esos estimados colegas cuestionó el papel que ha jugado Guevara Niebla, ex consejero del INEE, en la propuesta que ha lanzado el gobierno federal encabezado por AMLO? ¿Secretum foedus? En fin.
Y qué se puede decir de las organizaciones civiles que allá por el 2012 vivieron su esplendor con la llegada de Peña Nieto al poder. Hoy día, no encuentran cabida. Siguen buscando cómo lograr incidir en las políticas educativas desde su trinchera; sin embargo, esa trinchera, se ha quedado sin reservas. Valdría la pena lanzar un nuevo documental titulado: La Educación en Tiempos de Nuño: el despilfarro de los recursos del pueblo. Sería un éxito, lo aseguro.
Por lo que respecta a la propuesta que lanzaron los partidos políticos integrados por aquellos que en su momento apoyaron y aprobaron la reforma educativa en 2013, qué puede decirse. No han logrado entender que en el terreno político ya perdieron, y en el plano educativo, hablar de una involución educativa y una regresión al pasado, suena tan irrisorio como pensar que el hombre se baña dos veces en el mismo río.
¿Y el magisterio?, ¿y los maestros y maestras?, ¿qué ha pasado con ellos? Sin profundizar al respecto responderé que, inequívocamente, siguen padeciendo el lastre que dejó la reforma educativa del 2013, tanto en el plano laboral como en el educativo. Sí, así de simple y así de complejo. Por ello, es que efectivamente, le doy la bienvenida a la abrogación de esa mal llamada reforma educativa y, al mismo tiempo, exijo que el nuevo gobierno federal trabaje para que el magisterio mexicano, cuente con todas las condiciones habidas y por haber, para que éste realice su función en el ámbito que le corresponde.
Actualmente hay infinidad de problemas administrativos, pero también, hay incontables problemas (de todo tipo) en las escuelas que afectan la educación que deben o deberían recibir los niños, jóvenes y adultos. La tarea no es fácil; hace falta de la política para el logro de este propósito, no lo niego, pero propongo: que los políticos atiendan la política y los pedagogos, esos que no son otros sino los verdaderos maestros y maestras en las escuelas, participemos en la construcción de un modelo que encuentre sentido en nuestras aulas y en nuestras escuelas. Es una ecuación muy sencilla cuyos resultados pueden ser fructíferos. Partir desde el ámbito escolar y no desde un escritorio, puede ser benéfico para la educación en su conjunto.
En suma, calidad y excelencia, como parte de una política neoliberal, se lee y suena bonito, pero lo que el magisterio necesita es, menos palabras bonitas y más apoyo (de todo tipo) para que éste cumpla con su función, como siempre ha sido.