Carlos Ornelas
No es para echar las campanas al vuelo, pero hay muestras de variaciones en la política ultra tolerante de Andrés Manuel López Obrador hacia los estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa, y los militantes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
No se trata de un apretón ni de un giro brusco, es una vuelta de tuerca leve. Además, cargada de disculpas del presidente, como con timidez, en especial con los estudiantes normalistas: “Yo quiero hacer un llamado a los muchachos de la normal de Ayotzinapa para que ya no actúen de esa forma porque afectan, ponen en riesgo la vida de otras personas”. ¡Y vaya que lo hacen! Por intervención del azar, el camión que arrojaron arriba de la caseta de peaje de la autopista del sol pasó de largo sin atropellar personas (los guardias tuvieron tiempo de hacerse a un lado) ni dañar la estructura.
El presidente López Obrador agarró el asunto —imposible no hacerlo— en la mañanera del lunes 7. Agregó a su arenga: “que (los estudiantes) dialoguen; he dado la instrucción que los reciban, que haya diálogo porque también tenemos información de que hay gente dedicada a actividades ilícitas, infiltradas en este movimiento”.
La vuelta de tornillo es afable. El presidente mantiene la alegoría de que los estudiantes son puros, sin malicia: “probablemente los manifestantes reales ignoran esta circunstancia de infiltración por parte del crimen hacia su movimiento”. Y allí está la cuestión. Los cubre de un manto de inocencia, de ignorancia de que los actos que realizan son criminales. Los malos son los infiltrados que manipulan a los ingenuos.
Son pobres, dice AMLO y por eso hay que darles becas, se las merecen. Ergo, la pobreza explica —y justifica— la acción bandida de los estudiantes. Secuestraron autobuses y asaltaron el camión de Soriana que le aventaron a los guardias que impidieron que tomaran, una vez más, la caseta de peaje. Algo en lo que son expertos, forjaron rutinas seguras que han explotado a granel en este gobierno.
Con las exacciones que hacen a los viajantes, los estudiantes o sus líderes o los delincuentes infiltrados obtienen recursos considerables, hacen palidecer los montos de las becas. Estas subvenciones, tan queridas por el presidente, no hacen mejores estudiantes ni los saca de la pobreza. Forjan un aparato clientelar de grandes dimensiones.
Sin embargo, el monto no satisface las ambiciones de los manifestantes y, si en 2018 votaron por AMLO, es casi seguro que haberles puesto enfrente a la Guardia Nacional ya los alienó de su movimiento. Enojó más todavía a los maestros de la CNTE, los disconformes de siempre.
La Coordinadora anunció su rompimiento con AMLO desde que era presidente electo y no aceptaba del todo sus propuestas. Él quería enterrar la “mal llamada” reforma educativa con sus decálogos y proclamas —hoy olvidadas— del Proyecto alternativo de nación.
Hubo momentos de distensión. El presidente recibió en Palacio Nacional a sus dirigentes en al menos 11 ocasiones; hubo sonrisas para la foto y la CNTE obtuvo logros, pero no todo lo que pedía. AMLO no desplazó a la corriente mayoritaria ni anunció que PISA dejaría de aplicarse y sacaría a México de la OCDE. Además, les reclamó su falta de comprensión y los llamó conservadores disfrazados de revolucionarios.
Con todo y que hubo “basificaciones” al por mayor, sacó a varios de sus dirigentes de la cárcel y canonjías como plazas automáticas a los egresados de sus normales, la CNTE no cedió y continuó con sus rutinas, incluso el bloqueo de vías férreas y nada pasó. Hasta la semana pasada que la Guardia Nacional impidió que lo hicieran de nuevo. La CNTE se ofende.
Cierto, hay un ligero giro de rosca. Pero ni los normalistas ni la CNTE acusan recibo.