Desde que tengo uso de razón, he creído que el normalismo mexicano es un pilar de gran valía dentro del Sistema Educativo Mexicano (SME). ¿Por qué afirmo esto? Sencillamente porque la gran mayoría de los profesores y profesoras que se encuentran desempeñando una función docente en nuestros días, fueron formados en las aulas de las escuelas normales. Un asunto nada menor que, indiscutiblemente, hace pensar y repensar el subsistema de educación normal que existe en mi querido y amado México.
En este sentido, no puedo negar que en mis orígenes, se halla una profunda vena normalista, misma que me ha llevado a analizar concienzuda y objetivamente, cada parte de su historia, de su vida; así que con este referente deseo en esta ocasión, mi estimado lector, propiciar una reflexión en torno a un tema que sigue estando en la mente de muchos ciudadanos y educadores de este país. Como parece obvio, me referiré al caso de Ayotzinapa y a los 43 estudiantes que, hasta el momento en que cierro estas líneas, siguen desaparecidos.
Así, sin más ni más: desaparecidos. Cruda y trágica afirmación que, por más que se diga lo contrario, el hecho es en sí mismo innegable.
Las versiones que hemos escuchado y leído de los funcionarios públicos de la Secretaría de Gobernación, de la Procuraduría General de la República, de las autoridades del estado de Guerrero; en fin, de todos aquellos que tuvieron en algún momento injerencia en este lamentable asunto, no otorgan la credibilidad que, como mexicanos, esperamos. Y no son creíbles, porque las mismas indagaciones “científicas” que han presentado o expuesto, no corresponden a los hechos que en ese trágico día se vivieron.
Si usted recuerda, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes que participó en las investigaciones, dio los elementos suficientes para tirar por la borda la “verdad histórica” que en su momento expuso el ex procurador Murillo Karam y, a partir de tales consideraciones, la verdad de las cosas, insisto, poco hemos sabido de los hechos, pero también, poco se ha hecho al respecto.
Como sabemos, los padres de los 43 siguen la búsqueda de sus hijos. Las manifestaciones continúan; sin embargo, parece que su esfuerzo se difumina cuando en los medios de comunicación nos enteramos que es más fácil encontrar a un ex director del Diario conocido como La Prensa, que a los estudiantes de la Normal Isidro Burgos. Ahí radica el meollo del asunto, en la falta de un estado de derecho que haga fiables y confiables las investigaciones sobre tal o cual hecho.
Con tristeza, vemos que cada día aparecen más fosas clandestinas en varios estados de mi querida República Mexicana, particularmente, en Morelos y Veracruz. Lamentablemente, observamos que son los familiares de los desaparecidos los que no han cejado es sus intentos de encontrar con vida a sus familiares y no las autoridades correspondientes.
De hecho, y como sabemos, el tema de los 43 volvió a la luz pública por el desafortunado encuentro que tuvo Andrés Manuel López Obrador con un padre de los estudiantes desaparecidos. El debate, hasta estos días, se ha centrado en “tirar” culpas entre un candidato a la Presidencia de la República y una de las instituciones del estado mexicano: el ejército. Pero, ¿por qué no se habla de los alumnos de Ayotzinapa?, ¿por qué en ese afán de protagonismo en los medios de comunicación se olvida de un tema de trascendental importancia para lograr la credibilidad del gobierno mexicano?
Tengo claro que la lucha por el poder vuelve a los seres humanos arquitectos de su propio destino; no obstante, considero que el tema educativo no debe dejarse de lado, porque si bien es cierto que existe esa “lucha” desmedida por el poder – y que hasta cierto punto es lógica –, también es cierto que hace falta atender a las escuelas normales del país pero, sobre todo, la educación que se brinda en esos centros escolares. Idea simplista si usted quiere, pero que encuentra sentido en la formación de los futuros profesores que México requiere.
Si usted tuvo la oportunidad de escuchar el mensaje que ofreció el Secretario de Educación en la presentación del “nuevo” modelo educativo el pasado 13 de marzo. Éste tocó el tema de las normales, pero así, por “encimita”, lo cual no da claridad ni certeza en una probable reforma de la educación normal. Si, con seguridad habrá quién me diga que ya se están realizando “trabajos” para fortalecer al normalismo mexicano, y es cierto, debo reconocerlo. Sin embargo, parece que todo esfuerzo es insuficiente cuando por años, que se lea muy bien, por años, se han mantenido en el olvido.
Desde mi trinchera, y en ese recorrido que he tenido en estas importantes escuelas formadoras de docentes, puedo afirmar que poco se ha avanzado en la formación de formadores o… ¿alguien conoce de un programa nacional de fortalecimiento profesional-pedagógico-didáctico para todos los docentes normalistas?
¡Ayotzi… vive!, no es un eslogan ni una frase que arenga a una multitud en torno a un lamentable suceso. Su expresión, encierra ese cúmulo de demandas que las escuelas normales ha manifestado a través de los años y que, para acabar pronto, pocos han atendido. En este sentido, debo reconocer el esfuerzo que algunas autoridades educativas han realizado a favor de las normales. Es loable, lo agradezco, lo aplaudo. Pero, insisto, no es suficiente cuando quienes nos encontramos en “el ruedo”, somos conscientes de las problemáticas que enfrenta la educación normal en un país vapuleado como el nuestro.
Culminó mis ideas expresando una más en torno al tema que me ocupa. En días pasados en la ciudad de Mérida, Yucatán, por iniciativa – excelente iniciativa – de la DGESPE, se congregaron más de 800 maestros y estudiantes normalistas en el 1er. Congreso de Investigación sobre Educación Normal. En dicho evento, fui testigo de la capacidad profesional y académica de los profesores y estudiantes de este subsistema. ¿No podrán canalizarse las energías de la SEP para impulsar a todo un sector que, hoy por hoy, es indispensable para la formación de los mexicanos?, ¿qué intereses no permiten su avance y fortalecimiento?
Éstas son preguntas que, con seguridad, quedarán en el aire; sin embargo, mientras haya momentos reflexivos como el que ahora le propongo, puedo afirmar que ese ¡Ayotzi… vive!, retumbará en lo más profundo de la educación en mi México querido.